Rovaniemi, la capital de la Laponia finlandesa, se encuentra situada en el Círculo Polar Ártico. No busquen aquí los típicos edificios con solera que nos puedan ayudar a evocar otros tiempos porque el pasado de Rovaniemi quedó convertido en cenizas al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas alemanas abandonaron este territorio.
“Rovaniemi es la Gernika finlandesa. Sus orígenes se remontan a los siglos XI y XII, cuando un grupo de pescadores que operaban en los ríos Ounas y Kemi decidieron asentarse en su confluencia creando un poblado. Éste fue creciendo poco a poco hasta convertirse en el centro comercial de Laponia. Durante la guerra no tenía importancia estratégica alguna, pero en su retirada, los alemanes llevaron a la práctica su política de tierra quemada e hicieron explosionar el depósito de armamento de que disponían. El fuego prendió en las construcciones, todas ellas de madera, hasta que no quedó un edificio en pie”, dice Joshi, estudiante de la universidad de Rovaniemi, que me sirve de guía ocasional.
Me habla de glorias nacionales finesas dentro del campo de la Arquitectura confesándose un rendido admirador de Saarinen y, sobre todo, Alvar Aalto, el hombre que en 1946 emprendió la complicada tarea de levantar una ciudad nueva sobre los rescoldos de la anterior Rovaniemi. Nada que ver la una con otra. Ni tan siquiera los pescadores de hoy mojan sus calzas con el mismo espíritu de sus antecesores.
Visitar a Santa Claus
“Cuando llega el tiempo de Navidad, Rovaniemi adquiere un enorme protagonismo. No es para probar la nieve de cada año en las pistas, sino para visitar a Papá Noel, su atracción más internacional. A las afueras de la ciudad y en una gran extensión se encuentra no sólo la casa del barbudo bonachón, sino también un centro comercial de juguetes de dimensiones inimaginables”, continúa.
Antes de llegar a ella nos acercamos a uno de los lugares más fotografiados, el poste que indica que a partir de ese punto hacia el norte es territorio ártico. Una gran masa de nieve cubre parte del complejo dedicado a Papá Noel o Santa Claus. No me extraña que los niños entren en él con los ojos como platos, porque el montaje es impresionante.
La cabaña donde vive Santa Claus, obviamente de madera tratándose de Finlandia, tiene un interior pleno de luz y colorido. Te muestran las mesas sobre las que descansan las miles de cartas de niños que se han recibido procedentes de todo el mundo. Cerca, colgado en una pared, se ve un teléfono que pondría los dientes largos a cualquier anticuario. O la cama, bien cubierta de colchas, aunque apostaría que el bonachón tendrá que hacer malabares para entrar en ella por muy acurrucado que duerma.
Promesas de buena conducta
Pasillos y habitaciones llenas de paquetes de regalos que esperan la señal de partida por los cielos de la fantasía. El momento cumbre de la visita es, por supuesto, en encuentro con el hacedor de tantas ilusiones. Sentado en una especie de trono encontramos la venerable figura, siempre rodeada de niños que, asombrados y en pleno éxtasis, prometen ser buenos el resto de sus vidas.
“Aquí donde lo veas, Papá Noel tiene que escuchar cada día las peticiones más extrañas que imaginarte puedas. Incluso hasta alguna reclamación paterna que, en plan broma, le echa en cara los anticipos que hizo tiempo atrás en su nombre”.
El ambiente es muy cordial y el idioma que se utiliza en tan impresionante encuentro es el internacional. “En inglés y, en el peor de los casos, a lo indio”, dicen a mi alrededor. Pero lo que valen son las fotos con el personaje que posa por contrato. Consigo sacarle a la puerta para que nos presente al único reno que tiene nombre, el inefable Rudolf. Encontramos al animal escarbando en la nieve en un intento de localizar pasto.
Curiosamente, la figura de Santa Claus está basada en San Nicolás, arzobispo del siglo IV de la ciudad turca de Myra y que destacó por proteger a los niños. Cuenta la leyenda que resucitó a tres criaturas que habían sido descuartizadas por un carnicero, lo que llevó a que en toda Europa se le representara vestido de obispo y con el macabro detalle de un puchero a sus pies con tres cuerpecitos dentro. ¡Tela de iconografía!
