Pase lo que pase en los partidos pendientes de esta decimocuarta jornada que precede a la interrupción del campeonato con motivo del Mundial, el Athletic se irá de vacaciones en plaza continental. Desde agosto siempre ha figurado en los puestos de privilegio, donde Barcelona y Real Madrid se han destacado de un grupo amplio muy apelotonado. En el mismo, junto al Athletic, aparecen Atlético de Madrid, Betis, Osasuna y Real Sociedad, seguidos de cerca por un Rayo al alza. Esto significa que cubierto el primer tercio del calendario algunos de los aspirantes a premio se han ido rezagando: el Villarreal, el Valencia e, increíblemente, el Sevilla.
La foto que se obtiene en la actualidad justifica el clima de ilusión o esperanza generado por el proyecto de Ernesto Valverde. Habrá lecturas para todos los gustos, pero resulta innegable que hasta la fecha ha sido capaz de sostener el ritmo de puntuación adecuado. Una proyección de los 24 puntos que hoy luce en su casillero equivale a sacar billete para la Europa League y, según la estadística del último lustro, puede incluso traducirse en el acceso a la Champions. Con 72 puntos se llega lejos, muy lejos.
Se trata de una cifra que supera con amplitud las cotas en las que el Athletic se ha movido desde la anterior etapa de Valverde, con quien más se aproximó en la 2016-17: 63 puntos y la séptima posición. En esa campaña, a estas alturas el Athletic poseía 23 puntos, con la particularidad de que además de catorce de liga tuvo que gestionar siete compromisos más, seis europeos y uno de Copa. Al año siguiente el equipo experimentó un fuerte bajón con José Ángel Ziganda, si bien conviene recordar que en el mismo tramo liguero añadió a su agenda nueve citas más de Europa League y dos rondas coperas. El Athletic terminó decimosexto con 43 puntos y tras catorce jornadas había sumado 14.
En adelante, ya sin compatibilizar torneos, al cabo de las primeras catorce jornadas hubo de todo. Con Eduardo Berizzo solo se lograron 11 puntos, lo que precipitó su sustitución por Gaizka Garitano, que trajo una reacción que cerca estuvo de convertirse en hazaña: por un solo punto no ocupó la séptima plaza y cuando el deriotarra asumió el cargo, el Athletic se hallaba en descenso.
En la 2019-20, Garitano tuvo unos números algo peores, pero con catorce partidos el equipo era quinto con 23 puntos. Acabó undécimo, con 51. Peor fueron las cosas un año más tarde, 2020-21: el Athletic figuraba décimo con 17 puntos tras catorce fechas, dos después hubo relevo en el banquillo. Vino Marcelino García Toral, al que tampoco le salieron las cuentas: décimo con 46 puntos. Y en la temporada anterior, con Marcelino, el equipo obtuvo 20 puntos en el primer tercio del campeonato, era octavo, lugar que repitió tras las 38 jornadas de rigor con 55 puntos.
El de ahora constituye pues el mejor comienzo de los seis últimos años, pero no siempre basta un arranque enérgico. Al menos en un par de ocasiones, con una puntuación muy similar el Athletic se desinfló y perdió el tren que perseguía. De vuelta al presente, una lectura prudente induce a pensar que no es descabellado soñar con el retorno a Europa. El nivel de la categoría se resiente cada año y ya contagia a inquilinos habituales de la zona noble. Hay excepciones, Betis o Real, pero Atlético, Villarreal o Sevilla han perdido pujanza y, pese a la labor de Arrasate, a Osasuna le costará en mayo colarse entre los mejores.
Calendario y estilo
En suma, visto lo visto, las opciones del Athletic van a depender más que nunca de su constancia y acierto porque hay menos competidores directos o esa es la sensación. En el análisis conviene no olvidar que el calendario le ha ayudado bastante. Los siete primeros partidos, contra equipos peor clasificados hace un año y un recién ascendido (Almería), siendo encima cinco en San Mamés, eran un trampolín ideal para colocarse, adquirir confianza y trabajar con serenidad. De esos 21 puntos se hizo con 16 y se ubicó tercero.
Con un estilo diferente al de campañas precedentes, el despegue no se hizo esperar. Apoyado en la fiabilidad defensiva que instauró Garitano y tuvo continuidad con Marcelino, Valverde entendió la necesidad de potenciar la producción ofensiva. Hizo un retoque en la zona ancha, que pasó a formar con dos interiores y un único medio de contención, y apostó por dos extremos fijos en el dibujo. El equipo dio síntomas de sentirse más cómodo, más suelto. Consecuencia de ello, en un contexto amable por la entidad de los rivales, el Athletic despertó la euforia de la afición. No fue el inicio perfecto, pero casi. De sobra para tomar carrerilla.
Sobrevolaba la duda de cómo respondería frente a conjuntos de mayor empaque, octubre se perfilaba como clave para calibrar su nivel de competitividad y la verdad es que hubo un frenazo. Sobre todo a domicilio. El Athletic malgastó dos salidas, al Sánchez Pizjuán y al Coliseum, con sendos empates. Contra un Sevilla sumido en una crisis severa, Lopetegui en la calle y una sola victoria en once partidos, y contra el Getafe tras disfrutar de dos ventajas en el marcador. Luego, la debacle del Camp Nou, un clásico, y el fiasco en Girona. En medio, derrota por la mínima en casa ante el mejor Atlético y la convincente victoria sobre un Villarreal que navega con la hélice fuera. Cinco de dieciocho puntos, más los tres a costa de un Valladolid asequible.
En esta fase, muchos fijos, demasiados en un bloque que Valverde apenas toca, han emitido muestras de inconsistencia ya conocidas. El técnico extraerá sus conclusiones, pero aguarda un calendario menos benévolo y aún queda un mundo para amarrar el objetivo. Once hombres rondan o superan el millar de minutos; la participación del resto es muy inferior, si no testimonial. Ello da lugar a casos como el de Guruzeta, la evidencia más llamativa de que hay aspectos a revisar.