Llegar hasta principios de 1982 no fue nada sencillo. Pero, aún así, hace 40 años, las obras para la creación de la plaza de los Fueros, ideada por el arquitecto Luis Peña Ganchegui junto al artista Eduardo Chillida, se dieron por finalizadas. Se procedió, tras 58 meses de obras, a dar los últimos pasos administrativos para que la capital alavesa recepcionase la obra y la abriese al público por completo, una inauguración que no supuso, para nada, que las polémicas en torno a este espacio vital para Gasteiz terminasen. Todo lo contrario. Hoy las aguas bajan mucho más tranquilas, pero ha habido momentos de gran tensión, de no pocos debates y de unos cuantos desencuentros.
Hace justo once años, también con el arranque de un nuevo calendario, se procedió a la reinauguración del diseño arquitectónico y artístico tras las últimas obras de calado que se hicieron en la plaza, esta vez en común acuerdo con los descendientes de Chillida y Peña Ganchegui –la máxima responsable de las actuaciones fue, de hecho, Rocío Peña Ganchegui–. Además, a los dos, aunque a título póstumo, se les concedió la Medalla de Oro de la ciudad, una forma de saldar la deuda de la capital alavesa con el legado de ambos, con el trabajo que llevaron a cabo en esta intervención en el espacio público, algo que también practicaron, por ejemplo, en el Peine del Viento en Donostia. “En los dos casos se trataba de fusionar dos artes como la arquitectura y la escultura para crear lugares especiales”, recordaba en estas páginas hace un tiempo Luis Chillida.
Fue en 1899 cuando en este mismo lugar se construyó la antigua plaza de abastos de Vitoria, un mercado que estuvo funcionando hasta 1974, cuando se tomó la decisión de cerrar sus puertas. Poco después se procedió al derribo de aquel edificio de tipo modernista, un proceso que ya generó unas cuantas polémicas en la ciudad. Para ocupar el vacío, en julio de 1976, la Diputación alavesa ofreció al Ayuntamiento de Vitoria la posibilidad de construir un proyecto ideado por el escultor y el arquitecto, cuya primera maqueta se expuso un año después a la ciudadanía. La idea institucional era elevar un monumento conmemorativo de los Fueros , al cumplirse los 100 años de la ley de 21 de julio de 1876. Fue la administración foral la que hizo el encargo.
La pretensión de ambos creadores era sencilla sobre el papel pero complicada en la práctica. Se buscaba un lugar en el que el uso público y el arte se dieran la mano. Para ello, Chillida y Peña Ganchegui pensaron en diferentes elementos enraizados en la cultura y la tradición vascas: la escultura, que se instaló en 1980, como símbolo de recuperación del hacer de los canteros, herreros y trabajadores del País Vasco; los juegos populares, como el arrastre de piedras, la pelota y los bolos; y el roble, como metáfora de las libertades, aunque desde un principio esto último no fue posible.
Antes incluso de que se iniciase el movimiento de tierras, diversos colectivos sociales comenzaron una campaña contra la obra por muy diversos motivos. De manera oficial, los trabajos se pusieron en marcha el 13 de octubre de 1977 pero se tuvieron que paralizar poco después hasta abril de 1978, cuando las actuaciones tomaron un impulso definitivo que llegó a su punto álgido dos años después con la instalación de la escultura de Chillida, una pieza de cuatro toneladas de peso y dos metros de altura. Los problemas, de todas formas, se fueron sucediendo. En 1980 volvió a abrirse un paréntesis en las labores y los debates llegaron a su punto culminante con el accidente que sufrió, en 1981 y mientras los espacios terminados se iban abriendo de manera paulatina, el joven Jairo Díez al precipitarse por el foso donde está la pieza de acero.
Así el Ayuntamiento optó en 1985 por cerrar el vacío del espacio escultórico mediante una tarima de madera dispuesta sobre una estructura metálica alojada en su interior. Además, en 1993 se llevó a cabo una importante intervención en el mismo lugar en torno a la pieza de Chillida, que quedó entre rejas y sin acceso directo, algo que el Consistorio hizo sin tener en cuenta a los autores y que abrió una brecha entre la ciudad, el arquitecto y el artista que no empezó a cerrarse hasta 2009 a raíz de un informe realizado por Enrike Ruiz de Gordoa como asesor cultural en esos momentos de la institución municipal. Fue el año en el que falleció Peña Ganchegui. Chillida había muerto en 2002. Ninguno de los dos pudo ver cómo esa reconciliación se hacía efectiva.
Cuatro décadas después de que las obras se recepcionasen y de que, en teoría, la plaza-monumento se completase de manera definitiva, hoy el lugar sigue sin contar con el reconocimiento social y artístico que merece, pero por lo menos está fuera de polémicas y llena de usos, que era, precisamente, lo que buscaban Chillida y Peña Ganchegui, que fuera un espacio vivido. l