Dirección: Park Chan-wook. Guión: Park Chan-wook y Jeong Seo-Gyeong. Intérpretes: Tang Wei, Park Hae-Il, Park Yong-woo, Yoo Seung-mok, Kim Shin-young y Lee Jung-hyun. País: Corea del Sur. 2022. Duración: 138 minutos.
Como un huevo Kinder, cuesta trabajo determinar si lo que importa en “Decision to Leave” habita en su armadura de “thriller” o en su corazón de romance melodramático. Tal vez el secreto de su magnetismo resida en no saber qué nos atrapa porque, en la vida, las cosas nunca seducen por lo que queremos creer. Así que la cuestión no reside en definir si “Decisión de irse” responde a un “noir” sin hiel o si asistimos al naufragio de un amor inspirado por Won Kar-wai.
Si además, las escenas de violencia y persecución se ven sazonadas con humor grueso y esperpento oriental, queda claro que, lejos ya de su trilogía de la venganza, Park Chan-wook sigue empeñado en subvertir los géneros. Antes de que el personaje de la excelente Tang Wei decida irse, el filme nos ha regalado amor extremo sin sexo explícito y se ha abismado en crímenes con la violencia fuera del plano y con asesinatos donde la sangre se disuelve porque el agua, caiga del cielo o venga de la tierra, todo lo limpia.
Pero recapitulemos. Park Chan-wook (Seúl, 1963) (se nos) apareció hace 23 años, con “J. S. A.”. No era su primer largometraje. Había rodado dos filmes de los que reniega. De hecho, tras aquellos “fracasos”, Chan-wook trabajó como crítico analizando el cine de los demás. Aquella “Zona conjunta de seguridad”, sobre el averno que separa las dos Coreas, marcó su despegue y el advenimiento del cine de Corea del Sur. Hoy, los directores coreanos se citan entre los mejores del siglo XXI. Y de entre todos ellos, Park Chan-wook, junto a Bong Joon-ho, representan el modelo más exportable e imitado.
Un modelo que amaneció rompedor y “destroyer”: “Sympathy for Mr. Vengeance” (2002), “Oldboy” (2003) y “Lady Vengeance” (2005). Tras aquella descarga brutal, Park Chan-woo decidió avanzar por el camino de la experimentación. Alternó aventuras en formato de cortometraje con distopías de robots e incursiones de vampirismo y sed sacerdotal. Así llegaron sus dos últimas películas antes que ésta: “Stoker” (2012) y “La doncella” (2016). La primera, obedecía a una reescritura del mundo de Hitchcock y sus malabarismos; la segunda, una incursión de alto voltaje erótico y una inmisericorde crítica a la relación movediza y tensa entre Japón y Corea.
“Decision to Leave” parte del legado del autor de “La ventana indiscreta” para, a partir de un esquema clásico, mucha contención y sutileza extrema, ahondar en los enigmas del deseo, el deber y la duda. Temas como el fetichismo, el voyeurismo y el suspense, dejan indelebles en el guion de “Decision to Leave” las intenciones de Park Chan-wook, su empecinamiento en nadar a contracorriente para explorar lo que todavía conserva algún eco enigmático.
El que arranca con el filme, parte de un esquema de honda raigambre. Un comisario de policía de mediana edad, con matrimonio sin fuego y cicatrices sin cerrar, en mitad de un caso irresuelto, se enfrenta a lo que parece un accidente de montaña. Las primeras noticias sugieren que tal vez fue un suicidio, pero la visión de la viuda del fallecido despierta sospechas de crimen pese a su sólida coartada y ningún indicio. Con ese arranque, articulado en dos actos como “Vértigo”; con un policía obsesionado con su “sospechosa” y con usos y recursos simbólicos: las cenizas (de los muertos), la niebla, el mar, la repetición y la (in)comunicación por idioma, se genera un vertiginoso juego de simetrías y espejos.
Chan-wook nos obliga a abrazar los temores de Hitchcok con las pesadillas de Bergman. Del sueco extrae las perturbaciones sobre la identidad, la pulsión sexual, el sueño y la vigilia. De Hitchcok el manierismo y las sombras de alta orfebrería. Ese tempo reposado, pleno de asideros, hace que Chan-wook levante un filme incómodo, arriesgado e hipnótico. Deforma las claves del género, obliga al público a no precipitarse, usa y abusa del extrañamiento y la ambigüedad y genera una angustiosa sensación sobre la que aletean muchas más ideas y emociones de las que aquí se pueden enumerar.
La máscara viva: Emily
Dirección y guión: Frances O’Connor. Intérpretes: Emma Mackey, Adrian Dunbar, Oliver Jackson-Cohen, Gemma Jones, Fionn Whitehead y Alexandra Dowling. País: Reino Unido. 2022. Duración: 130 minutos.
