Hola personas, esta semana que abandonamos, los dioses del catarro y la tos han establecido su olimpo en mi garganta y tengo la casa que es el paraíso del ParaZmol, el Fluimucil, el Farmagrip y todas las drogas que os podáis imaginar. No somos nada.
Antes de entrar en harina quiero hacer una pequeña súplica y un llamado a vuestra magnificencia, caridad y consideración. Este ERP que ahora empezáis a leer hace el número 257, lo que quiere decir que he escrito mucho y, si el que mucho habla mucho yerra, al que mucho escribe le pasa lo mismo y yo no soy excepción. Parece mentira, pero los artículos los leo y releo una y mil veces antes de enviarlos y aun así las faltas de ortografía y los errores de concepto se cuelan. Últimamente he recibido correcciones cariñosas por parte de algunos de vosotros que agradezco. Esos “a” del verbo haber sin h, o ese “habría” del verbo abrir con ella, de la semana pasada, no tienen perdón, lo sé, pero aun así yo os lo pido. Por otro lado, llamé calle Mártires de Estella a la calle Chapitela cuando sé perfectamente que los mártires fueron los de Cirauqui y que los de Estella fueron héroes. ¿Qué mayor héroe que un mártir?, me diréis, sí, de acuerdo, pero la calle San Antón era Mártires de Cirauqui y así seguirá siendo en la microhistoria pamplonesa.
Las afecciones antes referidas me han dejado en boxes y no he salido a patear la ciudad, pero existe otra Pamplona, la Pamplona del pasado y esa está en los libros y en la memoria y también tiene veredas y caminos por los que pasear, ver y contar. Hoy, concretamente, vamos a echar una mirada a los conventos, cenobios, ermitas e iglesias que o bien han desaparecido del mapa o bien han sufrido cambios, agresiones y mutilaciones varias.
Empezaremos por lo que teníamos intramuros y seguiremos por lo que había fuerapuertas. Para este paseo me ayudaré de dos herramientas, por un lado, de un plano de Pamplona fechado en Paris en 1719 que ha llegado a mis manos y en el que se pormenorizan todos y cada uno de los edificios religiosos con los que nuestra vieja Iruña contaba en aquellos tiempos y, por otro lado, del magnífico Catálogo Monumental de Navarra, obra imprescindible para quien quiera conocer nuestro pasado artístico. En él se encuentran desde el pintor consagrado o el mejor arquitecto, al más modesto albañil, al más laborioso platero o al más primoroso bordador.
Saltamos al plano y comenzamos el paseo. Como al saltar hemos caído en lo que es la cuesta de la Txan, entraremos en Pamplona por la puerta de Tejería. Una vez dentro de la ciudad amurallada haremos derecha, dejando a un lado las traseras de las casas de la calle homónima al portal, del otro la trasera del enorme muro y llegaremos al que fue el último convento en desaparecer, me refiero al convento de la Merced.
La orden mercedaria llega a Pamplona a mediados del siglo XIII y funda un convento fuera de las murallas junto a la puerta de San Lorenzo. En el XVI el virrey ordena su demolición por causas defensivas de la plaza –con esta orden ya perdimos el primer convento de la Merced levantado el siglo XIII y por tanto tardo románico–, ante la demolición los mercedarios se vieron obligados a mudarse de sitio, un par de intentos de instalarse en Juslarocha se ven malogrados por sendas riadas que dan al traste con todo, es entonces cuando compran la sinagoga y cinco casas más en la vieja judería de la ciudad, lo que hoy en día es la plaza de Santa María la Real, y ahí levantan su convento con su iglesia renacentista, cuya portada se abría casi enfrente de la puerta del palacio arzobispal, y su espacioso claustro, en torno al cual se distribuían las diferentes estancias conventuales. La ocupación francesa en 1808 desaloja casi en su totalidad a los frailes del convento e instala en él un hospital de campaña. La puntilla le llegó con la maldita desamortización de Mendizábal -en adelante le llamaremos DM- que, en 1836, lo convirtió en cuartel de infantería dejándolo hecho unos zorros. En 1903 pasó a ser propiedad municipal y se utilizó de almacén para guardar los pasos de semana santa y los gigantes y cabezudos de la comparsa. Durante la guerra civil se usó como cuartel de Pelayos y cárcel, quedando ya visto para sentencia. A nadie se le ocurrió que era susceptible de ser restaurado, perdón, ¿a nadie? no, Ángel Mª Pascual, aquella excepción en la Pamplona de la postguerra, abogó por su restauración desde sus “Glosas de la ciudad”, pero predicó en el desierto. En 1945 pasó a ser historia.
Siguiendo nuestro paseo por el plano dieciochesco, volvemos un poco atrás para tomar la calle Tejería y en pocos metros doblar a la derecha para entrar en San Agustín. Esta calle debe el nombre al antiguo convento de agustinos que en ella se encontraba. Fundado por dicha orden en el siglo XIV en la entonces llamada calle de San Clemente, ocupaba casi toda la acera. Su suerte corrió pareja a la del anteriormente visto de la Merced, primero los franceses y después la DM, lo borraron del mapa. En 1810 los gabachos lo convirtieron en cuartel y en 1836 la DM vendió la parte del convento que se convirtió en la fábrica de tejidos de Galbete y más adelante en el cine Novedades y en el Frontón Euskal Jai. La iglesia, salvo unos pocos años que fue almacén, no dejó de funcionar y en 1877 fue devuelta al obispado. Su ruinoso estado obligó a una restauración en profundidad y el encargo cayó en las escuadras y cartabones del ínclito, esclarecido, preclaro y afamado arquitecto Florencio Ansoleaga quién, en su línea historicista, parió uno de sus horrorosos proyectos que se perpetró entre 1887 y 1900, dejándonos la incalificable iglesia de San Agustín que hoy tenemos.
Continuamos paseando por las viejas ruas pamplonesas y llegamos al cruce de Curia con Mercaderes, Calderería y Mañueta, el plano por el que nos movemos nos dice que ahí está la basílica de Santa Cecilia, ocupando el terreno que luego ocupó el carrico de Lucio, la cestería Curia y el viejo establecimiento de radio Oslé. La basílica se levantó en el siglo XI, románica por tanto, y se consideró que era prescindible en 1853. Su cristo lo hemos podido contemplar durante muchos años en la hornacina que había al comienzo de la calle Mañueta en una fachada de trampantojos.
Y aquí se me acaba el espacio, creo que este paseo nos va a dar para pasear un par de domingos más a la vista de la cantidad de tropelías que diferentes leyes, diferentes ayuntamientos y odiosas guerras han cometido contra nuestro patrimonio.
La semana próxima más.
Besos pa tos.
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