A punto de cumplirse dos años de una pandemia que ha cambiado nuestras vidas, la exconsejera de Salud vasca, Nekane Murga, recuerda cómo asistió a los inicios de la mayor crisis a la que se ha enfrentado Osakidetza en toda su historia, que además ha afectado al mayor número de pacientes nunca conocido en un periodo tan limitado de tiempo. "Una enfermedad que además requería call center, rastreadores, Atención Primaria, Urgencias, hospitalizaciones, UCIs, coordinarse con los geriátricos... Momentos en los que todos los niveles asistenciales tenían implicación a la vez". "Hubo días que ingresaban 30 ó 40 personas en UCI. Menos mal que había altas porque si no... en diez días tienes 300 personas muy graves", recuerda con angustia.
Estuvo al frente de la pandemia desde el primer momento y la intentó contener hasta septiembre de 2020, cuando fue relevada por Gotzone Sagardui. Usted cuenta que a veces se cruzaba con alguien por la calle y escuchaba; "Mira, ahí va la consejera. ¡Pobre!" ¿Tan malos fueron aquellos días?
-Es verdad que oía "pobre... qué mala cara tiene". Pero yo no me percibía cansada ni física ni psicológicamente. Me percibía ocupada. Tenía encima, es verdad, toda la incertidumbre de aquellos momentos. Pero tenía una absoluta seguridad en la red sanitaria vasca. Cuando acababa, intentaba ir todos los días a un hospital, y me daba mucha seguridad ver a los profesionales y comprobar cómo habían organizado el servicio.
Empecemos por el principio, si le parece. Hace dos años sucedió lo que nadie esperaba, un virus global absolutamente desconocido. ¿Vieron venir el cataclismo?
-Veíamos que esto no era una cosa exclusiva de China. Se veía que podía llegar a Europa y se empezaba a oír lo de Italia, un país con el que tenemos muchas relaciones. Además había habido carnaval, estaciones de esquí, un vuelo directo a Italia desde Vitoria... era preocupante.
El 28 de febrero, Euskadi diagnosticó los dos primeros casos de coronavirus. Pero ustedes ya vigilaban desde antes.
-Teníamos un protocolo de a qué pacientes debíamos realizar el test para saber si portaban o no el virus. Y desde enero habíamos valorado cómo estaban descritas las necesidades sanitarias para la enfermedad y habíamos hecho un modelo para responder. Teníamos tres laboratorios diagnósticos para PCR, habíamos comprado reactivos para las muestras, disponíamos de un call center para que se pudiera llamar, estábamos dando formación en los hospitales a algunos profesionales en cómo ponerse una EPI y cómo atender. También habíamos empezado a preparar las UCI y teníamos escenarios de necesidades. Algunos nos parecían ciencia ficción porque en aquellos momentos nadie preveía algo de esa magnitud.
Pero todo se desbordó de una manera brutal.
-Sí, pensamos que iba a haber una expansión del virus pero creíamos que iba a ser más progresiva. Sin embargo, en un mes el número de personas que necesitó UCI pasó de 0 a 200. En planta pasamos de 0 a 2.000. Y todo de forma simultánea. Nos estábamos preparando para una epidemia de gripe de gran intensidad, con más personas en UCI, pero se desbordó totalmente.
Todo el mundo vio cómo en Wuhan se levantaban hospitales de campaña en un tiempo récord y se confinaban ciudades enteras. ¿Nunca pensaron que iba a llegar aquí con esa crudeza?
-Preparamos áreas de hospitalización en UCI que no tienen nada que envidiar a las de otros países. Recuerdo cómo se transformó el edificio de Consultas Externas de Txagorritxu en una planta de hospitalización con ventilación y tomas de oxígeno.
El hospital de Txagorritxu fue la zona cero del virus en la CAV.
-Sí, en Araba el número de infectados fue más alto. Porque el virus era más difícil de rastrear que lo que creíamos. Pensábamos que el número de asintomáticos que contagiaba era muy bajo y ahora sabemos que contagian mucho. Y rastrear una enfermedad en la que hay muchos contagiando es muy difícil porque no sabes quién es la persona que ha contagiado. Así es difícil parar la cadena de transmisión. En Vitoria se generaron focos que se transmitieron muy rápido a través de actos sociales, del entorno escolar... También hubo personas infectadas que ingresaban en hospitales con otras enfermedades que quizá estaban relacionadas con el covid, como trombosis, pero entonces no lo sabíamos. Y hubo pacientes y profesionales afectados.
Dígame; ¿qué fue peor? ¿El desconocimiento sobre cómo abordar la enfermedad o la carencia de material tipo EPIs?
-Realmente todo era difícil de gestionar. En ese momento preocupaba todo. El número de ingresados en UCI aumentaba y no se parecía en nada a los cuadros gripales. Había cuadros de trombosis, embolias... que no éramos capaces de tratar. Y, por supuesto, también veías los riesgos que suponía no tener el material necesario que habíamos comprado, pero que no nos llegaba porque se acababa. Se produjo un desabastecimiento global. Se pararon fábricas porque no había materias primas. Nos encontrábamos con que nuestros suministradores habituales de mascarillas no nos las vendían. Eso pasaba también con batas, con gafas para evitar secreciones. Ocurría hasta con medicamentos.
