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Polideportivo

De Gendt, rey de Nápoles con permiso de Maradona

De Gendt celebra la victoria en Nápoles.
De Gendt celebra la victoria en Nápoles.

La deidad pagana de Maradona, el talento de Sophia Loren y los curas bellos que levitan se entremezclan en Nápoles, calles rotas de pasión, fachadas abiertas por los gritos. Avenidas de la vida. Y el pizzo, que no es el masculino de la pizza, sino la mordida de la mafia, correteando entre turistas que toman un Aperol en las terrazas. En esa ciudad que es todas las ciudades, el epítome del sur, caleidoscópica, rodó el pelotón, que es el ser humano desde todas las perspectivas y circunstancias. La vida en movimiento. Bienvenidos al vitalista caos de Nápoles.

En ese submundo que es todo los mundos, en una ciudad ardorosa, trágica e irónica, abrumadora y laberíntica, gloriosa y miserable, se incendió el hombre de fuego, Van der Poel, pero en el pelotón hay otro dorsal. Está hecho de piedra. Duro, constante, sólido, perseverante. Se llama Thomas de Gendt, de oficio escapista. Diez años después de su única victoria en el Giro, aquel en el que ocupó plaza de podio en 2012, repitió festejo. De Gendt, un ciclista que honra la profesión, se encaramó al altar del Giro.

El belga, 35 años, muchos de ellos en fuga, apagó la chispa de Van der Poel, que era el más fuerte. Eso le penalizó. De Gendt, sabio como lo son las piedras, testigo del paso del tiempo, imperecedero, un vestigio de otro ciclismo, resolvió en Nápoles con contundencia clásica. Aunó inteligencia, astucia y fuerza. Remató la fuga que subrayaba a Van der Poel, pero le eligió a él, el más rápido entre Vanhoucke, Gabburo y Arcas, que dejaron atrás al imán neerlandés y sus satélites. Van der Poel, Girmay y Schmid no pudieron acceder al debate. Llegaron unos segundos tarde. Los secundarios, ciclistas como Arcas, entregado a servir a los demás, invadieron el centro del escenario. Galanes por un día.

JUANPE LÓPEZ, PRESIONADO

El salvaje neerlandés bramó de salida y cuando llegó al circuito napolitano, a lomos de una fuga de veintidós dorsales, en el Monte di Procida, se rompió la camisa. Eso es Van der Poel, rompe y rasga. Le enlazaron a tirones. Domesticar a Van der Poel es complicado. A Juanpe López no le quitaba el sueño el neerlandés. Su pesadilla era Guillaume Martin, que pujaba por el rosa. El filósofo que escribió Sócrates en bicicleta buscaba la felicidad. Una utopía. La dicha suele ser esquiva a pesar de la guía de los libros de autoayuda, los coach, los mensajes de las galletas chinas y las tazas que dan los buenos días con frases pintadas de arcoíris.

Van der Poel supuró la maldición del favorito. Todos le señalaban con el neón del virtuosismo, así que nadie colaboraba con él. Aislado. El neerlandés tenía que arrastrar al resto en Nápoles, escenario de los usos y costumbres de las clásicas. Girmay se obsesionó con Van der Poel. A cada estacazo del holandés se le colgaba en el retrovisor el eritreo. Chicos de moda ambos.

De Gendt es un clásico, un hombre a una escapada pegado. Eso le confiere valor. Los clásicos lo son por algo. Entendió el belga que su cotización disminuía en el parqué bursátil si compartía plano con ellos. Sus acciones se depreciarían más que las criptomonedas, ese dinero impreso en el Banco Central del Monopoly. De Gendt, Vanhoucke, Gabburo y Arcas apostaron por un final alternativo.

ATAQUE DE KÄMNA

Se quitaron de encima a Van der Poel, el gran favorito, y a Girmay, el rastreador del neerlandés y otro dorsal con aspiraciones. Martin se soldó a ellos. Los tres perseguían obsesivos. Van der Poel y Girmay buscando la gloria del jornal. El francés entrar en el salón noble del Giro. El Trek tuvo que reorganizarse para proteger el tesoro rosa. Skjelmose rapeló desde la fuga para trabajar para Juanpe López. Repelieron la agresión.

Salvaguardaron al líder en un circuito burlón, repleto de repechos y revirado, torcido, cuarteado el asfalto, viejo, sucio y parcheado. Solo el mar mantenía la serenidad y la horizontalidad. Hasta Kämna, segundo en la general, trató de elevarse en ese tramo que se encolaba a las ruedas. Juanpe López le cortó la cresta. A De Gendt, el último mohicano, un Quijote, nadie fue capaz de arrancarle la gloria. Rey de Nápoles, con permiso de Maradona.

2022-05-15T16:04:02+02:00
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