Quienes hemos tenido cerca a una de esas personas que han trabajado toda su vida fregando escaleras, sabemos que es un trabajo tan digno como poco reconocido. Labor silenciosa, casi invisible, de la que solo nos acordamos cuando falta, por desgracia, pero que damos por sentado y que desde luego no valoramos como merece cuando está. Algunos, otros se piensan que porque alguien lleve un uniforme de limpieza y esté utilizando una fregona, bueno, pues poco menos que merece que le miren por encima del hombro.
La clase, evidentemente, se tiene o no se tiene, pero no viene con el bastón de mando. Y por cierto, para fregar escaleras, igual que para ser alcaldesa, no vale cualquiera.