El Nilo con sus crecidas hace la tierra fértil, verde, viva, a lo largo de su largo recorrido. Fuera de esa próspera franja, el país luce una piel seca y dura, aunque inagotable en tesoros que emergen uno tras otro de un pasado tan rico como el propio río; verdadero testigo mudo del devenir del tiempo.
Y es que esta autopista de agua ha unido durante miles de años a pueblos y culturas de norte a sur… o quizá en este caso sería mejor decir de sur a norte, ya que el Nilo tiene la peculiaridad de que su caudal nace en las tierras altas de los Grandes Lagos de África Central, a más de 6.000 km de distancia, para desembocar al norte, en el Gran Delta del Nilo, vertiendo sus aguas en la Cuenca mediterránea.
El Nilo ha sido siempre un eje vertebrador en Egipto, aportándole prosperidad y recursos, evitando siempre las temidas hambrunas que han vivido otros países cercanos. Ha sido crucial en la estabilidad política y ha propiciado el comercio, que tanto enriqueció el país hace miles de años… Pero es seguramente El Cairo, la mayor área metropolitana de África, la que empobrece su imagen, la enmaraña y la pierde, ya que la ciudad crece sin medida en sus orillas y se expande poco a poco mientras a su paso lo llena todo de suciedad y contaminación. El río parece allí atrapado sin remedio, pero se apresura en cambio a seguir su curso rumbo al mar, que aún queda a más de cien kilómetros de distancia, para desembocar en el Gran Delta y encontrarse con otra gran urbe, Alejandría, esta ya sí, a orillas del Mediterráneo.
Así, si mencionar el Nilo es perderse en leyendas e historia, recorrerlo lejos del caos urbano es deleitarse apaciblemente al compás de la brisa que lo acaricia, en ese espejo en el que se miran los egipcios, pero al que de ninguna manera pueden igualarse; el Nilo les presta sus aguas, su limo, su belleza… se deja querer. ¿Qué más tienes para dar –me pregunto–, después de tanto tiempo ofreciéndote a propios y extraños?
La historia
Hace miles de años, y al abrigo del Nilo, dio comienzo lo que sería una de las civilizaciones más antiguas y misteriosas del mundo, y fue en sus orillas que los hombres alzaron algunas de las construcciones más hermosas que ha visto el ser humano. Lejos ya el recuerdo de la caótica capital, con el bullicio de sus calles y bazares, es en Luxor, la antigua Tebas, donde se encuentran algunas de estas edificaciones: los Templos de Luxor y Karnak, (dedicados al dios Amon-Ra) dos de los más espectaculares de Egipto, antiguamente unidos entre sí por la mítica avenida de las esfinges de unos 3 km de longitud, de los cuales hoy existen apenas unos 200 metros que aún merecen la pena el paseo.
Hay algunos otros enclaves tan impresionantes como el Complejo conocido como Abu Simbel, ahora a orillas del lago Nasser, al sur del país; se trata de un gran embalse artificial con unas dimensiones descomunales, unos 500 km de largo por unos 30 de ancho. Al construirse la gran presa de Aswan en 1968, los Templos de Abu Simbel (que en realidad son dos, el de Ramses II y el de su esposa Nefertari) fueron deconstruidos y reubicados sobre una colina artificial gracias a una obra de ingeniería colosal, para evitar que quedaran sumergidos cuando se formara el lago. Hoy es uno de los lugares más visitados de todo el país.
Pero hay otro lugar, un templo menos monumental, más discreto y sin duda encantador, que al igual que su hermano mayor, tuvo que ser también desplazado milimétricamente de su emplazamiento original, se trata del Templo de Philae. En la Antigüedad estaba situado en la isla del mismo nombre, pero con la construcción de la presa esta joya del Antiguo Egipto iba a quedar también sumergida, de modo que se trasladó piedra a piedra a otra isla cercana y algo más alta.
