Cuenta Bryan Hoskins que a lo largo de sus sesenta años se ha llevado muy malos golpes. Los de toda la vida trabajando en el andamio como albañil autónomo, por ejemplo. O los del rugby, popularísimo en su Cardiff natal, la capital del País de Gales. Pero ninguno como el del lunes por la mañana en Pamplona.
En un abrir y cerrar de ojos, sin verlo venir, un cabestro –la única palabra en castellano que pronuncia durante toda la entrevista– le atropelló con violencia en la entrada de la plaza, ya casi con el encierro acabado. El corpachón enorme de Hoskins rodó por la arena y al levantar sintió un pinchazo como nunca. Eran las seis costillas que le acababa de romper el animal.
Lo narra con resignación, boqueando en busca de oxígeno a cada palabra. Le esperan unos días más de ingreso, un tedioso viaje en coche de vuelta a su país –porque no es recomendable que coja el avión en estas condiciones– y tres meses de convalecencia. Pero es lo que hay, viene a decir.
23 años viniendo
Hoskins conoce bien Pamplona. Su hermano le metió el veneno en el cuerpo hace 23 años, y desde entonces. Ahora también viajaba acompañado por su hermano, su sobrino y unos amigos –“De todas partes del mundo”, subraya–, hechos a fuerza de años de encierros y momentos.
Recuerda el momento del accidente. Corrió el último tramo, el del callejón. En un momento dado, ya en la plaza, pierde de vista a tres toros. Cuando se pone a buscarlos para cogerlos, le atropella un cabestro enorme. El resto es conocido.
Incómodo y quizá apesadumbrado por la situación –las gafas de oxígeno, el dolor, la lejanía del hogar...–, Hoskins reflexiona si no será momento de darse un break de los encierros. Hace unos diez años, recuerda, ya se rompió la mano en la carrera.
Pero nada que ver con una serie de fracturas tan aparatosa como la de ahora. Y es autónomo y sigue trabajando. “Sé cómo va el encierro, puedes tener un accidente. Ya los he tenido. Pero hay que asumir el riesgo, así es esta fiesta”.