A Montargis se le conoce como la Venecia de Gâtinais por eso de los canales y los numerosos puentes que tejen las orillas de la casas de cuento al borde del agua. En Montargis suena en verano un festival de música y en la París-Niza repiquetea el vals de las bicis, veloces en otro esprint.
La coreografías de las llegadas veloces tienen en su naturaleza adrenalítica y caótica algo de baile de máscaras que descubren al final al vencedor. Al bailarín más diestro. En Montargis se desenmascaró Arvid de Kleijn, que concedió al Tudor, su formación, el primer triunfo del año.
Bautismo con champagne en el pueblo de los canales, donde los favoritos dedicaron el día, calmado, ideal para la contemplación, al turismo. Están a la espera de la crono por equipos, que servirá para situar a unos y otros este martes. Será el tiempo para los nobles y sus rivalidades.
Calma entre los favoritos
De ahí el gran festejo de todo el equipo, de De Kleijn, conscientes de que Montargis era su destino. En un enclave idílico encontró el neerlandés una victoria enorme en un prueba con velocistas del impacto de Pedersen o Kooij. El danés y el líder, protagonistas la víspera, cubrieron sus rostros, enmascarados ambos por la intrascendencia. Perdidos en la foresta del anonimato.
Démare tampoco encontró el espacio para brotar en el duelo de la velocidad. El debate se concentró en Danny Van Poppel, que pretendió ser lobo pero ejerció de liebre. Lanzó a quienes le derrotaron.
Dylan Groenewegen, Laurence Pithie, el nuevo líder, y De Kleijn remontaron al neerlandés, que ejerció de guía para la veloz llegada en Montargis, la Venecia de Gâtinais. En el baile máscaras, De Kleijn descubre su sonrisa.