En la plaza Unzaga, en Eibar, Geraint Thomas, campeón del Tour de Francia de 2018, pateó una balón de rugby al cielo de la Itzulia. Un galés nace rugbier. Thomas, a contracorriente, se agarró al manillar. El galés golpeó el oval con clase y puso en marcha la cuenta atrás de carrera vasca. Patada a seguir. El Ineos quería placar al líder Remco Evenepoel, derribarlo con el empuje de sus delanteros, todo para que Daniel Martínez ensayara su conquista en el Santuario de Arrate.
El colombiano festejó la Itzulia, el laurel de lana del coro del Ineos. Se desplomó el belga en la ascensión final, preso de la fatiga de un día de locos. A Evenepoel lo masticaron poco a poco hasta que se quedó en los huesos. El belga nunca se dejó, pero tuvo que dimitir en Arrate. Le aplastó el Ineos. "Los jugadores de rugby se dividen entre los que tocan el piano y los que empujan el piano. Afortunadamente soy de los que pueden tocar una melodía", dijo Pierre Danos. Unos movieron el piano y Daniel Martínez lo tocó. El Aleluya de Händel. Antes del champán, el colombiano tuvo que tragar agua.
Salivó la victoria. Sabe de dónde viene. Daniel Martínez se fue haciendo ciclista con los ahorros de las "pagas" que le daban sus padres. Se compró un maillot del Astana para emular a Alberto Contador, su ídolo. La bicicleta se la prestó su hermano, Jeison. "En algunos momentos me vi perdedor, incluso quedar fuera de los 10 primeros. Hasta la ultima línea no se sabía nada, allí fue cuando me consideré ganador de la Itzulia", analizó Martínez.
Necesitaba refrescar el gaznate el colombiano tras un trepidante final camino del Santuario de Arrate, la catedral del ciclismo vasco. Allí, Ion Izagirre escuchó campanas de boda. Idilio con la Itzulia. Agarró la etapa y el segundo cajón del podio con una sonrisa enorme. Vlasov cerró el podio. El de Ormaiztegi sacudió los cimientos de Arrate después de caerse en plena ascensión. Se levantó furioso, aceleró con rabia, tomó el primero la curva que concede la victoria en la cima y lanzó el puño. Daniel Martínez lo elevó. Estaba en lo más alto. Lo subieron a hombros los costaleros del Ineos.
GRAN TRABAJO DEL INEOS
El equipo británico trabajo sin desmayo. Mano a mano. Thomas percutió en Endoia. Omar Fraile tomó el relevo. El Ineos deseaba subvertir el orden establecido. Su músculo económico alcanza para alquilar a interpretes de piano como mozos de almacén. La orquesta del Ineos se puso el traje que lucía en el Tour en la feliz década pasada, cuando se embolsó siete coronas con Wiggins, Froome, Thomas y Bernal.
La Itzulia, el pequeño Tour, nació sin dueño el último día, aunque Evenepoel vestía de amarillo. El belga estaba presionado por seis corredores, todos en menos de 37 segundos. Daniel Martínez, el hombre por el que el Ineos actuaba como una legión romana, respiraba a dos segundos de Evenepoel. Izagirre, Vlasov y Pello Bilbao vigilaban a una veintena.
Vingegaard, el alfil de Roglic, que era el capitán del Jumbo después de que el esloveno se agrietara el día anterior, y Mas también estaban en la ruleta de los opositores a la Itzulia. Despiezados los tres primeros puertos, Elkorrieta, Endoia y Azurki al compás de los británicos, permanecían en la fuga Formolo, Oliveira y Gallopin. Fraile fue el faro del Ineos para iluminar los descensos. Alaphilippe estaba pendiente de Evenepoel.
Gorla, una cima mítica que tintinea ciclismo y posee un mosaico de vencedores con purpurina, aguardaba. En su bajada, Ion Izagirre comenzó a construir su victoria de 2019. Los descensos son un tesoro o una sepultura en el ciclismo de los datos. El miedo, la destreza, la técnica o el arrojo no son cuantificables, escapan de los patrones y de los parámetros. La sensaciones son intangibles que huyen de las tablas de Excel.