Y era un suma y sigue...
-Había gran cantidad de problemas y todos tenían importancia. Por ejemplo, cuando te explicaban lo que sucedía en las residencias, o cómo tenían que actuar las funerarias con los fallecidos. Había que disponer de ambulancias para los traslados, o había que explicar a los taxistas cómo desinfectar los vehículos para ayudar en desplazamientos.
Al principio tampoco se disponía de muchas pruebas PCR.
-Es que había un número limitado de reactivos y de hisopos en el mundo. Osakidetza, durante un tiempo, hizo las pruebas de manera manual y fuimos capaces de no depender de los sistemas automáticos.
Usted, en el verano de 2020, fue la primera persona que usó el término tsunami y se adelantó a la nueva ola gigante que se venía encima.
-Sí, usé tsunami y me pusieron verde. Pero es que se veía que se daban unas condiciones parecidas a las de enero y febrero. Habíamos conseguido tener una incidencia bajísima con el confinamiento. Pero en julio empezaron a aumentar los casos esporádicos. Implantamos una red de rastreo (que fue cuando contratamos a los rastreadores) porque había un porcentaje de personas con las que no estábamos siendo capaces de cerrar el círculo para cortar la transmisión. Me pareció que eso se estaba viendo en agosto, y que antes o después iba a explotar.
Cuando en julio de 2020, anunció que en Euskadi había que usar mascarilla. ¿Imaginaba que iba a quedarse tantos meses?
-No. En absoluto. No me imaginaba que esa obligatoriedad llegaba para quedarse al menos dos años. La verdad es que recuerdo que había mucha presión social para hacerlas obligatorias, pero lo que más me ha sorprendido es lo que ocurrió a partir de la vacunación.
Ibamos superando fases de vacunación y nadie vaticinó las sucesivas olas, la quinta, la sexta...
-Sí, eso es algo que nadie esperaba. Aunque lo cierto es que tampoco sabíamos que, con este tipo de vacunas, reduces la gravedad de la enfermedad pero puedes transmitirla y eso fue algo que se infravaloró por parte de todos.
¿Usted se ha llegado a contagiar de coronavirus?
-Si, sí también me he contagiado. Pero fue un año después. Justo cuando salíamos de la tercera ola, fue después de Reyes de 2021.
En su mandato se decretó en la CAV la primera emergencia sanitaria. Luego ha habido otras dos.
-Sí. Además, como teníamos focos, cerramos el curso unos días antes en determinadas áreas y también decretamos la emergencia sanitaria previamente a lo que se declaró a nivel estatal.
Y ¿por qué siendo una de las comunidades con restricciones más severas y más tempranas, hemos estado a la cabeza de contagios, y con unas incidencias tan altas?
-El elevado número de pruebas diagnósticas es uno de los factores. Porque hemos sido una de las comunidades con más capacidad de diagnóstico. Hemos identificado muchos casos, lo que ha hecho que tengamos incidencias más altas. Pero lo que no engaña son las camas UCI y las camas de hospitalizaciones y, es verdad, que hemos tenido cifras muy elevadas. También es cierto que aquí tenemos población de más edad, bastante más que en otros lugares, y ese es otro factor que implica tener más casos y más graves. Y luego, probablemente, hay otras causas como la vida en interiores, o nuestra forma de interrelacionarnos y de celebrar.
Afortunadamente en las residencias no ha habido tantas víctimas como en otras comunidades.
-Es que hemos estado permanentemente en contacto con las diputaciones. Integramos las residencias dentro de la red sanitaria, pusimos responsables en cada uno de los tres territorios. Profesionales de Osakidetza fueron a diario a las residencias para valorar la situación y para que no se propagara el virus. Preparamos centros específicos para personas con pocos síntomas para una convalecencia mejor.
En su época, incluso empezaron a planificar una estrategia de vacunación.
-Sí, como dejé de ser consejera en septiembre, empezamos a preparar todo el dispositivo. Sabíamos que las vacunas iban llegar pronto. Creíamos que podían incluso solaparse con la campaña de la gripe. Y se empezó a diseñar sitios para la vacunación, aparte de los centros de salud. Esto no se prepara en 15 días, cómo llamar a la población, en qué tiempos, comprar jeringuillas, qué tipo... esta estrategia se realiza con meses de antelación.
Según su balance personal, ¿qué se hizo bien y qué mal?
-Creo que el balance general es más de aciertos que de errores. Estoy muy orgullosa de toda la organización sanitaria y de la población en general. De cómo respondieron los profesionales, de los voluntarios que hubo en muchas áreas... Creo que, con el tiempo, se valorará que en aquellos meses, en los que se exigió muchísimo, el trabajo realizado fue muy positivo.