Si las carreras ciclistas tienen el potencial para despertar en nosotros el niño que fuimos, aquel que pedaleaba por los andurriales del barrio sobre su primera bicicleta, el que escapaba pedaleando hacia sus primeras aventuras prohibidas y soberanas en su vida, superando los límites; las vueltas que discurren por nuestro territorio aún lo logran más. En ellas el recuerdo se vincula con nuestras experiencias, como cuando veíamos pasar al pelotón desde el borde del carretera, o cuando nos sentíamos retados con ellos en secreto, y salíamos con nuestra bici a recorrer las mismas carreteras por donde habían pasado los profesionales, para subir las mismas cuestas e imaginar que nos enfrentábamos a ellos. Es lo que ocurre con la Itzulia, la antigua Vuelta al País Vasco. A veces, incluso, nos sacaban de la escuela para ver pasar la serpiente multicolor. Y eso, el color, el colorido caleidoscopio de los ciclistas, también protagonizan nuestro recuerdo. "La felicidad es la calidad del sol sobre una pared blanca", escribía el poeta Osip Mandelstam, y creo que esa imagen poética hermosa, que me cautiva y sobre la que me pregunté muchas veces, no es sino la infancia. Y esa felicidad era el sol sobre la pared blanca del pequeño edificio de mi escuela, refulgente en los recreos, y también, ahora lo sé, los colores de los maillots y las bicicletas.
En cuanto al reto, he podido comprobar uno a posteriori. En la etapa contrarreloj inicial, celebrada en Hondarribia, subieron la cota de San Telmo, desde el Puerto Refugio y hacia el faro de Higuer. Y he recordado que también subí ese puerto en una carrera disputada en Irun, cuando yo era un cadete, incluso creía recordar el desarrollo que usé en esa subida: 42x18. Como guardo todos mis cuadernos ciclistas, donde anotaba los entrenamientos y las carreras, he podido comprobar que mi recuerdo estaba en lo cierto, la memoria nos ofrece a veces estas victorias gozosas.
El prestigio de una prueba deportiva es algo misterioso. Aunque en los últimos años la UCI ha clasificado las pruebas en varios niveles y categorías, el prestigio no deriva exactamente de esta decisión. Lo determina en parte la historia, pero ella por sí sola no basta, pues ahí están la Clásica de Donostia o la Strade Bianche, que no son tan antiguas. Es preciso combinarla con el palmarés y con la ambición y la clase de los corredores que determinan las batallas y demostraciones ciclistas. En la segunda etapa, camino de Viana, tuvimos una muestra de esto, para desgracia de nuestros corredores. Marchaban escapados cuatro potrillos vascos, a falta de 15 kilómetros llevaban dos minutos, y parecía imposible que los cazasen, pero se juntaron figuras como Evenepoel tirando, y a 350 metros de meta cazaron al último resistente de los fugados, que fue rebasado por el grupo a una velocidad de vértigo. Viendo a unos y otros se comprueba esta idea del prestigio. Mirando a los nuestros, su arte de pedaleo, nos parecían terrenales, casi como si fueran uno cualquiera de nosotros; sin embargo, observando la velocidad supersónica del triunfador Alaphilippe y los suyos, comprendemos lo excelso del deporte, lo que transmite el prestigio a la prueba, haber asistido a lo extraordinario.
La Itzulia eligió un final precioso en Amurrio, con un circuito al que dieron dos vueltas. Pudimos ver el espectacular salto del Nervión, majestuoso, y más aún ayer, salpicado de nieve. Las dos subidas del circuito eran cortas pero muy duras, similares a las que se van a encontrar los corredores en las clásicas de las Ardenas, por lo que para algunos habrá sido una buena preparación. La dureza de las cotas dejó en cabeza a todos los capitanes, sin gregarios. Y en la meta, Pello Bilbao evitó la repetición del triunfo de Alaphilippe. Roglic se mostró fuerte; es un valor seguro y no creo que nadie pueda desbancarle en Arrate. Este puerto, de ocho kilómetros, creo que no le va bien a Evenepoel, que aún debe afinar su calidad para el paso de puertos largos.
Hablaba de la subida a San Telmo, junto al Puerto Refugio de Hondarribia, y al faro de Higuer, y, como he dicho muchas veces, el ciclismo también es interesante porque permite descubrir las historias encerradas en sus recorridos. Y allí al lado, debajo mismo de esa carretera, en la punta del cabo de Higuer, está la Playa de los Frailes, que guarda una historia no muy conocida, y que yo he investigado en un libro: La primera guerrilla vasca. Noviembre 1944. Once guerrilleros republicanos, diez hombres y una mujer, desembarcaron en esa playa, a finales de noviembre de 1944, para combatir a Franco con las armas. Pasaron desde Hendaia en dos lanchas, remando en silencio, con los remos envueltos en trapos para no hacer ruido, y con el fin de conectar la lucha antifranquista con la lucha contra el nazismo que ya se estaba volviendo victoriosa para los Aliados, para que al fin de la II Guerra Mundial, también se ajustaran las cuentas con Franco. No lograron su objetivo, ni estos once maquis, porque todos fueron detenidos unos días después; ni los guerrilleros republicanos, pues las potencias aliadas, tras derrotar a Hitler y Mussolini, se desentendieron de ellos y muy pronto legitimaron a la dictadura franquista.
A rueda
Pello Bilbao evitó ayer la repetición del triunfo de Alaphilippe; mientras, Roglic se mostró fuerte, es un valor seguro y no creo que nadie pueda desbancarle en Arrate