Chinche apestoso. Padecemos un nuevo insecto invasor, el chinche apestoso marrón (Halyomorpha halys), procedente de Asia. Rosa, donostiarra de Ermua, ha localizado unos ejemplares en su terraza y los fotografía. Cabeza rectangular, dos bandas blancas en las antenas, ángulos exteriores del caparazón redondeados, ojos oscuros, coloración del caparazón marrón y con puntitos (marmoleado), algunas manchas blancas cerca de la cabeza (en el pronoto).
Como yo me quedé en la avispa asiática, en lo que a invasores orientales se refiere, llamo a los veterinarios de Sanidad Municipal que, como era de esperar, estaban sobre la pista. Impotentes, porque nada se puede hacer, pero enterados. Me lo advierten: los insecticidas domésticos no son efectivos.
No afectan a la salud de las personas o animales, ni pican, ni muerden pero, sintiéndose en peligro, desprenden un fuerte olor desagradable y penetrante. De ahí su “apellido”.
Viven en las zonas verdes y húmedas y okupan, para hibernar, domicilios, bajeras, cobertizos, falsos techos, incluso vehículos, lo que favorece su expansión.
Se alimentan de la savia de los vegetales en que se hospedan. Ponen 28 huevos, dos veces al año, en el reverso de las hojas cuando finalizan su hibernación, estas altas temperaturas les han despistado y creen que ha llegado la primavera.
Por el momento, la Universitat de Barcelona que, mediante la plataforma Natusfera lo está investigando, ha comprobado que afecta a 95 géneros de plantas, ornamentales, frutales, hortícolas o cultivos extensivos.
En 1998 fue descubierto en EEUU. En 2007 se describió en Suiza, más tarde en Alemania, Francia e Italia. A finales de 2016, se detectó en Girona y ahora se ha extendido por toda Cataluña. Estas últimas semanas campan por Amara Berri y Morlans para disgusto de sus vecinos que, si no colaboran activamente en su eliminación, la plaga se extenderá por toda Gipuzkoa, de manera que, caso de ser detectado en nuestras terrazas o domicilios, debemos eliminarlo inmediatamente con métodos contundentes, aunque se disgusten los animalistas. Nunca liberarlos al exterior.
Volando voy
Jueves al mediodía, en el aeropuerto de Hondarribia, oficialmente de San Sebastián, esperando a embarcar en un vuelo a Madrid, que combinaba con otro a Jerez de la Frontera, mi destino final, donde estaba prevista la llegada a las cinco de la tarde. Había llegado con suficiente antelación y me encontraba sorbiendo un café muy mejorable, redactando mi homilía cuando, a la hora prevista para el embarque, nos comunican que, debido al fuerte viento sur, nos trasladarían en bus hasta Loiu, para luego volar desde allí al aeropuerto de Madrid.
Me acerqué al mostrador para analizar otras posibilidades de viaje o, llegado el caso, anular mi billete. Amable y servicial, el empleado del mostrador me comentó las dificultades existentes por la alta ocupación de las diferentes alternativas, consiguiéndome una plaza en Vueling que me trasladaría desde Bilbao a Sevilla, y desde allí, gestionó –y me mostró el correo electrónico que acababa de remitir a la oficina de su compañía en Sevilla–, la continuidad de mi viaje hasta su destino por un “transporte ligero de superficie”, término que, por sus reminiscencias militares, me hizo sonreír y me permitió, utilizando el mismo léxico, interesarme por mis “provisiones de boca”, dada la hora que era. Tenía derecho, me dijo muy serio, y debería solicitarlas en las oficinas de Iberia en Loiu. Lo hice nada más llegar. Hube de dar explicaciones varias para demostrar a la responsable que no era un caradura hambriento, hasta que, comprobada mi versión, me dieron un vale sobado, reciclado vamos, para un menú que, luego me enteraría, tenía un valor máximo de doce euros, o sea bocata de jamón, bueno, por cierto, y cerveza. El atestado aeropuerto continuaba engullendo pasajeros cada vez más irritados por las iras de Eolo.
Café rico en el bar Enrique Tomás, ubicado al fondo de la terminal, para continuar escribiendo con relativa tranquilidad hasta que, con más de una hora de retraso, mi vuelo partió a Sevilla con el acojonante, a la par que divertido, meneo mientras ascendía.
Como suponía por el número de trienios que acumulo y la cantidad de viajes realizados con Iberia y sus filiales, en Sevilla, a las nueve de la noche, no me esperaban ni el vehículo ligero de transporte de superficie, ni un famélico semoviente, ni el ministro del Aire. Nadie. Tras peregrinar por los mostradores, la supervisora me contó eso de que se había caído la línea y no habían recibido el correo electrónico. Sonreí. No insistió, retirándose a gestionar la continuidad de mi viaje. En la enorme terminal del aeropuerto de San Pablo, a las diez de la noche, nos encontrábamos dos empleados de la limpieza poco motivados, dos negros tumbados en los asientos durmiendo plácidamente y yo con mi maleta, aparcado frente al mostrador número 28, ofreciendo una imagen desoladora, surrealista y bastante kafkiana.
Hora y media más tarde, la supervisora me dijo que disponía de autorización del Sr. Iberia para que un taxi me trasladara al aeropuerto de Jerez de la Frontera. Negocié con el taxista que me llevara directamente al hotel. Ningún problema. Llovió durante el viaje y todo el fin de semana.
El congreso de Historia de la Veterinaria de Jerez, un éxito de contenidos, asistencia y organización. El Colegio de Veterinarios gaditano echó la casa por la ventana.
Elnaz Tekabi
Un recuerdo y un beso (a riesgo de que nos caigan doce años) y mis mejores deseos para la escaladora iraní, olvidada por el feminismo oficial de inclusivo lenguaje. Se me han enfriado las ganas de visitar su gran país.
Onkologikoa
Por cierto, ¿qué pasa en Onkologikoa? Mi amigo Ramón, paciente habitual, me comenta que profesionales de primera fila están mano sobre mano.
Hoy, domingo
Marmitako de begihaundi con manzanilla La Gitana de Sanlúcar. Salmonetes. Ensalada verde. Naranjas con fresas. Blanco Perroflauta. Café. l