Me comentaba ahora que “siempre” había jugado a baloncesto.
Sí, desde pequeño hasta los 23 años.
Cuando llegó la pandemia.
Eso es.
Supongo que aquellas sesiones de rodillo durante el confinamiento darían ya una buena medida sobre su nivel ciclista, ¿no?
Tampoco te creas. Yo sí veía que andaba bien, pero... ¿Sabes lo que pasaba? Que a posteriori, cuando empecé a usar potenciómetro en la carretera, me di cuenta de que mi rodillo, bastante viejo, no medía bien los vatios. Yo movía bastantes más que los que indicaba el aparato.
Entonces, por lo que dice, se sorprendió con sus datos al aire libre.
Yo salía a entrenar con gente de mi zona y veía que les ganaba. Y después anduve delante en varias marchas cicloturistas a las que me apunté, incluida la Quebrantahuesos, que terminé en 6h15 con un día de perros y remontando yo solo, sin grupo.
¿Usted solo?
Como no tenía marca previa, debía salir desde el último cajón. Pero antes de empezar se puso a diluviar y decidí resguardarme, esperando a mi hora. Cuando esta llegó, me planté en la salida y vi que no había nadie. Con semejante tormenta, mucha gente había decidido retirarse y al final no lo organizaron por cajones. Imagínate... Arranqué literalmente solo. E hice toda la marcha solo también, porque los pelotones a los que pillaba iban más despacio que yo y les adelantaba.
¡Mucho mérito aquello!
Medio en broma medio en serio, ya de cara a 2022, un amigo de mi hermano que corre en aficionados me dijo que probara en la categoría. Poco a poco me fui calentando y le hice caso.
¿Con qué intenciones?
Pues con la idea de iniciar la temporada y de ver cómo andaba. Empecé a prepararme con un entrenador y me federé como independiente. Desde el primer día, en la prueba de Zumaia, estuve muy bien. Pese a que no había competido nunca, casi siempre llegaba a meta en el pelotón o en el grupo cabecero.
Pero en el ciclismo no se trata solo de dar el nivel. También hay que tener cierta habilidad...
Claro. Lo de las marchas cicloturistas no puede considerarse pelotón. Eso es otro mundo, hay mucho más espacio entre bicicleta y bicicleta. ¿Las carreras en aficionados? Dan mayor respeto. La clave para arreglarte bien en ellas reside en meterte ahí sin miedo y sin pensar demasiado, yendo a la guerra. Lo que pasa es que luego te ves inmerso en una montonera, miras lo que hay a tu alrededor y hostia...
¿Le tocó alguna caída aparatosa?
En mi primer mes compitiendo hubo dos muy gordas, masivas ambas. La primera, en Ereño, la evité porque estaba enfermo y aquel día no pude correr. La segunda sí la víví, en Estella, aunque de refilón. Me pilló muy atrás y pude frenar lo suficiente para que mi caída fuera bastante ligera. Sin embargo, cuando me levanté y miré hacia adelante, vi una montaña de cinco metros de ancho y dos de alto: ciclista, bicicleta, ciclista, bicicleta, ciclista, bicicleta. Había sangre por todos los lados, gente gritando... Era solo mi tercera o cuarta carrera, y que sucediera aquello siempre le hace pensar a uno.
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Pero siguió corriendo. ¿Cuándo se vio en disposición de optar a las victorias?
Hacia el mes de abril tuve una especie de cambio de chip, gracias a que mi cuerpo se fue adaptando a lo que implicaban las carreras. Hasta entonces, me las arreglaba para estar en el grupo cabecero, pero con eso ya tenía bastante. Me faltaba ese punto de frescura para llegar delante y pelear después por un buen puesto o por una victoria.
¿Cómo reaccionaban los demás ciclistas ante la presencia entre ellos de un ‘desconocido’?
Fue gracioso, porque empecé a competir siempre con un mismo maillot, pero lo rompí enseguida y a partir de entonces tuve que alternar. Cada día iba de un color distinto y los demás decían: Qué, ¿cambiando para despistar? Sí es verdad que en el pelotón se conocían todos y que, de repente, aparecí yo sin que nadie supiera quién era. ¿Y tú de dónde has salido?, me preguntaban.
El Cafés Baqué le fichó mediada la temporada.
