Fecha: 22/12/2022. Lugar: Navarra Arena. Incidencias: Unas cinco mil personas, todas ellas en pista (no abrieron la grada). El concierto comenzó con diecisiete minutos de retraso y duró una hora y media.
En estos tiempos líquidos que vivimos en lo que todo es tan fugaz, puede que no sorprenda tanto el vertiginoso éxito de una artista que, pocos meses después de publicar su primer disco (La emperatriz), viene a Pamplona y actúa ni más ni menos que en el Navarra Arena. Es cierto que el pabellón no abrió la zona de gradas, pero no es desdeñable la hazaña de reunir a unas cinco mil personas un jueves pre navideño. Y no es un hecho aislado; la catalana ha actuado en las últimas semanas en el Wizink Center de Madrid y en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Un éxito rápido e incontestable que el tiempo se encargará de certificar si también se convierte en duradero.
Con los quince minutos que, desgraciadamente, se han convertido en retraso de rigor en este tipo de eventos, por fin se apagaron las luces y estalló un griterío ensordecedor. El público era muy fan (por cierto, lo había de todas las edades y sexos), y se notó desde el primer momento. Un telón de lentejuelas plateadas cubría la parte trasera del escenario y sobre él salían disparadas las luces duras de los focos. No había demasiada escenografía y desde la parte trasera hubo quien dijo que no se oía bien; desde delante hasta más o menos la mitad del Arena se escuchaba con normalidad. Tras una sintonía electrónica, la artista apareció en escena precedida por varias bailarinas y sus dos músicos. Abrieron con In Spain we call it soledad, con Rigoberta luciendo gafas de sol y gabardina blanca. Debajo llevaba el uniforme escolar que se ha hecho célebre, aunque tardaría cuatro canciones en mostrarlo. Su música sonó fresca y ella se movió, cantó, bailó y habló con sumo desparpajo.
En cuanto al estilo, este se encuadra en las nuevas y hegemónicas tendencias musicales. Bases electrónicas, ritmos bailables, voces tratadas, letras que de tanto pretender ser cotidianas y espontáneas a veces muestran cierta pobreza literaria. En el caso de la Bandini, sin embargo, y a diferencia de otras divinidades de la música popular, no se puede negar que su música tiene buena materia prima. Que las canciones son bonitas, vaya. Luego a cada cual le gustará más o menos el envoltorio, pero en el Navarra Arena se vio un magnífico espectáculo de música pop.
Pivotando siempre sobre la electrónica, buscando el baile (Fiesta, Cuando tú nazcas) y sin hacerle ascos a las baladas (Tú y yo, Que vivir sea un jardín), canciones como A ver qué pasa tienen mucho en común con los grandes éxitos de Marisol, Raphael o José Luis Perales, aunque sus arreglos las sitúen en la actualidad. Y qué decir de sus mayores hits, como Perra, cuya brillante melodía llenó el pabellón de móviles, Ay mamá, interpretada en top less por la artista, o el sorprendente popurrí que incluyó composiciones de Rocío Jurado, Massiel o Sergio Dalma. La reacción del público, huelga decirlo, fue entusiasta en todo momento, confirmando que la capacidad de conectar de Rigoberta está en un punto álgido y que es, con merecimiento, una diva del pop actual.