Una falsa agresión homófoba a un joven en Madrid, una mujer denunciada por simular un ataque en Gasteiz... El profesor de Psicología criminal de la UPV César San Juan analiza este tipo de delitos.
Las alarmas saltan cuando se trata de agresiones, pero la mayoría de simulaciones de delitos tienen motivaciones económicas.
—Sí. Esos casos poco tienen que ver con esas personas que simulan una agresión, incluso infligiéndose a sí mismas golpes y heridas para dar credibilidad a su relato. También pueden denunciarse supuestas agresiones sexuales que no han tenido lugar. Aquí ya nos adentramos en un terreno psicológico algo más complejo que el referido a las motivaciones puramente económicas. La construcción de una noticia falsa para incriminar a un determinado colectivo o la búsqueda de protagonismo por parte de personas con muy baja autoestima forman parte del catálogo de las retorcidas razones para simular algunos delitos.
¿Qué perfil de personas simulan estos delitos? ¿Son estafadores, sufren alguna patología mental, buscan llamar la atención...?
—Yo diría que la vanidad es el octavo pecado capital más característico de nuestro tiempo y lo vemos manifestarse a diario, una y otra vez, en las redes sociales. Todos buscamos un cierto protagonismo en nuestros círculos sociales y profesionales, que se nos reconozca, que se nos admire, incluso que se nos envidie. Esta aspiración resulta casi obsesiva en muchas personas y puede derivar en conductas ciertamente enfermizas en personas inmaduras, o, como decía, con una muy baja autoestima. La simulación de un delito puede convertirse en una estrategia para concitar un efímero protagonismo del que se cree carecer.
Hay quienes simulan ser agredidos y detallan la procedencia de sus atacantes o cómo iban vestidos. ¿Ve similitudes entre el caso de la mujer de Gasteiz y el del chico de Madrid que dijo haber sido atacado por ocho encapuchados?
—Entre el caso de Gasteiz y el de Madrid veo pocas similitudes, salvo el hecho de que en ambos casos se trata supuestamente de delitos simulados. En el caso de Gasteiz deberíamos esperar a que se resuelva en un juzgado. Si se tratara, efectivamente, de un delito simulado, las motivaciones solo las conoce la mujer que lo denunció y pueden estar relacionadas con razones que ya hemos citado, como ganar protagonismo, criminalizar la inmigración, generar tensión social... En el caso de Madrid es el propio individuo el que alega, después de confesar que era un delito simulado, que en realidad la agresión fue consentida y lo que pretendía era no perder a su pareja. En fin, en principio parecen dos asuntos bien distintos.
En 2017 la Ertzaintza imputó simulación de delito a una joven que apareció maniatada, amordaza e inconsciente en un talud de Irun. ¿Recuerda algún otro caso de este tipo en la CAV?
—No. Pero sí me acuerdo ahora del crimen del carpintero de Abadiño, que asesinó a su mujer y a su suegra. No es en puridad un delito simulado porque hay dos mujeres asesinadas, pero sí simuló la escena del crimen para eludir su autoría. Fue muy curioso.
¿Es relativamente fácil desmontar las simulaciones de delito? Caen en contradicciones, hay cámaras grabando por todas partes, las señales del móvil...
—En los delitos simulados de agresiones parece relativamente fácil desenmascarar al impostor siempre y cuando, claro está, exista una buena investigación policial. Pero, efectivamente, no es tan sencillo simular un delito violento en un espacio público. Con los medios actuales de geolocalización del móvil del denunciante, la presencia de cámaras de vigilancia en muchos edificios o los procedimientos de obtención de restos biológicos es complicado simular una agresión sin ninguna evidencia adicional, sin testigos y sin restos de ADN. Además, las declaraciones que son inventadas tienen unas características algo distintas a las basadas en hechos que han ocurrido. No son reglas matemáticas, pero esas diferencias constituyen también indicios en el contexto de una investigación policial.
Las denuncias falsas son residuales. ¿Por qué se interponen?
—La mayor parte se interponen en el contexto de relaciones de pareja conflictivas y, por lo general, de la mujer contra el hombre. Se suele recalcar que se trata de una tasa residual con respecto a las que no son falsas, pero es evidente, y los operadores jurídicos lo saben, que cuando tras una denuncia de violencia de género no se consigue probar los hechos denunciados –y una razón puede ser porque se trata de una denuncia falsa– y se dicta una resolución absolutoria, esta denuncia no computa como falsa. Negar esta realidad es tan absurdo como negar que existen mujeres que, siendo víctimas de violencia de género por parte de sus parejas, no se atreven a denunciar.
Se ha reiterado el daño que las denuncias falsas o simulaciones de delito hacen a las víctimas reales porque se esgrimen como argumento para poner en duda su testimonio. ¿Está de acuerdo?
—Cómo no estar de acuerdo. Lo que no comparto es que esas dudas marquen la acción policial y las resoluciones jurídicas. Quiero pensar que no están condicionadas ni por la tasa de denuncias falsas detectadas ni por posicionamientos ideológicos. La denuncia de un delito debe tomarse siempre en consideración y activar la mejor investigación policial posible. Si en sede judicial se demuestra que la denuncia es falsa o se ha simulado el delito, debe caer todo el peso de la ley sobre el impostor o impostora. Lo que hagamos como sociedad para prevenir este tipo de comportamientos fraudulentos es muy importante, pero la pauta para el esclarecimiento de la verdad debe ser siempre la misma.
"Hay personas que simulan una agresión incluso infligiéndose a sí mismas golpes y heridas para dar credibilidad a su relato"
"Las declaraciones que son inventadas tienen unas características algo distintas a las basadas en hechos que realmente han ocurrido"