Más de una vez nos habremos encontrado con esta situación, ir a utilizar una bote de tomate que teníamos en el frigorífico para enriquecer una receta y encontrarnos una capa de pelusilla verde grisácea en la tapa o en el tomate directamente. Le ha salido moho. No queda otra que tirarlo para evitar problemas de salud. Y no basta con quitar la parte enmohecida ya que lo más probable es que esté más extendido de lo que se ve.
Este problema, que suele surgir cuando dejamos más tiempo del conveniente un alimento en el frigorífico, además de un potencial problema de salud si no andamos atentos, supone también un agujero en nuestro bolsillo ya que nos obliga a tirar la comida, con lo que supone de desperdicio alimenticio, sino que además también afecta a nuestro bolsillo dado que hay que gastar más en comida y también en envases nuevos ya que el moho también lo contamina.
Qué hay que hacer
De entrada, hay que tener claro que el tomate triturado, frito o en trozos tiene una vida útil bastante corta una vez se ha abierto el bote de cristal, el brik o la lata en el que hasta ese momento se conservaba. Además, si se guarda de forma inadecuada la aparición de esta clase de hongos y antes se echa a perder.
El primer error suele ser guardarlo en el envase original en el que lo hemos comprado, o en el que nosotros mismos hayamos podido hacer la conserva. De hecho, es la primera causa de ese deterioro rápido. Su exposición al oxígeno y a la humedad de la nevera crean el ambiente perfecto para que aparezca el moho en la superficie del tomate. Evidentemente esto es un problema cuando el bote abierto es demasiado grande para lo que necesitamos en ese momento y parte del contenido no se usa inmediatamente. Si no andamos atentos los siguientes días, es fácil que esa sobra acabe en la basura
Los tres trucos
Evitar esta situación es posible con algunos trucos sencillos que ayudan a prolongar la frescura y el buen estado del tomate y de la salsa que se haga con él. En este caso, basta seguir las recomendaciones del especialista en alimentación y divulgador @microbiotasdeacero, y gracias a ellas podremos alargar la vida útil de este producto. Además tiene la ventaja de que no emplean conservantes artificiales que prolongan su vida pero que a veces muchos prefieren evitar y, además, es complicado que tengamos a mano en nuestras cocinas.
Así, el nutricionista y creador de contenido Miodrag Borges, conocido por sus consejos sobre seguridad alimentaria, ha compartido tres métodos eficaces para evitar el deterioro del tomate en bote. Y todos parten de una primera acción, pasar el tomate que no necesitemos, que nos haya sobrado en ese momento a otro recipiente limpio y preferiblemente de vidrio.
Una vez con esto claro, estas son las tres posibilidades:
1. Crear una capa protectora con aceite de oliva:
Es un método sencillo, según explica, basta con, una vez hecho el trasvase a un recipiente nuevo, añadir una ligera capa de aceite de oliva sobre el tomate. De esta forma se impide que se forme moho al crearse una barrera que evita el contacto del alimento con el oxígeno, retrasando así la proliferación de hongos. Este sistema también es recomendado para los botes de carne de pimiento choricero, que también son muy propensos a este problema.
2. Dar un golpe de calor en el microondas:
Este técnica es muy recomendable para cuando en lugar de salsa lo que se busca es proteger tomates enteros, pelados o en trozos, cuando la superficie en el bote nuevo es más irregular y haría falta una mayor cantidad de aceite. Se trata de poner el bote de cristal destapado en el horno microondas durante medio minuto a máxima potencia. Pasado este tiempo, volver a tapar inmediatamente. Tanto con este truco como en el anterior, es obligatorio poner los botes de tomate en el frigorífico para que sea el frío el que haga su parte.
3. Congelar el tomate en cubiteras:
La tercera alternativa es una variante de la primera. Se cambia el envase de cristal por una cubitera y la nevera por el congelador. Es tan sencillo como distribuir la salsa en cubiteras y congelarla. Al hacerlo así nos aseguramos de que después solo usaremos la cantidad necesaria sin tener que descongelar todo, como pasaría si la metemos en una bolsa con este fin, con el riesgo, además, de que tampoco la necesitemos toda en esta nueva ocasión.