Hola personas, ¿qué deciros?, ¿cómo empezar?, la emoción me embarga, y no es frase hecha. Me pongo al teclado a escribir esto y los pelillos de todo el cuerpo experimentan erecciones sin control, puro priapismo capilar. El miércoles a las 12 del mediodía se cumplirán 1.086 días y medio de aquel lejano pobre de mí de 2019, esto son 26.076 horas o lo que es lo mismo 1.564.560 minutos, y esto para los que cuentan los minutos y segundos que faltan para que el cohete liberador de ataduras y obligaciones estalle en el cielo de la vieja plaza de la Fruta, hoy del Ayuntamiento, son muchos minutos. Han sido interminables, el pamplonés necesita de su dosis anual de blanco y rojo para que su ecosistema funcione, así como el Serengeti necesita de la migración anual de los ñus por sus praderas para mantenerse vivo, nosotros necesitamos del paso de los toros por las calles del encierro, necesitamos ver a nuestro Santo Moreno pasear a hombros de sus empelucados porteadores por las calles de lo viejo, necesitamos oír el atronador bandeo de campanas el soleado mediodía del día 7 en la Catedral, necesitamos ver a esos pamplonicas de varios metros de altura dar vueltas como peonzas y emocionarnos con sus bailes, necesitamos ver a la chiquillería correr como alma que lleva el diablo sintiendo el aliento de Caravinagre en la nuca, necesitamos los momentos de expansión y risa con los amigos y los reencuentros con los que vienen, y, cada uno en su medida, necesita su dosis de desmadre y de pérdida de papeles. Los Sanfermines son los reponedores de fuerza y de espíritu para el resto del año, aunque solo sea por el ansia de volver a vivirlos. Evidentemente no a todos nos pasa, tenemos un gran número de paisanos que su 6 de julio es sinónimo de Cambrils, Salou o Zarauz, pero, incluso estos, los viven en la distancia, organizan lejanos y alternativos chupinazos, recuerdan, con nostalgia, los SF que ellos vivieron, los aman, y en estos dos años también han sentido su falta. Por todo ello, unos y otros tenemos motivos de sobra para estar exultantes de alegría, una alegría que me temo va a ser difícil de controlar.
Bueno, hecho este preámbulo vamos a ver de qué hablamos hoy. El tema es ineludible, pero tiene varios enfoques. El primero que este año hemos de considerar, por merecimientos propios, es el del centenario de la Plaza de Toros Monumental de Pamplona. Ahí está ella como el primer día, fuerte y funcional. Fue un edificio que las circunstancias obligaron a construir a la velocidad del rayo por la presión que marcaban las fechas. Sus obras, dirigidas por el donostiarra Francisco Urcola y realizadas por la empresa Martinicorena, duraron 16 meses y costaron algo más de 1.300.000 pesetas.
La semana pasada asistí a uno de los espectáculos que la Meca organizó para celebrar la efeméride y en él se vieron proyectadas fotos y películas de los muchos y variados actos que la plaza ha acogido, de los muchos y variados momentos de alegría y felicidad que en sus tendidos se han dado, de los muchos y variados toreros que en su arena se han jugado la vida y de las muchas y variadas gentes que la han visitado y en ella se han divertido, se han emocionado, han vibrado y han conocido el talante del pueblo de Pamplona cuando se mete en juergas. Muchos de los toreros a lo largo de estos años han dicho que en el mundo hay dos tipos de plazas de toros: la de Pamplona y las demás.
Por otro lado, esta semana he dado un buen paseo por lo viejo para ver, sentir y empaparme de lo que se nos viene encima. Al llegar lo primero que vi y me alegró el espíritu fue el vallado en la zona de telefónica-callejón. Seguí paseando por las calles y vi que los escaparates de las tiendas también son pregoneros de lo que llega, sus decoraciones, trabajadas, alegres, invitadoras a la fiesta, no dejan lugar a dudas de las fechas en las que estamos. Imprescindibles los colores oficiales, blanco y rojo, opcionales las imágenes del Santo en mil estilos y formatos, las cabezas de kilikis, los instrumentos en unos, los viejos carteles en otros, gigantes y cabezudos forman pequeñas comparsas, artísticas maquetas de encierros en las que el comerciante se recrea colocando perseguidos y perseguidores y un sinfín de motivos sanfermineros que, en mayor o menor medida, nos hacen sentir la fiesta desde muchos días antes y anuncian al visitante lo que esta ciudad será en cuestión de horas. Estafeta y adyacentes eran un hervidero de diligentes repartidores que, entre paisanos y asombrados peregrinos, cumplían con su trabajo: unos barriles de cerveza rodaban por aquí, una carretilla avanzaba cargada de sacos de patatas por allá, un fuerte mozo cargaba al hombro tremendos costillares que entraban a un asador, torres de cajas de refrescos iban y venían, del camión frigorífico se descargaban cajas de merluzas, rapes y lenguados, nada faltaba, nada puede faltar del 6 al 14.
Andando, andando llegué a la calle Mayor y entré en el Palacio del Condestable para ver la interesantísima colección de carteles sanfermineros que en ella se muestra. Se podría hacer un auténtico estudio histórico y sociológico de nuestra querida Pamplona festiva a través de ellos. En primer lugar, es de destacar que lo más importante que había en los últimos años del XIX eran las funciones religiosas y así se hace saber en los carteles, indicando que para acompañar a dichas funciones se celebraban corridas de toros, conciertos y alguna cosa más. Así mismo en los carteles se hacía saber de logros técnicos que la ciudad había alcanzado en el año en curso, como el anuncio que se hace de la inauguración de la luz eléctrica en 1888, o la aparición de los primeros coches en Pamplona en 1904. Es curioso que las corridas de toros se saldan con la presencia de dos o tres matadores para todo el ciclo, así, por ejemplo, vemos que en el mentado 1888 fueron Frascuelo y Cara-Ancha los encargados de pasaportar 5 corridas de toros, todas ellas de ganaderías navarras, Espoz y Mina, Diaz, Lizaso etc. En los carteles de esa época hay un denominador común: los conciertos de Pablo Sarasate. La exposición se remata con todos los carteles que han anunciado la Feria del Toro desde su nacimiento en 1959.
Continué mi paseo, llegué a la tómbola de Cáritas, probé y hubo suerte, me fui para casa con tres regalos, más contento que chupito.
Y nada más, solo me resta estirar el cuello para gritar alto y fuerte ¡¡Viva San Fermín, Gora Don Fermin!!.
Besos pa tos.
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