Fui a más gracias a dos factores. Por un lado, tuve ese cambio muscular sobre el que te hablaba antes y que me permitió luchar por las victorias en las llegadas reducidas, cosa que de inicio no había podido hacer. Y, por otra parte, integrar ya un equipo supuso una gran ayuda respecto a lo que significaba antes correr como independiente. Cuando en Iturmendi hice quinto, ya me dije: Venga, que lo tienes cerca. Y después, en Beasain, iba a llegar al esprint con otros cuatro hasta que me salí en la última curva. Ahí decidí tomar cartas en el asunto.
¿A qué se refiere?
Yo me sentía muy fuerte. La semana siguiente, en Berriatua, pensaba que podía darse una situación parecida, y antes de la carrera fui a analizar la llegada. Vi que quien entrara primero al giro final tendría muchas opciones de victoria, así que eso hice. Y gané.
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Más adelante también lograría el triunfo en Gernika, y cerró el curso siendo tercero en Altsasua. ¿Qué sucedió cuándo finalizó la campaña?
Ya sabes cómo está la cosa por aquí. Yo era un ciclista tardío que había debutado con 25 años para 26. Esta temporada cumplo los 27, así que ya no puedo competir en el circuito vasco-navarro por rebasar el límite de edad. Se trata de una norma que me ha perjudicado, porque mi intención era seguir corriendo en casa y no voy a poder hacerlo. Es una putada.
O profesionalismo o dejar de correr...
En septiembre hablé con los responsables del Cafés Baqué y con mi entrenador. Si surgía la opción de fichar por algún equipo Pro Team (segunda división del ciclismo mundial), yo estaba dispuesto a cogerme una excedencia en el trabajo e intentarlo como profesional. Pero, tal y como ya intuíamos, esa puerta no se me abrió. Fue entonces cuando me presentaron la oportunidad de correr en el BAI-Sicasal.
Y aceptó.
No, no, en primera instancia rechacé la oferta. Oficialmente hablamos de la tercera categoría profesional, pero no nos engañemos: las condiciones no son las propias de un ciclista profesional. Yo no estaba dispuesto a dejar mi trabajo, aunque fuera con una excedencia, para competir así.
¿Qué cambió entonces para que finalmente haya recalado en el equipo?
Luego me trasladaron que existía la opción de configurarme un calendario adaptado a mis circunstancias. Me lo pensé bien y dije que sí en diciembre. Para entonces ya llevaba casi un mes entrenando, por si acaso. Tenía esa posibilidad en la cabeza y, si terminaba animándome, debía hacerlo con una base.
¿Cómo es ahora su día a día?
Pues como el de la temporada pasada. Soy ingeniero y trabajo por las mañanas en Sapa, en Andoain. Entro a las siete y media, y cuando salgo aprovecho para entrenar. Arranco hacia las cuatro y el invierno se hace duro, porque hay que rascarle minutos de luz a cada jornada. Los fines de semana, mientras, tocan las salidas largas, con mayor tranquilidad.
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¿Cuándo debutará?
Me he estrenado ya en el Essor Basque, en Iparralde, pero con el equipo lo haré en marzo, en Portugal. Enlazaré Arrabida con la Volta al Alentejo. Para ello me he tenido que coger cinco días de vacaciones en el curro.
¿Qué grandes alicientes presenta su calendario?
Hay dos muy claros. La Volta a Portugal por un lado, en agosto. Y por otro la clásica de Ordizia: todavía no está confirmado, pero el equipo está en trámites para participar en ella. Es la carrera que he ido siempre a ver desde txiki, en las carreteras por las que ahora entreno a diario. Correrla resultaría muy especial.
¿Se atreve a hablar de objetivos desde su inusual situación?
Es difícil... No tengo una meta clara. Simplemente quiero dar lo máximo, disfrutar y ver hasta dónde puedo llegar compitiendo con profesionales. A partir de ahí, que venga lo que tenga que venir.
¿Qué le dicen en casa?
Vivo con los aitas, que me animan y me apoyan. Cuando les hablé sobre esta posibilidad, me preguntaron: ¿De verdad te vas a meter en semejante lío? Pero ven que disfruto y ellos también lo hacen. El año pasado vinieron a verme a casi todas las carreras.