Guille Iraola llega a la entrevista con una libreta pequeña. En ella tiene apuntadas sus tareas para el día. Primero, la charla con NOTICIAS DE GIPUZKOA, después ir a Correos a enviar unos paquetes… llega también con una mochila en la que guarda esos paquetes y más libretas. En una de ellas, por ejemplo, tiene apuntado lo que hizo el día anterior. Apuntar todo lo que ha hecho y lo que tiene pendiente es una de las rutinas que ha adquirido para organizarse, como también lo es ponerse alarmas en un reloj, repartir el día por tramos o prescindir en determinados momentos del teléfono móvil. “Si no tuviera esa disciplina que he conseguido…”. No termina la frase, porque posiblemente la completaría diciendo algo así como “mi vida sería un caos”.
Guille, lasarteoriatarra de 46 años, tiene altas capacidades y TDAH (déficit de atención e hiperactividad), lo que se denomina una doble excepcionalidad. Un cóctel que resulta muy complicado de gestionar. Posee una gran inteligencia –tiene mucha facilidad para los estudios y los idiomas, por ejemplo– y un enorme perfil creativo, pero el déficit de atención y la hiperactividad lo complican todo. “Soy un despistado patológico”, resume en un momento dado. A él no acaba de gustarle esa expresión, pero para los profanos en la materia es un buen resumen. Se podría decir que cualquier estímulo externo le despista y le saca de la tarea que tenía pensado hacer. Pone un ejemplo: “Vas a la cocina a coger algo del frigorífico, pero por el camino te encuentras una chapa que habías dejado a medio hacer y ni llegas a la cocina porque vas al ordenador para acabar el diseño de esa chapa, pero mientras el ordenador se enciende se te ocurre otra cosa”. Así, “continuamente”, con todas las dificultades que eso conlleva, una situación que se podría decir que ha “aprendido” a controlar a base de “mucho esfuerzo”.
“Tuve una infancia normal”, rememora Guille, “para empezar, porque no había tanto foco sobre la salud mental en los niños. Yo ya veía que mis ritmos eran distintos, por ejemplo por las mañanas me atoraba mucho pero dejaba preparado todo desde la noche anterior. Creo que por las altas capacidades desarrollé técnicas para compensar rasgos del TDAH. Por ejemplo, tengo discalculia –que supone dificultad para reconocer números o tener problemas para conectar los símbolos numéricos con sus palabras correspondientes, por ejemplo– y ahora veo mis exámenes de matemáticas y alucino que los hiciera, pero es que lo aprendía de memoria y luego lo volcaba en los exámenes. Mi época universitaria también la llevé bastante bien. Estudié Farmacia en Barcelona y Santiago de Compostela, era el típico que organizaba todos los saraos, aprendí catalán y gallego...”.
Los “problemas” empezaron a llegarle ya “bien entrada la edad adulta”: “Volví a Lasarte-Oria después de varios años y me topé con las responsabilidades normales como son trabajar o pagar las facturas, por ejemplo. Hay una cosa que es el coste económico que supone tener TDAH, porque se te pasan facturas y luego tienen un sobrecargo. Y a nivel de amistades, pues al tener ritmos diferentes y ser distinto, te vas quedando solo. Me complico mucho la vida y la gente se cansa. Tengo un sentido muy estricto de la justicia y soy poco flexible. No sé si soy buena persona o un gilipollas”, reconoce. Todo esto le hizo entrar en una “depresión” a los 40 años. Le resultaba difícil encontrar su lugar.
Diagnosticado a los 43 años
Estuvo medicándose durante tres años, pero el tratamiento “no funcionaba”. “Llega un momento en el que no sabes dónde buscar, qué buscar”, cuenta, hasta que un día, de casualidad, empezó a encontrar la salida al túnel: “Una de esas noches de insomnio vi un documental y salía un tío que contaba sus temas de salud mental y explicó alguna cosa sobre TDAH y me sentí muy identificado, como por ejemplo que no encajaba en círculos sociales. Escribí en Google TDAH en inglés y el primer nombre que me salió fue Russell Barkley, una eminencia del tema. Es un psiquiatra que toda su vida ha trabajado con el TDAH. Le escribí un email explicándole mis rasgos y cosas como que hablo cinco idiomas, he vivido en varias ciudades, he hecho catorce mudanzas…”.
El psicólogo estadounidense le respondió dándole los contactos de una asociación catalana y otra madrileña y de ahí llegó a Iker Arrizabalaga, psicólogo guipuzcoano que conoce muy bien el TDAH. “Tengo suerte de que me diagnosticara. Al final no es un diagnóstico basado en una evidencia como puede ser un análisis de sangre. No es un fenómeno observable, sino unas pruebas, una entrevista. Cuando leo ahora su informe, veo que acertó. Depende mucho de la pericia del psicólogo”.
