Guillermo Iguaran se toma una aspirina infantil cada noche, no perdona su chupito, sale a pasear todos los días y le gusta la cerveza, “con alcohol, la otra no”. Podría ser cualquier persona pero es que Guillermo Iguaran cumple 100 años el próximo 9 de noviembre, con la cabeza y el verbo muy claro y satisfecho de la vida que le ha tocado vivir.
Cree Iguaran que es el único hombre “que ha nacido y ha vivido siempre en Pasai Antxo que está vivo con 100 años”.
Tiene ya planeado cómo celebrar su cumpleaños, aunque la comida familiar tendrá que esperar porque él quiere que sea en el restaurante Cámara de San Juan, y no abre hasta el 22 de noviembre. La comida será el siguiente fin de semana, aunque de su día seguro que disfrutará también a lo grande, como merece.
De la mar al puerto
Nació en Pasaia y muy joven se lanzó a la mar. “Estuve navegando hasta los treintaitantos años, tengo el título de capitán. Pero tuve muchos disgustos con la compañía, porque nos hacían firmar la nómina en blanco y nos pagaban menos de lo que nos correspondía”, recuerda con gran lucidez. Como había hecho funciones de contable en otros barcos y conoció el percal se plantó, incluso ante el capitán. Pero acabó firmando.
Esto le llevó a una reflexión: “Hoy he firmado en blanco porque tengo la novia en San Juan de Puerto Rico y necesito el dinero, mañana será por otra cosa y al final seré un hombre vendido”. Con pena dejó la mar y “probó” en tierra, en la agencia de aduanas de su padre, que llegó a Pasaia desde su Irun natal.
Mientras permaneció en la mar fue testigo de muchos roces, como uno que protagonizó él mismo con otro oficial catalán que se burlaba de él como vasco y su acento. Le sacaba de quicio y le cortó por lo sano. La sangre no llegó al río y menos mal porque, asegura, “me hubiera enfrentado a él aunque era mucho más fuerte”.
Allí comenzó su nueva etapa, incluido el cambio de novia, ya que conoció a Mari Carmen Iturbe, con la que fundó su familia. Su recuerdo es lo único que le nubla la vista y lo reconoce: “que se haya ido es la mayor pena de mi vida”.
Con la vuelta a Pasaia quedaron atrás los viajes transoceánicos. Nada ha desaparecido de su memoria. “Éramos 108 tripulantes y 222 pasajeros, la mayor parte emigrantes que iban a buscarse la vida tras la Guerra Civil y en la Segunda Guerra Mundial”. Con tal pasaje realizaban la línea Barcelona, Cádiz, Santa Cruz de Tenerife, San Juan de Puerto Rico, Ciudad Trujillo, Venezuela, La Habana, Nueva Orleans... Seis viajes al año. Tres años pasó sin estar en casa.
Vivir un confinamiento
En el barco le tocó vivir a Guillermo Iguaran su primer confinamiento, muchas décadas antes que el segundo. “Estuvimos dos meses sin salir del barco en el Congo Belga, (actual República Democrática del Congo). Navegábamos por el río Congo y me maravilló lo que vi. Tanto tiempo sin salir del barco generó grandes rivalidades, incluso se dieron navajazos. No nos dejaron desembarcar porque decían que en la Segunda Guerra Mundial España era favorable a los alemanes”, evoca.
También le tocó vivir a bordo un episodio de malaria, del que se libró pese a engañar al capitán y no tomar quinina “para que no se estropearan los dientes”.
En otra ocasión, en la Segunda GuerraMundial, “en el Caribe emergió un submarino a unos metros y no supimos de qué nacionalidad era”.
Con todas estas vivencias y muchas más, y tras “recibir proposiciones para quedarme en muchos lugares”, añade Guillermo, volvió a su lugar de origen y no es extraño que le costara hacerse a la vida en tierra, aunque, afirma categórico, “he tenido una buena vida, he vivido muy contento”.
En Pasai Antxo nació y en Pasaia sigue, un pueblo que ha visto cambiar de forma radical. Lo cuenta. “De críos íbamos a pescar a San Juan y todo era una playa que llegaba casi hasta el centro de la bahía. Pasábamos en el bote bajo el puente del ferrocarril y cuando subía la marea íbamos casi tumbados y nos empujábamos con las manos”.
“ ”
Le tocó ir a los bailes a Errenteria y Loiola y seguir, medio escondido por su corta edad, el concurso de piernas que se celebraba cada domingo en Pasai Antxo, antes de que la Guerra Civil acabara con todo esto. El regalo para la ganadora: un par de medias. Se ríe recordando cómo les mandaban para casa cuando les sorprendían.
Estudió bachiller en Donostia, “en el Sagrado Corazón. Íbamos en tranvía y muchas veces volvía andando para ahorrar dinero”. A los 17 marchó a Bilbao “y entre hacerme maestro o marino elegí lo segundo”. A los 19 zarpó y volvió a los 33.
Mira a su alrededor y recuerda que lo que le rodea “era todo un solar” que en la Guerra Civil se “llenó de ratas”.
Hasta aquella Pasaia, relata, llegaron muchos riojanos para trabajar como toneleros, a un municipio con muchos talleres y con Luzuriaga “que en la época de Franco comenzó a hacer armamento”, por lo que fueron numerosas las personas que buscaron su futuro en Antxo.
El Pasai Antxo de hoy le sigue gustando y, asegura, “está muy buen comunicado”. Sale cada tarde, se acerca a casa de su hija, se toma su cerveza y vuelve a su casa, donde vive con su hijo. Ni una avería en el ascensor le mantuvo entre las cuatro paredes de su hogar: bajó los seis pisos que le separan de la calle apoyado en su inseparable bastón y los subió con la ayuda de su hija Arantxa y de su nieta, que llevaba la silla en la que se sentaba a tomar aire en los descansillos. 35 minutos duró la ascensión.
Salir a la calle
“Hay que salir. Para mí es bueno relacionarme, porque si me quedo en casa ¿qué me queda?”, reflexiona este hombre, que lamenta que el amigo que le queda, diez años menor, ya no sale con él los martes y jueves porque la salud no le acompaña.
“Como menos de lo que quisiera para no coger peso”, asegura. Este año no ha podido ser, porque se estropeó el coche de su cuñado, pero el siguiente espera volver a Zaldibia a degustar mondejus en las fiestas de Santa Fe, en octubre. No falla.
Porque no es Guillermo Iguaran un hombre que vive mirando solo al pasado, le gusta leer porque, asegura, “la cabeza hay que alimentarla, hay que estar atento a todo”. La lectura le entretiene, es fiel al National Geographic, pero la televisión no tanto, “la veo muy poco” reconoce un hombre que desde que cumplió los 60 años toma una aspirina infantil cada noche. Y, visto lo visto, funciona como elixir de juventud.
Y la mejor medicina, el cariño de quienes le rodean, sus hijos, nietas, sobrinos... Todo, deseosos de disfrutar junto a Guillermo un día tan especial.