En la nada, que era el todo, una carretera apuntaba con el dedo acusador hacia el cielo. Pero no había puerta, solo un estrecho camino, angosto, vertical, una pared estremecedora que daba al infierno. Rampas vampíricas.
En el corazón de las tinieblas, el horror se eleva en el Cuitu Negru, una montaña que se posa sobre el altar del sufrimiento y se alimenta de mártires. Una experiencia sobrecogedora que se gatea en tres kilómetros de plena zozobra.
En ese ecosistema, (18,9 kilómetros, al 7,4% de pendiente media y con rampas del 24%) se pesaron las grandezas y las penurias en un pasillo de ánimo y calor humano, barandillas para sostener a los ciclistas.
Nadie más grande que Pablo Castrillo, gigantesco en la Vuelta. Después de honrar la memoria de Manolo Azcona en la Manzaneda, el oscense, grandilocuente, se regaló el Cuitu Negru en una ascensión “irreal”. “Es un puto sueño”, dijo el del Kern Pharma tras doblegar una montaña de pesadilla. Un diabólico juego físico y mental.
Su grito liberador abrió un manto ceniciento, la puerta que blindaba la cumbre, repleta de cerrojos. Cerrada la niebla, no pudo apagar el sol de Castrillo en su primera Vuelta. Brillante. Una locura. Es un ser de luz.
Castrillo, que coleccionó su segunda victoria en un escenario aterrador. Otra hazaña increíble. Abrumador Castrillo. “Un regalo para mí”, aseguró el oscense, que moría y revivía en cada pedalada.
Exhibición de Castrillo
Penduleaba la cabeza, se torcía la bici, pero seguía adelante. Camina o revienta. Tal vez Manolo Azcona, recientemente fallecido, decidió empujarle hacia las alturas cuando Castrillo, en la garganta del horror, desfiguró a Sivakov, primero, y enmudeció después a Vlasov, con rostro de tragedia griega, tras dos arrancadas, en un subida agónica, extremista, que se mide en gramos del alma. Castrillo conquistó la Luna en otra misión suicida.
Se hizo el muerto en la fuga que condujo, obstinado Sivakov, y renació en una montaña cadavérica, hecha de piel y huesos. En medio del infierno encontró el paraíso Castrillo.
Una postal que será suya para el resto de su vida. Una gesta para el memorándum de la Vuelta. Un incunable. Conmovedora su victoria. Amor a primera vista.
Sanción a Roglic
El Cuitu Negru es un asunto místico que sobrepasa los límites del ser humano. En un abismo de angustia y padecimiento extremo, se igualaron Enric Mas y Primoz Roglic, que midió mal el asalto a O’Connor, que respira, aún líder en un paraje fantasmagórico.
El australiano no acaba de caer. Malvive en precario equilibro, pero jadea una renta de 1:03 segundos respecto al esloveno, alegre ma non tropo. Roglic fue sancionado con 20 segundos tras un trascoche.
La apuesta de Landa
Erró el cálculo Roglic, pizpireto en el inicio, sufriente en el entreacto, conforme en el final. Mas mantuvo el orgullo intacto tras esquivar el primer disparo del esloveno. Se reanimó. A Mikel Landa le pesó más el puerto.
El de Murgia arriesgó desde lejos. Se desabrochó a falta de 6 kilómetros, pero después, el Cuitu Negru le hizo pagar su afrenta. No negocia. Concedió una veintena de segundos respecto a Roglic y Mas.
Carapaz, siempre en estado de guerra, le rascó diez segundos al alavés. Descontada la etapa reina que coronó a Castrillo, O’Connor, aunque presionado, mira desde la atalaya de la Vuelta en la antesala del día de descanso. Dispone de 1:03 con Roglic, Mas está a 2:23, Carapaz a 2:44 y Landa, a 3:05.
Todo al descubierto
Antes de masticar la miseria absoluta, en la Collaidella, un puerto con entidad, que se ascendió en dos ocasiones, prendió la mecha de un incendio y se creó la fuga de la que brotó el maravilloso Castrillo. Las vibraciones del Cuitu Negru desgajaron la fuga.
Perduraban Sivakov, el ruso que es francés en una actuación sideral, Vlasov, el ruso sin bandera y alfil de Roglic, y el tremendo Pablo Castrillo, en otra exhibición después de la victoria que dedicó a la memoria de Manolo Azcona en la Manzaneda.
En el Cuitu Negru es imposible esconderse. Todo lo escruta con su mirada inquisitorial incluso entre el manto ceniciento de la niebla húmeda y fría. Una visión espectral. A oscuras. Se sube a tientas, entre rampas infernales, por encima del 20 % donde Castrillo encontró la luz.
Por detrás, los gregarios de Landa, rostro sin gafas, maillot abierto, marcaban la hora. A pecho descubierto. O’Connor, Roglic, Mas y Carapaz, unidos en sus tribulaciones.
Landa quería castigar y fatigar al resto para despejarse en el Cuitu Negru, una montaña oscura, tétrica. La senda para estamparse contra el muro era un paraíso de carreteras que dibujaban garabatos entre verdes praderas y bosques con el verdor exuberante. Era el único consuelo para lo que esperaba, una acto de fe en una montaña infinita, donde prevalecer es vencer, donde sobrevivir es una proeza.
Cambio de bici de Roglic
Roglic decidió cambiar de bici antes de encontrarse con el monstruo. El esloveno regresó a la acción del pelotón tras un tras coche grosero. Fue sancionado después con 20 segundos.
Optó por una montura con monoplato y un piñón enorme para poder airear las piernas, que quieren estallar en esas rampas donde el tiempo se para y el organismo se encoge, retorcido. A pesar del amable desarrollo, el esloveno se atascó. Se quedó a medias. Le penalizó la montaña.
El camino hacia la cumbre, hacia los confines, solo tiene sentido en telesilla. Al resto, ciclistas que son espectros, abandonados los cuerpos, donde se pedalea con el tuétano y el alma, el puerto que cose Pajares y el Cuitu Negru es para reptarlo, gatearlo, balbucearlo. Un escenario atroz, un camposanto de voluntades, un ladrón de esperanza, un glotón de energía. La ascensión requiere una entrega absoluta.
En la montaña asturiana todo sucede a cámara lenta. Ciclistas congelados en el tiempo, en el sufrimiento extremo. El Cuitu Negru es un sepulturero. Arranca la vida entre los pálpitos de desniveles abrumadores. Se trataba de sobrevivir en el horror en una subida implacable.
Es un ejercicio de introspección en el dolor. Una tortura psicológica. En ese muro construido con los piedras del averno, se sube para no caer, con el alma quebrada y las piernas cojas, de madera.
Una mole de dolor, una montaña cruel, una carretera que cuelga del cielo pero que en realidad es una caída a los infiernos. Un puerto salvaje. Una montaña desalmada. Descorazonadora. Inhumana. Un tratado de psicopatía. Ni empatía ni clemencia. Sobre ese infierno, en la niebla, Castrillo asalta el cielo.