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Del consumo de carne, por José Manuel Etxaniz

Los productos frescos, como la carne, están acusando una mayor inflación.

En Euskadi consumimos mucha más carne de vacuno que la media en el Estado y, además, buena y no sólo en la época de sidrerías, sino durante todo el año. Como no somos autosuficientes, el 85% procede de otras comunidades o de otros países europeos. Me lo decía el presidente de Okelanaidi, la Cofradía de la Carne, “la carne de vacuno de Euskal Herria o los alimentos producidos por nuestros baserritarras en general, tendrán futuro en la medida que seamos capaces, desde la transparencia y la justicia social (precio justo), de emprender un camino que suponga la construcción de un mensaje (marca) propio que persuada a la sociedad”.

Según las estadísticas oficiales españolas, se exportaron 3.342Tm de carne y despojos comestibles, mayoritariamente de porcino, pero desde 2018, también de bovino, por un valor superior a los 8.500 millones de euros a 150 países, algunos con altas exigencias de calidad sanitaria como China, que importó en 2020 más de 1.400 millones de Tm por valor superior a 3.200 millones de euros, Francia, EEUU, Australia o Japón.

Aunque apenas se hable de ello en los medios, España es el tercer país agrario de la Unión Europea y sexto exportador alimentario mundial.

El ganado porcino blanco, el sector estrella de la ganadería española, supone el 42,4% de la producción final ganadera. España, en la vanguardia del bienestar animal, es el primer productor de carne de porcino en Europa y el tercero del mundo y, además, el segundo exportador mundial detrás de Estados Unidos y por delante de Alemania.

Se exporta el 55% de la producción total de carne, incluyendo todas las especies, y todo esto, que apenas interesa a la sociedad urbanita, ha sido posible gracias a la investigación en genética animal y a los múltiples programas sanitarios ganaderos contra algunas zoonosis como la tuberculosis bovina, la brucelosis o la salmonelosis y otras epizootias como la lengua azul o la peste porcina africana que en estos últimos treinta años han desarrollado los veterinarios.

La década de 1959 a 1969, que pomposamente se denominó por la propaganda, el “milagro económico español”, supuso la gran transformación económica y social, que lamentablemente, no fue acompañada por cambios políticos, cuya primera consecuencia fue el despoblamiento del medio rural y el incremento del censo en los núcleos urbanos industriales. Esa nueva población, con la capacidad adquisitiva que le permitía un trabajo más estable y mejor remunerado que el del campo, demandaba proteínas de origen animal, cuya única manera de satisfacer fue la ganadería intensiva, transformando el panorama ganadero de la época, con un notable incremento del número de cabezas, generalizando el uso de los piensos compuestos y, con ello, la producción final cárnica.

Ese modelo de ganadería, tan denostado en la actualidad por algunos sectores ignorantes que se tienen por progresistas, ha aportado proteínas –huevos, leche y carne de cerdo o pollo–, a la sociedad a un precio asequible.

Sin embargo, en los últimos años asistimos a un cambio de paradigma en lo que al consumo interno de carne se refiere y se percibe.

En el Estado, somos 47 millones de ciudadanos, localizados mayoritariamente en las grandes urbes y en las localidades costeras, y cada vez más alejados culturalmente del mundo rural y animal. La sociedad ha cambiado y nos comportamos de otro modo. También en cuanto a la forma de comprar alimentos, prepararlos y consumirlos.

Existen seis millones de extranjeros, algunos con limitaciones religiosas sobre determinados consumos ganaderos. Tenemos un censo de 19 millones de personas que viven solas (single), 75.000 en Gipuzkoa, entre ellos gran parte de esa juventud mileurista de baja renta que consume de otro modo, apenas cocina en casa, compra alimentos preparados y no sabe o no quiere dedicar su tiempo libre a guisar.

Existen 300.000 veganos que no consumen ningún producto de origen animal. Un millón de vegetarianos que no comen carne. Seis millones de flexiterianos –comen de todo, pero reducen al mínimo el consumo de carnes rojas y algunos el de arroz, por razones medioambientales–.

La inflación ha generado un alza en el precio de las carnes y el consumidor de rentas bajas opta por otras alternativas. Para colmo, hace unos días se autorizaba la comercialización del polvo de las larvas del escarabajo del estiércol (Alphitobius diaperinus) como nuevo alimento.

En consecuencia, el consumo de carne acusa un notable descenso. Como ejemplo, en 2021 el consumo de cordero por persona fue de 1,09 kilos, con un descenso en los últimos 15 años del 60%.

Las autoridades sanitarias, copiando en ocasiones modelos extranjeros de consumo muy superiores a los nuestros, advierten, con razón relativa, de los riesgos del consumo excesivo de carnes rojas y procesadas, y a la campaña se suman el Papa Francisco, argentino para más señas, aunque no infalible en este asunto y, esporádicamente, el ministro de Consumo.

Maltrato animal

Es otro mantra de nuestros opinadores del pesebre, carentes del menor conocimiento científico, al que hacen caso los políticos urbanitas que se dejan llevar por la estupidez de las corrientes que humanizan a los animales como en los dibujos animados.

Existe un amplio y complejo aparato legislativo que regula la protección y el bienestar animal en la cría del ganado porcino, aves de puesta, pollos para carne, cría de terneros y, para el resto, es de aplicación la Directiva 98/58. También están regulados el transporte (la última modificación es del pasado mes de noviembre) y el sacrificio. Y la legislación se va adecuando al avance de los conocimientos científicos, que no histéricos, del momento. Y, además, existe un control profesional real.

Hoy, domingo

Alubia verdina de Gijón, obsequio de Yolanda y Xabier. Lengua en salsa al oporto. Naranjas y fresas. Agua del Añarbe. Café. No hay txupito. Ramadán.

16/01/2023