Trabajan casi de incógnito con unos seres prácticamente invisibles que hacen muy poco ruido, pero que tienen mala prensa. Son los equipos de Tratamiento Asertivo Comunitario (ETAC), un nombre muy pomposo pero que baja al barro para atender a pacientes con trastorno mental grave en domicilios, albergues, o en sus casas. A menudo, también a personas sin hogar. Una población muy aislada y con pocos apoyos, salvo la de estas mujeres y hombres que no solo se ocupan de la vertiente sanitaria, o del acompañamiento terapéutico, sino que se preocupan de garantizar sus necesidades. “Sobre todo intentamos ser un puente hacia la integración social de estas personas”, describe la psiquiatra Noelia Aller, de la red de Salud Mental de Bizkaia.
Un modelo de Osakidetza que funciona en todo Euskadi y acerca la asistencia al entorno más cercano de las personas con enfermedad mental grave, fundamentalmente esquizofrenia y algunos tipos de psicosis, y también con dificultades funcionales que afectan a su autonomía. Gente que no acude a los médicos, ni a los servicios sociales, y requiere de un salvavidas. “Es una población, a priori, complicada, muy aislada, con pocos apoyos. La baza fuerte de estos equipos multidisciplinares es establecer esos vínculos. Preocuparse por ellos y por sus necesidades. En ocasiones, la comida o un techo. En muchas otras, la compañía”, dice Aller.
Que su patología sea la esquizofrenia o la psicosis, no significa que sean personas problemáticas ni conflictivas. “A veces, el miedo se produce por desconocimiento. Cuando trabajas con ellos, te das cuenta que esos son casos muy anecdóticos y que realmente lo que ocurre es que están muy estigmatizados”, revela la psiquiatra que les atiende, junto a personal de enfermería y técnicos.
No son tampoco casos aislados ni una gota en el océano de la salud mental. De hecho, solo en Bizkaia, los cuatro equipos ETAC que realizan esta labor, han atendido este año a 440 personas, 140 de ellas mujeres. “Y apenas son la punta del iceberg de todo el problema que hay detrás”, matiza Aller.
Ni siquiera hay que alejarse a los barrios más marginados o deprimidos para encontrar a los protagonistas de sus historias. Solo hace falta muchas ganas de ayudar, la mirada entrenada y salir de las consultas para encontrar a los afectados, sobre los 50 años, y fundamentalmente, varones. “La edad se mantiene más o menos estable es unos 50 años porque son personas que tienden a la cronicidad. Sí es cierto que en sinhogarismo atendemos a gente más joven, rondando los 20 años, fruto de la inmigración”, matiza.
¿Qué hacen?
La actuación de los ETAC tiene muchas derivadas. “No hablamos solo de proporcionarles fármacos, ni de una intervención de psicoterapia, la enfermería hace una labor tremenda en materia de cuidados. Se lleva a cabo mucho apoyo social, y les acompañamos a todo”. De hecho, se les apoya en las cosas más básicas; desde pedirles citas médicas, acompañarles a algún especialista, y ayudarles en los trámites burocráticos como renovar el DNI. “Les acompañarnos al médico, a hacer la compra, a ir al banco, o sea, cualquier gestión que se nos pueda ocurrir”, explica Aller. Todo ello sin obviar la búsqueda de los recursos para garantizar sus necesidades básicas como alimentación, vivienda, o higiene en las distintas administraciones.
La forma de llegar a quienes lo necesitan es variopinta. “Nos los derivan compañeros de hospitales, después de un ingreso, o de los centros de salud mental, porque detectan casos de gente aislada en los domicilios. Además tenemos convenios con los ayuntamientos para las personas sin hogar y a veces se detectan en la calle y salimos a buscarles”, precisa la psiquiatra.
Se conecta con estos pacientes desde el respeto y la escucha. “La mayoría son agradecidos y mucho más necesitados de apoyo de lo que pensamos a priori. La mayoría, de hecho, está encantados con el equipo porque tienen dificultades y de pronto, ven que alguien les ayuda, que no les juzga, que les escucha, y la respuesta es súper buena”.
Ellos les expresan sus preocupaciones cotidianas, desde el miedo al rechazo, o a la subsistencia pura y dura. “Hay de todo, pero tienen miedo de que se les catalogue solo por su enfermedad, tienen miedo de no ser capaces de hacer las cosas básicas de la vida diaria. Dentro del sinhogarismo vemos mucha inmigración y esos jóvenes temen la estabilidad legal, no poder encontrar un trabajo, no poder encontrar una vivienda y, en definitiva, no poder integrarse en la sociedad”.
Son personas que carecen de una red sólida de apoyo social. “Pero quiero destacar el papel de las familias. Un porcentaje alto de los que atendemos en el domicilio, tienen familia y su apoyo es fundamental para que colabore en las intervenciones y para poder hacer un correcto abordaje. Porque no es fácil confiar en gente que de pronto llega a tu casa, cuando tú tienes hasta dificultades para relacionarte y salir fuera”, expresa Aller, toda una experta en estrechar vínculos.
Las personas con trastornos mentales padecen sobre todo los prejuicios. “No hay que tenerles miedo. Ellos son los vulnerables, no nosotros. Las personas con esquizofrenia no son más violentas, la enfermedad provoca más aislamiento. Pero ellos sienten el rechazo social y que no se les trata como iguales”, sentencia Aller, lamentando los prejuicios que suelen acompañarles.