Acostumbramos a ver su rostro en televisión. Pero desde hace ya varios años también podemos disfrutar de su prosa a través de los libros que publica, muchos de ellos en clave de thriller. Sobre su nueva aventura literaria, Castigo -que sigue a Delito-, y de sus reflexiones de vida ha querido hablar con nosotros.
¿Cómo ha sido la aventura de retomar este personaje, el del forense Santi Munárriz en esta nueva novela?
-Muy divertida, porque en Delito me daba miedo que se entendiera a Santi, su álter ego Delito. Pero una vez superada esa acogida brutal y la cantidad de lectores que estaban entusiasmados con él, ahora teníamos que darle una vuelta de tuerca. Y lo que se me ocurrió era dejar pasar un lapso temporal, seis meses, en los que Santi -que es superdotado, antisentimientos, asocial...-, no quiere pensar, y hay dos opciones: o se mata, o se va a un lugar en el que le hagan sufrir tanto que tenga que estar cada segundo luchando por su supervivencia. Entonces, decide lo segundo, y Castigo empieza con él aterrizando en el aeropuerto de Barajas. Ha sido muy divertido ya con los personajes consolidados jugar con ellos y hacerles la vida un poco imposible (risas).
Es cierto que no para de meterles en problemas y aprietos.
-Claro, para que el lector no se aburra. La novela es muy intensa, siempre les pasan muchas cosas. También se ríen y tienen momentos muy felices, pero la novela es muy intensa porque mi cabeza está todo el rato inventando y fantaseando con cosas que luego llevo a la historia.
Lo que está claro es que en esta nueva novela, además de en el mundo criminal, ahonda también en los entresijos de la televisión. Viniendo de donde viene, es algo inevitable, ¿verdad?
-Bueno, los abogados escriben novelas de abogados... (risas). Para mí es muy fácil, y a la vez para el lector es muy divertido, porque de alguna manera lo cuelgo sobre el techo y va viendo a la vez todo lo que ocurre, lo que él ve en pantalla y cómo se mueven los hilos detrás, cómo la directora le dice a una presentadora que apriete más a una entrevistada para que llore, cómo los contertulios se pican en la publicidad, cómo uno decide ser más agresivo para que le contraten más veces y ganar más dinero, cómo se eligen presentadores... Me gusta jugar a eso, a hacer que el lector sea omnipresente en una cadena de televisión.
¿Cree que a los lectores les están sorprendiendo estos entresijos?
-Yo creo que sí, y les gusta saber porque al final la televisión es algo que se consume mucho y de manera diaria. Puedes intuir cómo funciona pero no sabes. Y a veces el lector dice: “¿Qué pasará en las publicidades?”. Cuando vuelves de publicidad no hay nada peor que decir: “Bueno, hemos estado hablando aquí de un montón de cosas”, y el espectador no se siente incluido. Por eso yo los incluyo en todos los aspectos de la tele.
En esta novela encontramos la siguiente frase: “Las dos saben que las historias hay que contarlas, aunque te revienten por dentro”. ¿Alguna vez le ha pasado?
-Sí. Yo creo que todos los periodistas sufrimos. Parecemos de hielo, pero sufrimos cuando contamos las cosas. Lo que pasa es que tenemos cierto callo y solemos no emocionarnos o intentarlo al menos en directo, pero nos llevamos a casa las historias. Yo me las llevo, y pienso en las víctimas, pero sobre todo si es algún fallecido pienso en los que se quedan. Son cosas que a mí me quedan siempre en la cabeza y que de alguna manera voy soltando en las novelas. Y reivindico a las otras víctimas, que son los supervivientes.
En ese sentido, ¿a usted como madre también le pasa como a su personaje, a Berta, que desde que descubre que va a ser amatxu hay temas que le afectan más?
-Claro, es como cuando has tenido un cáncer si eres periodista y tienes que dar noticias del cáncer. Todo lo que te ha tocado de cerca lo sientes más porque sabes cómo se sienten esas personas. Entonces, cuando yo escribí No soy un monstruo cuando mi hija mayor era pequeña y el niño que desaparece tenía la edad de mi hija para mí fue muy angustioso. Y en esta novela, que hay niños que sufren, para mí también es muy angustioso. Pero quizá por eso soy capaz de describir de manera tan precisa las emociones, porque yo sufro mucho -tengo que aprender a sufrir menos-, y Castigo también es un poco eso, las veces que sufrimos sin necesidad y cómo nos damos cuenta de todo eso cuando el sufrimiento es de verdad importante.
Los forenses, ya lo dice en la novela, tienen el humor negro forense. ¿Los periodistas también tenemos el humor como mecanismo de defensa?
-Los periodistas sí. Siempre tienes ese humor negro en el que tienes que soltar algo porque es que es la manera de pinchar el globo del dolor. Y lo haces con todo el respeto, pero a veces entre compañeros sueltas algo, que es como abrir la válvula de olla.
¿Cuánto siente que hay de usted, de sus anécdotas y vivencias en sus personajes?
-Todo. Yo creo que mis personajes son muchas de las aristas que soy yo o he visto. Pero hay mucho en ellos de eso, de sufridores, de no creerse que valen, de estar todo el rato preguntándose si caerán bien... Yo por ejemplo soy muy mala para hablar con jefes, porque me bloqueo. Soy incapaz de subir a los despachos a hablar con los jefes, y yo creo que hay mucho de mí. Castigo es castigo porque nos castigamos todos en exceso.
En esta obra encontramos además a los conocidos como incels. ¿Cómo llegó a esta historia?
-Porque la hemos contado. Pero pasa desapercibida, ¿verdad? Y fíjate que debería ser conocida, y me asombra que todo el mundo se asombre. Es real, los nombres que doy son reales y está esa esfera de internet de un pequeño grupo de hombres muy radicalizados. Son incels porque son célibes involuntarios, y creen que tienen derecho, por el hecho de ser hombres, a tener relaciones sexuales con las mujeres pero que las mujeres somos unas arpías que los odiamos y que solo nos fijamos en los malotes y merecemos ser castigadas por ello. Ha habido en la última década varios atentados a imitación del primero que dejó una especie de testamento visual antes de ir a matar mujeres y que han perpetrado incels por ese odio hacia las mujeres.
¿Siente que la labor de la literatura también es visibilizar y concienciar?
-Yo creo que sí, que la literatura también está para eso, para contar esas historias.
Lo que hemos descubierto es que en televisión y en la literatura está en su zona de confort. ¿Hay algún otro rincón en el que se sienta así?
-Pues mira, he empezado un máster en Inteligencia Artificial generativa, porque me gusta mucho la tecnología y hay que reciclarse. Y, ¿sabes qué pasa? Que con la edad aprendes a hacer que tus zonas de confort sean cada vez más grandes, y a lo que no es tu zona de confort lo mandas a la mierda, y a la que no es tu persona de confort también. Es una de las cosas que da la edad, el disfrutar de todo un poco más.
¿Nos regala algún deseo de futuro?