La pérdida de calidad del trabajo entraña costes tanto para la empresa como para el trabajador, muchas veces difíciles de observar a corto plazo, pero que siempre están presentes a medio y largo plazo. Ante la materialización de los riesgos psicosociales, el profesional va a padecer una serie de efectos negativos que afectarán a un gran número de aspectos de su vida cotidiana, en tanto incidirán no sólo en su salud física y psíquica, sino también en sus relaciones sociales y familiares, con el evidente deterioro que igualmente se producirá a nivel profesional. La naturaleza y gravedad del daño dependerá principalmente del tipo de factor de riesgo, de su intensidad, duración, frecuencia, predictibilidad o controlabilidad, así como del significado que tiene para la persona en cuestión así como de sus recursos para afrontar la situación. Además, las consecuencias no sólo van a repercutir en la salud física y mental de los trabajadores y trabajadoras, y a nivel laboral –despidos, cambio de funciones, abandono, etc.-, sino que también van a verse afectadas sus relaciones sociales, familiares, de pareja, por no olvidar las consecuencias económicas, sociales y organizativas para la empresa (menor rendimiento, empeoramiento del ambiente laboral, aumento de la siniestralidad, etc.).
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