Cuando se habla de los riesgos de los smartphones y sobre todo de las redes sociales, siempre se hace hincapié en las consecuencias que tienen para nuestra salud mental, en el uso excesivo, en la polarización que generan las redes sociales, en la violencia que existe en ellas, en las estafas, en el riesgo de adicción… Pero muy pocas veces se habla de cómo el uso de redes sociales y smartphones puede afectar a nuestras relaciones personales y a nuestro desarrollo intelectual.
Ya hay estudios que demuestran que el uso de las pantallas, el recibir muchos estímulos visuales y auditivos continuamente, el ver vídeos cortos continuamente o el recibir recompensas instantáneas provoca una reducción de la capacidad atención permanente y de la concentración.
Es importante conocer estos efectos, porque están llegando a tal punto de que en las universidades el profesorado se está empezando a quejar de que los alumnos universitarios que llegan no son capaces de leer y entender los libros de texto y tienen que hacerles vídeos. Esto ocurre porque al alumnado le supone demasiado esfuerzo leer, concentrarse durante mucho tiempo haciendo una única tarea. Esto también pasa en algunos institutos, y es que muchas personas, desde que comenzaron a utilizar las redes sociales de forma habitual, han ido poco a poco dejando de leer libros, porque les empieza a suponer mucho esfuerzo leer más de 5 páginas seguidas. Y así, sin saber por qué, van dejando de tener ganas de leer.
La calidad de las conversaciones
Esta disminución de la atención permanente también afecta a la calidad de las conversaciones que tenemos y por ejemplo las charlas cada vez son más cortas con los demás porque supone demasiado esfuerzo prestar atención durante más de dos o tres minutos, o se hacen a la vez que otras cosas, lo que disminuye el nivel de atención que presta a la otra persona.
“ La sola presencia de un móvil empeora la calidad de las interacciones ”
Algunos estudios nos indican que cuando estamos hablando con alguien con un smartphone en la mano, la calidad de las interacciones que tenemos con esa persona se ve profundamente mermada y actuamos de una forma mucho más robótica. Para que eso ocurra, el teléfono no tiene que estar ni siquiera encendido, su sola presencia llama nuestra atención lo suficiente como para empeorar la calidad de nuestras interacciones. Esto es mucho más palpable cuando para la otra persona es muy importante lo que está contando. A nadie le gusta sentir que merece menos atención que un teléfono. Esta dispersión de la concentración de otras personas cuando hablan con ellas, si es habitual, puede llevar a tener una insatisfacción en las relaciones personales, a generar ira contenida, e incluso puede llevarles a desarrollar crisis existenciales y depresiones.
Competir por la atención
La presencia es fundamental en las interacciones sociales físicas, pero es muy difícil estar presente cuando la maquinaria de la redes sociales, con todas sus inversiones y toda su potencia computacional, compiten por nuestra atención con nuestra vida y con quienes están alrededor.
Prestar atención a los demás es importante, y aún más importante cuando los demás son niños. Hace poco escuchaba a una profesora de segundo de primaria decir que una niña le había contado que su madre quería más a su teléfono que a ella.