Saseta il da! Estas tres breves palabras, cargadas de emoción contenida, propagaron la noticia la tarde del 23 de febrero de 1937. Recorrieron de boca en boca, inalteradas, los frentes de Euskadi convirtiéndose en un auténtico jarro de agua fría para los gudaris de Euzko Gudarostea que quedaban huérfanos. Aquellos jóvenes sentían a Cándido como un padre, a veces estricto y riguroso, otras afectuoso y cercano, un hermano al que pedir consejo para sus oficiales, un ejemplo para todos ellos. Cándido Saseta era –indiscutiblemente– el corazón de Euzko Gudarostea.
La vida de Cándido quedó interrumpida en Areces, Asturias. Fue una vida corta, pero intensa. Nació en Hondarribia el 12 de diciembre de 1904. Terminado el bachiller tiene clara su vocación: ingresar en el Cuerpo de Miqueletes. Para ello consideró necesaria una formación militar que le facilitaría el camino para convertirse en un mando de ese cuerpo. Realiza las pruebas para la Academia Militar de Artillería de Segovia, pero finalmente será en la Academia Militar de Intendencia de Ávila donde cursará sus estudios, ingresando en septiembre de 1920 y licenciándose con grado de alférez en la promoción de 1922.
Tras algunos destinos complementarios a su formación es enviado a la guerra del Rif. En su extensa hoja de servicio no hay espectaculares acciones de guerra, pero sí un notorio compromiso en las numerosas tareas que le son encomendadas, lo que le vale el ascenso a teniente. Tras varios destinos y su paso por el Hospital Militar de Tenerife, donde el 9 de marzo de 1936 recibe el ascenso a capitán, queda destinado en el Centro de Movilización y Reserva nº 12 en Vitoria.
Cuando en julio se produce la sublevación militar, Cándido está de permiso en su hogar y acude al Gobierno Civil de San Sebastián en busca de noticias. Su cuartel de origen es uno de los sublevados por lo que decide no regresar a su puesto. Su fidelidad al Gobierno de la República es avalada ante el Gobierno Civil por su hermano Martín y su cuñado Jesús de Luisa, ambos funcionarios en la entidad y miembros del PNV. Cándido se niega a presentarse a las órdenes de golpistas, y sí lo hace ante las autoridades legítimamente elegidas y constituidas. No elude su responsabilidad, sino que cumple con su deber: defender la legalidad institucional vigente ante el golpe de Estado que estaba sufriendo la República.
Por convicción
Entiende desde el primer momento que su lugar está en la defensa del Gobierno republicano en general, y de Euskadi en particular, por convicción y sentimiento personal. Comprende que toda aspiración a la creación de un Gobierno vasco pasaba por la derrota de la sublevación. Él conocía bien a aquellos militares golpistas. Sabía que, si triunfaban, no iban a permitir nada de eso. El nacionalismo vasco entra oficialmente en la contienda y Cándido Saseta es elegido para organizar y comandar las Milicias Vascas, germen de Euzko Gudarostea.
Con más corazón que medios organiza la defensa de la línea de Andatzarrate para tratar de detener el avance de las columnas de requetés, con una tropa bisoña y un armamento escaso y deficiente. El 15 de agosto de 1936, bajo su mando, parten hacia su primera misión. Salen del Santuario de Loyola 350 gudaris en dos columnas: una al mando del capitán Eduardo Urtizberea y otra comandada por Mikel Alberdi, del Gipuzko Mendigoizale Batza. Avanzan en grupos a través del macizo de Andatzarrate con el objetivo de cercar Bidania.
Alberdi por la izquierda y Saseta por la derecha junto a Urtizberea. En la maniobra muere Alberdi en las estribaciones de Ernio, mientras se acercaba al caserío Berazeaga para recabar información sobre el enemigo. Los gudaris de Alberdi se dirigen a Regil en retirada dejando el cuerpo de su comandante tras de sí. Saseta les recrimina esa actitud –“¿Así queréis defender a Euskadi?”– y avergonzados regresan para recuperar el cuerpo de su comandante; Cándido los acompaña y dirige la operación.
Días después, en el monte Ernio, Saseta vuelve a dar muestra de su carácter. Preocupado por la ineficacia del fuego que estaba realizando una de las patrullas, arrebata el fusil a uno de los gudaris y abre fuego él mismo indicándoles así la forma y dirección en que debían concentrar el tiro. Este tipo de actuaciones hacen que resulte herido en dos ocasiones: una mientras guiaba a sus hombres repeliendo un ataque de vehículos blindados en Andatza, y otra en el propio monte Ernio, protegiendo la retirada de sus hombres cuando la línea colapsaba.
Con la aprobación del Estatuto y la jura del cargo del lehendakari Aguirre, Euzko Gudarostea se consolida. Las compañías de Milicias Vascas afectas al PNV se unen formando batallones y Cándido es elegido comandante de todos ellos, mientras que ANV, STV y Euzko Mendigoizale Batza –antes integrados en Milicias Vascas– formarán los suyos propios al margen de Euzko Gudarostea.
Cándido escolta al recién elegido lehendakari, José Antonio Aguirre, en la revista a las tropas que rinden honores al nuevo Gobierno. Al mismo tiempo recibe el mando del Sector de Elgueta –que ostentará durante la primera batalla de los Intxortas– no solo sobre batallones de Euzko Gudarostea, sino también sobre otros de diferente ideología que combatían en aquel sector. A mediados de noviembre entrega el mando del Sector de Elgueta a Eduardo Urtizberea, también hondarribitarra y antiguo compañero suyo en Milicias Vascas. El Estado Mayor está organizando la ofensiva de Villarreal y Cándido participará destinado en la Columna Cueto.
