Decía Ortega y Gasset que la vocación es “una voz extraña, emergente de no sabemos qué intimo y secreto fondo nuestro, que nos lleva a ser lo que tenemos que ser”. Félix Macua (Dicastillo, 1944) lo comprendió desde el principio.
Periodista durante más de 40 años, quiso dedicarse tanto al dibujo que, después de graduarse en Bellas Artes tras su jubilación, hizo una tesis sobre el dolor en la pintura, un tema que para Daniel Tamayo, profesor y amigo de Félix, “se adecuaba perfectamente a su formación periodística”. A partir de ese momento, el arte se convirtió en su nueva expresión de periodismo.
Su último libro publicado, Los últimos predigitales de Dicastillo revela la armónica sinergia de estas dos disciplinas. “No iba mucho al pueblo, pero cuando iba cogía el móvil y sacaba fotos a los vecinos con posturas espontáneas. Esa era la clave; que no posaran. De otra manera los dibujos habrían perdido gran parte de su naturalidad. Los retratos debían hacerse sin ningún tipo de pretensión”, explica.
Comenzó en 2018 dibujando con lápiz a sus familiares y amigos más cercanos “por puro entretenimiento”. Sin embargo, algunos vecinos fueron los siguientes en convertirse en sus modelos. De golpe acumulaba más de un centenar de retratos de gran valor etnográfico y social. “Quería dejar un recuerdo colectivo de las personas que han vivido los grandes cambios de los últimos dos siglos. Antes de la primera revolución tecnológica y agrícola nuestra vida era casi medieval: cartillas de racionamiento, solo podíamos usar la luz durante cuatro horas, vivíamos del campo y no teníamos, por ejemplo, televisión. Con todos los avances que llegaron vivimos una ilusión inalcanzable que nos hacía soñar”, confiesa.
De esta manera, lo que Daniel Tamayo llamaba “arte útil” se hace visible en los retratos de Félix. “Nunca he buscado que los dibujos sean perfectos, sino que tengan una utilidad social. Por un lado, quiero mostrar un colectivo amplio que ha vivido y que seguimos viviendo muchas cosas. Por otro lado, hubo un momento en el que me di cuenta de que debía cuidar la ropa porque puede servir para el futuro, para que se vea cómo vivíamos y nos vestíamos antaño”.
El libro, además de los cientos de retratos, incorpora un prólogo en el que se cuentan todos los recuerdos de su juventud en Dicastillo. “El inconsciente periodístico siempre ha estado ahí. Los trabajos predigitales cuentan por sí solos algo anterior a lo que tenemos ahora; hablan de las vidas de muchos, pero el texto consigue narrar algo que mis dibujos no pueden explicar, que es el modo de vida de antes. No puedo enseñar que una persona trabajaba mucho en el campo con un dibujo. Lo que se ve en las imágenes es lo actual y también se debe contar la historia de antes”.
La pandemia retrasó los tiempos de Félix y muchos de sus retratados, de sus vecinos y quintos de Dicastillo, no han podido encontrarse con sus esbozos. Por eso, “este libro sirve como homenaje. Muchas veces no son los protagonistas, sino sus familiares, los que me agradecen los dibujos; incluso, me piden los originales. No los vendo porque se perdería el valor colectivo que he querido perpetuar”, señala. Se trata de una generación que ha quedado inmortalizada.
El proceso de elaboración de los dibujos parte de un lápiz —equiparable a los tizones con los que se esbozaron las primeras líneas en las cavernas prehistóricas— porque, según comenta, “es el método más rápido. Muestras lo más elemental que se puede contar de alguien. Es un material muy simbólico que cuenta toda nuestra historia”.
Félix no solo pone la vista en el pasado y en el presente, también en un futuro que le resulta “alucinante”. Confiesa que “va a ser difícil que los más mayores nos vayamos a integrar plenamente en una nueva realidad que nos supera y que, incluso, supera a los jóvenes, pero somos testigos de todo lo anterior; somos asistentes del cambio”.
Por esta razón, cuando piensa en el devenir de la sociedad, plantea la hipótesis de que “los nacidos después de la pandemia que lean estas líneas dentro de veinte años nos verán como una curiosidad prehistórica. Al menos, si nos miran, sabrán que existimos”.
Así, los 136 protagonistas y paisanos de las historias entre dos realidades perduran en el tiempo y en el papel. Todo ello porque a Félix Macua, periodista y artista, le dijo una voz extraña qué tenía que ser. Y escogió serlo.