Poner nombre a su personalidad, saber que es una persona con altas capacidades y TDHA, ayudó a Guille a centrarse: “Me ha ayudado a leer, a investigar y a probar cosas que me funcionan”. Comenzó, entre otras cosas, a medicarse. “Hasta hace unos días me tomaba a diario la medicación para la TDAH, que a mí me ha ayudado mucho”. Consiste “básicamente” en metilfenidato, “el medicamento para el TDAH por excelencia”: “Es un estimulante leve del sistema nervioso central. A la gente le choca que un trastorno como el TDAH, que cursa hiperactividad, se trate con estimulantes. La explicación es que tenemos carencias de dopamina y con estimulantes leves se consigue espabilar la parte del cerebro perezosa. Son dosis pequeñas que se metabolizan en unas horas. Hay una gestión deficiente de la dopamina, eso lo tienes que compensar con medicación o algo”. Además, cuenta que es habitual tener “pautados otros medicamentos como antidepresivos o para dormir”. Desde el 8 de mayo, ha optado “por dejar la medicación”.
En los últimos tres años ha ido aprendiendo a organizar sus días, en los que trata de compaginar tanto su trabajo como farmacéutico (en el turno de noche en Tolosa) como sus proyectos personales, que son básicamente dos. El primero es volver a poner en marcha su taller, Estudio Gau Gau, “un proyecto muy personal” que comenzó unos meses antes de su diagnóstico en el que traslada sus conocimientos sobre serigrafía –una disciplina que le viene bien porque le exige mucha concentración– y en general sus habilidades para cualquier disciplina artística. Se considera “artesano” porque es capaz de trabajar con muchos materiales y cree que “los talleres de creatividad y manualidades pueden ser muy beneficiosos en relación a los problemas de salud mental”.
Hizo proyectos con Agifes o la Fundación San Rafael, entre otras cosas, y ahora busca un local para “volver a cursillos presenciales y tener un lugar cómodo y seguro en el que poder seguir desarrollando las actividades con quien quiera pasar por allí”. Quiere un lugar amplio en el que poder “desarrollar” su creatividad y ayudar a los demás a hacerlo. Ha visitado unos cuantos –en el pasado ha tenido varios–, pero no acaba de decidirse.
Un libro sobre el TDAH
El segundo proyecto es un libro que ya lleva bastante avanzado y que tiene intención de publicar el año que viene. “Yo diría que es un tratado sobre el TDAH en primera persona. Es mi experiencia, no un manual. Quiero incidir en que estoy bien, pero que he pasado años duros, quiero explicar cómo vive una persona con este tema, cómo es el día a día que antes me costaba mucho pero ahora no tanto porque tengo una rutina”. Escribir un libro supone un esfuerzo enorme para una persona con déficit de atención e hiperactividad, tal y como reconoce Guille: “Me cuesta sintetizar, es un bombardeo continuo lo que tiene mi cabeza por el TDAH y las altas capacidades. El libro lo voy escribiendo y luego sintetizo”. De hecho, frases del tipo ¿cuál era la pregunta? o ¿qué te estaba diciendo? son comunes si la charla se alarga.
“Es una mezcla difícil entre esa necesidad de estar activo y ser disciplinado”, insiste acerca de su personalidad. “Hay mucho contraste. Como entre la mañana y la tarde. Las mañanas me organizo bien y acabo muy a gusto, pero a la tarde estás más cansado y es más complicado ser productivo, así que para mí son más de ocio. Por ejemplo, es más difícil hablar conmigo por la tarde. He aprendido a ser rígido en los horarios a la mañana, poniéndome alarmas en el reloj –no en el móvil, porque el móvil tiene “más estímulos” y eso le despistaría–, utilizando las libretas. Suelo ser productivo a base de mucha disciplina”. Las jornadas en las que trabaja, la rutina es distinta con el objetivo de llegar bien a la noche.
El simple hecho de explicar en qué consiste su doble excepcionalidad o ciertos rasgos de su carácter le resulta “agotador”: “Lo explicas, pero es difícil ser específico y cuesta que la gente lo entienda. Todas estas características del TDAH son simplemente una forma un poco distinta de funcionar. El TDAH no es una enfermedad, y no todas las personas con rasgos de inatención o hiperactividad tienen que estar padeciendo un trastorno. Cuando estos rasgos resultan un problema (impulsividad, perfeccionismo enfermizo, etc.) y afectan a la vida diaria (llegar tarde al trabajo, multas de tráfico, adicciones…) es cuando estaríamos hablando del TDAH como trastorno. Un desequilibrio se puede equilibrar o compensar, pero una persona trastornada es una persona trastornada”.
Guille está convencido de que “hay mucha gente sin diagnosticar TDAH”: “Hay un estudio de la Universidad de Oviedo de que en prisión la prevalencia puede ser de hasta el 30%, mientras que se calcula que en la calle puede ser del 3-4% o del 6% en niños. Esto demuestra que puede ser una cuestión muy problemática si hay rasgos de impulsividad o incluso de agresividad, porque vas como sin frenos”.
Guille vuelve al tema del “despiste” que comentaba al inicio de la charla: “No es que no prestemos atención. Como yo lo veo, hay un exceso de atención unida a la incapacidad para categorizar la información que nos llega. El típico ejemplo es el de no atender en clase porque por la ventana se ve el patio, los pajaritos y las pinturas de tiza en el suelo. ¿Hay un déficit de atención? No. Pero no se atiende a lo que es, en teoría, más importante”. Esto se traslada a la vida de una persona adulta como él: “El día a día es un trabajo, me lo tomo así. Durante años me ha costado porque me disperso”, reconoce Guille, acostumbrado a vivir en una permanente contradicción: necesita centrarse pero a su vez su cabeza le pide hacer muchas cosas, necesita organizarse pero le resulta muy complicado hacerlo.