No abandono el lugar sin hacer la pregunta del millón: ¿Papá Noel ha vestido siempre de rojo? “No. Originalmente lo hacía de verde, azul, amarillo y hasta negro. El cambio de color de su uniforme obedece a la fuerte campaña publicitaria de un conocido refresco que lo utilizó en 1931”, me aclaran de una vez y por todas.
Calendarios para todas las razas
Los lapones no han necesitado calendarios para determinar cuándo llega el solsticio de invierno coincidente con la Navidad cristiana. Se lo dicen los astros desde un cielo que apenas si tiene secretos para ellos. “Me sería imposible dar alguna pista de cómo se hace el cálculo, porque es una información que va transmitiéndose de generación en generación. Hay muchas leyendas que se van aplicando a cada momento”, dice Joshi.
El árbol es un símbolo de vida para los lapones. Es curioso verles abrazándolos en un intento de sentir la circulación de la savia para aprovechar las propiedades saludables que creen que posee. “A fin de cuentas, ¿no se ha universalizado eso de tocar madera cuando se intenta alejar un mal?”, me indican.
La costumbre de colgar regalos de los árboles de Navidad sólo ha podido tener su origen en Finlandia, el país de los bosques, donde los árboles han sido siempre el origen de las cosas buenas. La afición de estas gentes por la pesca es algo consubstancial con su forma de vida, sobre todo en zonas como Rovaniemi, cuya arterial fluvial principal, el Kemijoki, siempre ha sido la meta de cualquier pescador de salmón que se precie. Lo mismo ocurre con quienes practican el esquí de fondo, deporte de competición desde finales del siglo XIX. “Es la más antigua disciplina deportiva que se practica en la región”, apunta mi acompañante.
Costumbres exportadas
La costumbre que tenemos de adornar las casas con hiedra y acebo procede de estas tierras nórdicas, donde siempre ha existido la creencia que de esa forma expulsaban de sus hogares a los malos espíritus. Muchos años antes del nacimiento de Cristo, los escandinavos encendían un leño cuando se producía el solsticio de invierno, lo que luego se ha dado por llamar el Leño de Pascua.
Podría decirse que este símbolo es un recuerdo de aquellos fuegos del solsticio invernal, semejantes a los del verano con las hogueras de San Juan. La influencia cristiana motivó que aquel madero que originalmente supuso un reconocimiento a la Naturaleza se convirtiera en el Cirio Pascual con el que tradicionalmente se iluminaban los hogares en la noche de Navidad. En algunos lugares los restos de este leño se guardaban porque se decía que tenían propiedades mágicas que preservaban al hogar de elementos malignos.
UN CALENDARIO PARA CADA CULTURA
Hacer coincidir la Navidad siempre en la misma fecha fue el caballo de batalla del papa Gregorio XIII. En 1582 reformó el calendario por el que hasta entonces se regía Roma en un intento de cristianizar las costumbres paganas que aún quedaban. Así nació nuestro actual calendario llamado gregoriano en recuerdo de aquel pontífice.
Sin embargo, otras culturas siguen apegadas a sus tradiciones. El día de Año Nuevo se celebra en China el primer día de luna, entre el 21 de enero y el 17 de febrero. En los países islámicos, esa fecha conmemora la huida de Mahoma de La Meca a Medina y su correspondencia con el calendario gregoriano está determinada por el movimiento de la luna. En Israel el Año Nuevo corresponde al primer día del séptimo mes de su calendario, aproximadamente el 22 de marzo, y consiste en diez jornadas de fiesta llamados Días de Arrepentimiento.
El Año Nuevo japonés viene casi a coincidir con el cristiano, mientras que el calendario tamil que se usa en Sri-Lanka lo sitúa el 13 de abril. En la India llega a finales de octubre y comienzos de noviembre, y tanto en este país como las comunidades hindúes en el mundo lo celebran con un solemne baño de perfumes.
Un árbol de amplio ramaje
El árbol de Navidad se consolidó en Alemania y pasó a Inglaterra. Goethe, en el relato que hace de las desdichas de Werther, asegura haber visto el primer árbol de Navidad en 1765 en Leipzig. Apunta además que de sus ramas pendían, además de golosinas, las figuritas clásicas de un belén: el Niño Jesús, la Virgen, San José, el asno y el buey.
En el país de la foresta, donde la madera ha sido siempre una de las materias principales de su economía, se adornan los árboles navideños de una forma muy curiosa: en la parte superior colocan la bandera nacional, y en las ramas banderitas de todas las naciones como un símbolo del mensaje de Navidad: “Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”.