Entre desconocedores, perezosos y gentes con prejuicios, “Cumbres borrascosas” suscita desconfianza, suena a rancio. Pero eso es algo contra lo que el cine lucha desde hace, al menos, cien años. Decenas de adaptaciones avalan el magnetismo de este folletín gótico-romántico cuya prosa alberga infinidad de aristas. Estamos ante un relato fundacional que lacera e inquieta. Gentes como William Wyler, Jacques Rivette, Robert Stevenson, Andrea Arnold, Yoshishige Yoshida, André Téchiné y Luis Buñuel, se sumergieron en los pliegues de este romance más áspero, cruel e inquietante de lo que a simple vista se quiere creer.
Lo que Frances O´Connor proyecta con su ópera prima sabe estar a la altura de quienes le precedieron. Bajo la apariencia de un “biopic” convencional, “Emily” dinamita todas las normas. Con pólvora en las uñas y tensión en los ojos, la directora funde los datos anecdóticos de Emily con las emanaciones de su obra literaria para levantar una extraña propuesta que sorprende y fascina al mismo tiempo.
Durante los primeros minutos, “Emily” se disfraza de ortodoxia televisiva. En ese arranque, la percepción de que se está bajo la sombra de la BBC amenaza con anclarse en cierta contención y autocomplacencia. Falsa alarma.
“Cumbres borrascosas”, la única novela de Emily Brontë, fue escrita en 1847. Publicada bajo seudónimo masculino, las mujeres no podían ser consideradas como escritoras, nació en el peor de los tiempos. Tiempos negros. Fue la suya, (Dickens dixit), una edad oscura de tuberculosis y cólera. Días de guerras civiles y guerrillas, era la hora de las desigualdades y las migraciones masivas. Como ahora.
Transgresora e inquietante, O´Connor, se desliza aquí por un tobogán anímico. De ahí que, bajo el disfraz del siglo XIX, aflore un filme radicalmente actual. Tan pronto se sumerge en lo siniestro como se recrea en la exaltación del folletín. Como las Brontë eran varias hermanas, a veces parece que se nos cuenta una versión de “Mujercitas” pero, no se equivoquen, aquí habitan los monstruos de la insatisfacción humana, el dolor de la existencia y la maldición de la muerte. Esos fantasmas que retrataban tanto Francisco de Goya como Buñuel.
De la (in)utilidad: El Suplente
Dirección: Diego Lerman. Guión: Luciana De Mello, Diego Lerman, María Meira. Historia: Diego Lerman, Juan Vera. Intérpretes: Juan Minujín, Alfredo Castro, Bárbara Lennie, Renata Lerman, Rita Cortese y María Merlino. País: Argentina. 2022. Duración: 110 minutos
El cine de Diego Lerman (“La mirada invisible”(2011) y “Una especie de familia” (2017), no se conforma con adecuarse a las directrices del cine comercial. Siempre hay en él, un toque de compromiso con lo que le circunda; ese “algo más” que imprime a sus historias un evidente contenido de beligerancia y crítica, de descripción y contestación. “El suplente”, presentado en la pasada edición del SSIFF donostiarra, significó el premio a la mejor interpretación de reparto para Renata Lerman, pero probablemente lo más destacado de su trabajo descanse en su labor de dirección, en la concreción de una atmósfera tensa y densa sobre las terribles y temibles condiciones sociales en la Buenos Aires de suburbios y arrabales.
Ubicada en el mundo de las aulas, como el título indica, ese brillante “suplente” que accidentalmente asume impartir un curso en la escuela de barrio donde nació, es un cualificado profesor de literatura que, poco a poco, en contacto con el pasado -él proviene de ese barrio-, se enfrentará con una realidad sitiada por el mundo del narcotráfico y la corrupción.
Ese arranque de cine sobre las dificultades de la educación adolescente en espacios conflictivos, da paso progresivamente a una serie de subtramas donde los orígenes del principal protagonista del filme, muy creíble y ajustado Juan Minujín, y el futuro de alguno de sus alumnos, confluyen en la elaboración de un relato político oscuro y depresivo.
Coproducido por Francia, España, México e Italia, (además de Argentina), lo que da noticia del crédito que Lerman atesora, “El suplente” traslada su alegato del espacio cerrado de la escuela al mundo de la política. De lo micro a lo macro en un filme de acción atosigante y sin futuro. Con él, Diego Lerman vuelve a reencontrarse con Bárbara Lennie, en medio de un elenco de actores que imprime verosimilitud y frescura al relato. Lerman se mueve en ese terreno ya hollado de “cine y aulas”, ese proceso canónico que empieza con el rechazo para culminar con el respeto, la aceptación y la sensación de que la lección ha fructificado. El cineasta no sortea los lugares comunes del “subgénero” pero derrocha sobriedad, sentido del ritmo y ninguna concesión. Eso da sentido a “El suplente”; la evidencia de que el cine de Lerman siempre da algo. l