Evenepoel, un ciclista capaz de mover una cantidad ingente de vatios, teme las bajadas desde la tremenda caída que sufrió en Il Lombardia. Aquello le marcó. Tatuado en la memoria. Evenepoel tiene un tic hierático cuando baja. Le cuesta doblarse. Cal Crutchlow, piloto de MotoGP, enseñó a Evenepoel a trazar mejor. Terapia para no asustarse, desprenderse de las dudas y restañar la confianza. A Evenepoel la Itzulia no se le escapó bajando.
Fraile conquistó la Subida a Gorla en 2011. Una década después seguía el paso Thomas. En el asfalto prevalecía la humedad de un día que lloriqueó y que luego fue virando del gris al azul del cielo. Los favoritos se apelotonaron en el frente porque el asalto de Izagirre zigzaguea aún muy reciente. Gorla se plegó en la mesilla de noche.
ROGLIC ENCIENDE LA HOGUERA
Los focos apuntaron a Krabelin, la zona cero de la Itzulia. La detonación de la Itzulia. Cuatro kilómetros al 10% de desnivel. El momento de la verdad. No servían los faroles. Ineos continuó con su paso de Semana Santa. Formolo, por delante, ejecutó a Oliveira. Krabelin era un calvario sinuoso. Autopista para el Ineos. Lanzaron el orgullo de Roglic. El esloveno surgió de la nada con ese aspecto de depredador. Se desató la locura. Daniel Martínez, Vlasov y Mas se unieron a Roglic, que se inmoló, sacrificado parar impulsar a Vingegaard. Boqueaba Evenepoel. Ion Izagirre se rehabilitó. Pello Bilbao se descascarilló. Roglic, orgullo y pasión. Un campeón. Retorció Roglic la Itzulia. Mas sacó la cabeza. Se agitó la carrera entre rampas imposibles.
Pisaron Arrate por la puerta de atrás Vingegaard, Mas, Vlasov, Daniel Martínez e Ion Izagirre. Evenepoel, aislado, se dejó un manojo de segundos. Se quedó solo ante el peligro el belga a pesar del gentío que desbordó las cunetas. Ninguna sensación de mayor orfandad que la de sentirse solo entre la muchedumbre; volcada la afición tras dos años de ausencia por la pandemia. Pello Bilbao resistió psicológicamente. Se conoce. Recuperó el aliento y enlazó en la bajada de Usartza. Se la jugó. Es una kamikaze. Mas se fue al suelo. Hizo un recto. No habría redención para él. El gernikarra troceó la Itzulia. Daniel Martínez se quedó colgado, atenazado, incapaz en el descenso. Evenepoel le absorbió.
A TODO O NADA EN ARRATE
Izagirre, Pello Bilbao, Vlasov y Vingegaard disponían de medio minuto de renta sobre el líder en el arranque de Urkaregi. Evenepoel y Martínez se entendieron. Dos en uno. Perseguían con celeridad y hambre de victoria. Un pulso enorme. La Itzulia estaba lanzada, disparada, un festival de fuegos artificiales. Hervía. Evenepoel Y Martínez se cosieron a Pello Bilbao e Izagirre. Otra vez juntos los seis primeros. La Itzulia empezaba de nuevo. Evenepoel y Vingegaard se miraron. Izagirre no pestañeó. Tampoco Martínez. A picotazos.
¡Danzad malditos! Nadie claudicaba. Último café antes de destrozarse en Arrate. El líder ganó un segundo en el esprint de Eibar contra Martínez. Izagirre fue el primero en desenfundar. Evenepoel se asfixió. El cansancio le vino de golpe. Pello Bilbao se encogía en la agonía. Vlasov, Vingegaard, Martínez e Izagirre bizqueaban en el mismo plano. Izagirre se cayó subiendo. Golpeó la rueda trasera de Vingegaard. Se resistió el de Ormaiztegi, un guerrero, a capitular. Izó su bandera. Martínez, Vlasov y Vingegaard no querían a Izagirre, que conocía la senda a la gloria. El de Ormaiztegi, ambicioso, se volvió a unir. Carácter. Eso le validó la victoria en Arrate, donde se coronó Daniel Martínez. Rey de la Itzulia.