Ategorrieta es para unos una zona elegante de villas, para otros la plaza del reloj donde paran los autobuses y para otros una rotonda de tráfico con una escultura moderna o una avenida. En la división de barrios del Ayuntamiento no figura como barrio. Pero para los que vivieron su infancia en Ategorrieta a mediados del siglo pasado era casi un pueblo.
Así queda reflejado en el libro Ategorrietako oroimenak 1959-2023/ Recuerdos de Ategorrieta 1959-2023, un libro escrito por el vecino Xabier Rico Hurtado, que nació en el primer año del periodo que abarca la publicación bilingüe.
Rico, diplomado en Filología Vasca y profesor jubilado de Educación Primaria, ha plasmado sobre el papel y con numerosas fotografías antiguas una historia de vivencias personales y sociales de la época, en las que, quizás por sus años de dedicación al magisterio, la infancia toma un papel protagonista.
El libro se presentó el 11 de julio en la casa de cultura de Okendo, donde se vendieron los ejemplares que llevó el autor y se puede adquirir por Amazon al precio de coste de 15 euros. Cerca de dos centenares de personas se han hecho ya con la publicación, que ha recibido numerosos elogios de quienes se han encontrado con sus propios recuerdos escritos en un libro. Información, alegría y nostalgia se mezclan en la publicación, que repasa el cambio de personalidad de Ategorrieta, que pasó de ser un lugar lleno de vida, con abundantes tiendas, un frontón muy utilizado y los niños jugando al balón en la carretera, al entorno de hoy en día, en el que no siempre se conocen los vecinos.
Rico arranca su narración con la historia del propio nombre de Ategorrieta, que procede del portón rojo (Ate gorria), ubicado en el siglo XIX en el puente de Santa Catalina, donde comenzaba la ciudad. A la parte (hoy Donostia) que quedaba fuera de aquella frontera, en dirección a Pasaia, se le adjudicó el nombre de Ategorrieta.
El pequeño barrio situado en la falda de Ulia, con sus casas de trabajadores más arriba del frontón, “siempre ha mantenido una entidad propia, semejante a la de los pueblos pequeños”, explica el autor. Las calles, en 1950, no tenían nombre y las gente se refería a ellas por el nombre de las casas. Las cartas que llegaban a los domicilios tenían que concretar el nombre del edificio y, por supuesto, del barrio: Ategorrieta.
El bar Zamora, ahora llamado Basoa, el Iturritxo, la desaparecida tienda La Paca, otra de Pérez Enea, talleres de reparación de coches, una carpintería, un local de transporte de camiones, una carbonería y otros negocios eran el comercio local de mediados del siglo pasado. Ahora quedan pocos negocios ya que, como en otros barrios pequeños, las tiendas pequeñas se han esfumado.
La sociología del barrio también queda reflejada en el libro, en el que se explica que en una gran mayoría de habitantes de las casas de trabajadores residían familias de personas llegadas de otras regiones. Los padres de Rico, por ejemplo, llegaron a trabajar desde La Rioja y el autor recuerda sus primeros contactos con el euskera, que más tarde dominó, y cómo usaba en castellano palabras euskéricas sin saber que lo eran. A muchos les sonará el bertan txulo del juego de las canicas y otras voces que se detallan en la publicación.
Los colegios que se asentaban en Ategorrieta, desde las llamadas Escuelas Nacionales hasta los centros más lujosos como los Maristas Champagnat, con sus instalaciones deportivas, salen reflejadas en la publicación, en la que se aporta el testimonio de los palos que recibía el alumnado por cualquier motivo. “No era nada fácil librarse de esas crueldades”, recalca el autor, que recuerda también el peso del régimen franquista en los libros y en las aulas.
El libro también dedica unas líneas a distintas personas que dejaron huella en el barrio. Desde Josetxo Mayor, que recibió la Medalla al Mérito Ciudadano del Ayuntamiento de Donostia por su labor de arreglo de los caminos de Ulia de modo altruista, a Fermintxo Vergara, “un buenazo con discapacidad intelectual” que trabajaba de recadista en la tienda y era muy querido en el barrio por su participación en distintas actividades. Quien fuera director de NOTICIAS DE GIPUZKOA, Pablo Muñoz, es otro de los vecinos destacado en el libro. Además, escribió el libro Puertas coloradas, en el que la vida de un chaval en aquel barrio es protagonista de la historias.
Estas y otras realidades de aquel barrio, narradas con el cariño de quien aún vive allí, son el hilo conductor de un título en el que muchos donostiarras reconocerán lugares, nombres de colegios y centros sanitarios, además de los polideportivos del pasado, como el frontón o el bolatoki, con sus respectivos campeonatos.