En el País del Bidasoa la costumbre de salir a los campos y caminos de herradura para sonar esquilas y campanillas y saludar y felicitar la Pascua a los vecinos, y, con posterioridad, para indicar la ruta a seguir a los Magos de Oriente, cayó en declive en los años 50. Con todo, no faltan entusiastas, por ejemplo en Bera, que conservan el llamado Glin-Glan de Nochevieja, e igual hacen todavía en el barrio rural de Beartzun de Elizondo y Elbete, con cariño y sentido de buena vecindad.
Hacer sonar cencerros, unos más grandes que otros, y las cencerradas se extienden desde siglos atrás, por toda Europa, desde Noruega y los países nórdicos y del Este hasta Andalucía, la más temprana la que llaman La Vijanera en Silió (Cantabria) que se hizo el pasado domingo, 2 de enero, y otra que ayudó a entender muchas cosas en la película búlgara Cuerno de Cabra (1972). Y se hacía desde el final o inicio de año a Carnaval, de lo que aquí tenemos el testimonio más conocido y cercano en Ituren y Zubieta. Sobre el toque de cencerros escribió el elizondarra y amigo Gabriel Imbuluzqueta (un abrazo) un precioso y como todos los suyos documentado trabajo (Las cencerradas del día de víspera de Reyes, Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, nº 58), en el que recoge esta antigua costumbre en la Montaña de Navarra. Lo hizo en 1991 cuando todavía se conservaba en la práctica totalidad del Valle de Baztan, lo que es una pena pero ya no ocurre.
CENCERRADA En tal día como hoy, el 5 de enero, las cuadrillas de niños correteaban por las calles y caminos ("garea joka karrikan, herriri buelta emanez", explicaba Juan Garmendia Larrañaga) haciendo sonar los cencerros que llevaban en sus o sujetos al gerriko (al cinto), nos decían que para guiar a Melchor, Gaspar y Baltasar entre la niebla. El citado Juan Garmendia Larrañaga cuenta también (Valle de Baztan, vida y muerte en Berroeta, San Sebastián, 1985) que eran muttiko koskorrak (chicos adolescentes) los que postulaban al anochecer, y que al despedir la jornada desde las ventanas de casas y caseríos se saludaban los vecinos "en ruidoso y amplio escenario festivo" a golpe de cencerro.
EL OLVIDO En la tarde noche del 5 de enero, está escrito y es cosa que tampoco se sabe si se hará hoy con la pandemia puñetera, marchaban en Malerreka joaldunak de Ituren a Doneztebe para lo que antes debían cruzar Elgorriaga. Parece que entonces todavía se guardaba un respeto, tanto que el gizon (mozo) que mandaba el grupo se dirigía en tales casos al alcalde de la localidad para saber si algún vecino estaba de cuerpo presente, y preguntaba si tenían que pasar en silencio (ixilik) o haciendo sonar (yoka) sus tremendas polunpak (esquilas de vacuno) y solo cuando el regidor local les informaba (¡yoka, yoka!) seguían adelante atronando su caminata.
En relación con los cencerros, el inolvidable cantautor Mikel Laboa, cuyas cenizas reposan en Izpegi, en la muga triste de las dos Navarras, hizo popular como nadie la canción Iturengo Arotza, dedicada a un presunto herrero iturendarra conocido por Erramun Joakin, de quien se decía que no se cortaba un pelo a la hora de fundir santos para convertirlos en cencerros. La canción advierte así en su última estrofa: Kobrezko santurikan inon bazarete, egoten al zarete hemendik aparte; baldin arotz horiek jakiten badute, joaliak egiteko urtuko zaituzte, que viene a decir "Santos de cobre, donde quiera que estéis, manteneros siempre lejos de aquí, si ese herrero sabe dónde estáis os fundirá para hacer cencerros". La recogió en Arantza el capuchino, músico y gran folklorista Padre Donostia, fallecido en el desaparecido Colegio de Lekaroz el día 31 de agosto de 1956. En la memoria, hasta hace poco con alguna diferencia pero misma buena intención, el telegrama de gran tamaño que al menos dsde 65 años atrás colgaba en la reja de la iglesia el inolvidable Vicente Laborra, donde se leía: "Saludos niños de Elizondo. Mucha nieve. Llegaremos 7 tarde", que el 5 de enero leían los niños ilusionados. Se pierden inexorablemente las costumbres, que, cosa lógica, el paso del tiempo las convierte en arqueología. En Elizondo, Pedro Mari Quevedo fue el último que intentó mantener la infantil cencerrada de vísperas de la Epifanía, queda en el recuerdo, lamentablemente sin lograr la continuidad que merecía.