En Legutiano, Cándido es muy consciente de la situación. Entiende perfectamente el esfuerzo y el sacrificio que les va a pedir a sus hombres dado el alcance del ataque que va a producirse y la poca experiencia militar de sus tropas. Quizá hubiera sido una operación sencilla para una unidad militar regular, bien adiestrada y dirigida por mandos profesionales, pero no para los jóvenes e inexpertos gudaris. Exponiendo –aparentemente– su figura al fuego enemigo y sabiendo que el alcance de las balas no es el suficiente para recibir un impacto grave, comienza a transmitir las órdenes cuando, fruto del rebote de una bala o de esquirlas de la misma, recibe una herida en su mano derecha. Sin darle demasiada importancia se venda la mano con su pañuelo mientras continúa dando instrucciones.
De esta manera, una vez más, Cándido infundió valor en aquellos gudaris que veían que su comandante también arriesgaba su integridad. Cándido tenía que cumplir las órdenes que había recibido, necesitaba que las tropas atacasen el objetivo con fortaleza y confianza pese a las adversidades que iban a encontrarse y poco más podía hacer que despertar y reforzar el valor y la capacidad de sacrificio de sus gudaris. Pese a un potente empuje inicial, las tropas son detenidas y Villarreal resiste. En una reunión posterior del Estado Mayor en la que estaban sobre la mesa las futuras operaciones se produce un fuerte enfrentamiento entre Cándido y Francisco Ciutat de Miguel –siendo este su superior–.
Cándido no duda en poner de relieve el deficiente estudio previo del terreno realizado –la tropa se encontró un torrente de agua que tuvo que vadear a nado en un gélido ambiente invernal– y además, una vez llegados al objetivo no recibieron un adecuado apoyo artillero sufriendo desde Villarreal un intenso fuego de ametralladora e impactos directos de la artillería rebelde, lo que causó estragos entre los batallones que, de esa manera, perdieron a muchos oficiales que debían dirigir la tropa.
A la conquista de Oviedo
En enero de 1937 comienza a fraguarse en el Estado Mayor la idea de organizar una División Expedicionaria Vasca para ser enviada a Asturias con el fin de conquistar Oviedo. Saseta recibe el ascenso militar a comandante de Intendencia y el mando de la 2ª Brigada Vasca, con los batallones Euzko Indarra –2º de ANV–, Amayur e Indalecio Prieto –2º de la UGT–, junto a secciones del batallón de ametralladoras Ariztimuño, secciones de Máquinas de Acompañamiento de Infantería y sección de Enlaces y Transmisiones.
El episodio de las fuerzas expedicionarias de Euskadi en Asturias ha sido narrado muchas veces, pero sobre todo es de justicia destacar la acción decidida en la que, pese a encontrar destruido el puente que debían cruzar sobre el Nalón, y siendo presionado por el Estado Mayor para el avance de las operaciones, Cándido ordenó y organizó el vadeo en gabarra, poniendo una vez más a prueba el valor de aquellos hombres que no dudaron en obedecer sus órdenes si bien supuso gran riesgo y elevadas bajas.
El ya comandante Saseta demostró también su impronta al ordenar adelantar los puestos sanitarios y acercarlos todo lo posible a la primera línea. Esta decisión ayudó a salvar muchas vidas los días sucesivos, y demostró, una vez más, su alto grado de empatía y responsabilidad con las tropas bajo su mando, siempre junto a sus hombres. Otro ejemplo de esta actitud es el episodio en el que el batallón Prieto al encontrarse exhaustos y casi sin munición y sintiéndose amenazados por un ataque inminente amagó con retirarse en la madrugada del 22 al 23 de febrero. Saseta muy preocupado declara en voz alta, según recoge el operador de radio allí presente: –“Ese batallón no puede retirarse, hay que evitarlo por encima de todo, si no, mañana los van a fusilar a todos”–. Aquellos hombres no eran de su ideología, no eran de Euzko Gudarostea, pero para él eso era secundario porque aquellos hombres estaban bajo su mando y responsabilidad, no podía permitirlo. Intenta animarlos o, al menos, tranquilizarlos y cuando con las primeras luces del día vuelven a iniciar un movimiento de retirada, Cándido sale del puesto de mando a su encuentro para impedirles el paso del río y los acompaña a sus posiciones.
De esa misma manera, la mañana del 23 de febrero, observando la precaria situación del Euzko Indarra en Areces, Cándido Saseta sale de su puesto de mando a las 8.45 horas para dar las órdenes en primera línea, en tiempo real, pero no regresará. Cándido cayó junto a muchos de los suyos en los campos de Areces, hacia las 13.30 horas del mediodía bajo la confusión, la metralla y las balas.
Aquel día de febrero Cándido María Saseta Etxeberria perdió la vida, pero no murió porque sus gudaris lo recordaron siempre. Hoy le recordamos como un ejemplo de honor y lealtad a unos principios. A través de su mirada, de sus características lentes y su media sonrisa, con la distancia que dan los 86 años desde aquel fatídico día, recordamos también la forma en la que él se dirigió a sus hombres:
“Ánimo y cada uno en su puesto… A todos un abrazo, Saseta”.