Allí, entre columnas y salas hay momentos en los que apenas te das cuenta de que hablas en susurros. Se trata de un lugar tranquilo que invita a la contemplación y es considerado por muchos la perla del Nilo. Fue erigido en honor a la diosa Isis, diosa egipcia del amor y la maternidad; cuenta la leyenda que cuando el Rey Osiris fue asesinado por su hermana Seth, esta esparció sus pedazos por todo Egipto para que fuera imposible reconocerlo, pero al saberlo, Isis, mujer de Osiris, no dudó en recogerlos uno a uno para dar de nuevo forma y vida a su amado esposo. Huyendo de la furia de Seth, Isis se refugió después en una pequeña Isla en medio del Nilo, Philae, donde tiempo después se levantaría en su honor el hermoso Templo que hoy se puede contemplar.
En faluca
La faluca, esa pequeña y elegante embarcación con una gran vela de lona es el transporte principal; no se trata solo de la típica estampa de fotografía, sino de una realidad cuando navegas por el Nilo: orillas surcadas por falucas cargadas a veces de enseres, de pasajeros o de solitarios navegantes que sueltan amarras y salen sin prisas río abajo. Las hay por todas partes y solo están deseando que subas y navegues en ellas.
En algunos tramos hay también barcazas a motor, más ruidosas, aunque algo más rápidas, y por supuesto, están aquí y allí los grandes cruceros llenos generalmente de turistas a todo incluido, que al desembarcar, forman interminables colas en las entradas de tumbas y templos.
Seguimos nuestra travesía hacia el sur, y aunque no atravesaremos los diez países por los que este gran curso de agua pasa en su camino al Mediterráneo, ni llegaremos a las famosas Fuentes del Nilo, vienen al recuerdo aquí las palabras de Xabier Aldekoa, en su libro Hijos del Nilo. “En realidad, el lugar preciso (de su nacimiento) es un enigma imposible de resolver. El lago Victoria es una suerte de embudo de un territorio extenso que recoge el agua drenada de decenas de ríos, de cientos de pozos subterráneos e incluso de los glaciares de la cordillera Rwenzori, una cremallera de montañas de hasta 5.000 metros de altura entre Uganda y Congo. Tras acumular toda esa agua de tierras lejanas, el lago Victoria se derrama en el Nilo, que empieza su larga travesía hacia el mar. (…) hay un supuesto punto exacto, en medio del lago, donde el Nilo adopta su nombre. Sobre unas rocas, hay un cartel circular con tres patas de acero retorcido que marca el nacimiento del Nilo. (…) A unos metros del lugar donde el Nilo adopta su nombre se levanta imperial un árbol de ramas retorcidas con la corteza blanquecina que hunde sus raíces en el río. Es el Árbol de la Vida”.
Si dejamos Luxor atrás, la travesía en faluca hacia Aswan lleva unas 9-10 horas, dependiendo de la fuerza del viento, y tras una noche a veces fresca y algo incómoda en cubierta, el amanecer nos muestra las orillas de la tranquila isla Elephantina, frente a la ciudad, allí donde la calma de la cultura nubia se empieza a sentir y apetece prepararse para descubrir a paso nubio los tesoros de estos parajes.
Entramos al llamado Egipto Nubio, esa franja del sur del país que se mezcla con el norte de Sudán y en donde, de igual forma, se mezclaron faraones, civilizaciones y culturas.
Desde aquí se llega a la ya mencionada isla de Philae, y también a algunos coloridos pueblos nubios, siempre cercanos al río. Claramente diferentes y vistosos, algunos cuentan con el empuje del turismo ofreciendo opciones para pasar la noche, cenar en un bonito restaurante o hacer compras en animados bazares... Y luego hay otros donde la vida transcurre sin prisas, apenas se ve a nadie en las calurosas calles, y si tienes la suerte de que te lleven hasta allí tras un largo paseo en barca y de que un local te guíe a cambio de una propina, podrás descansar a la sombra, sobre una colina, tomando un refrescante hibiscus mientras, contagiado por el ritmo nubio, contemplas la inabarcable superficie de agua que ha anegado tantos y tantos cientos de km de desierto.
Unas horas después, de vuelta a Aswan, y antes de que caiga la noche, la mirada se pierde perezosa en las ondulaciones que dibuja la corriente, mientras el color ocre del atardecer da pinceladas magistrales sobre el agua… y dejas que la vela desplegada de la faluca guíe tu viaje mientras la maestría del timonel no pierde de vista los cambios del viento… en ese momento no hay otro lugar ni otro querer. Te entregas al Nilo, como él se entrega a la tierra por la que transcurre.
Tras los últimos reflejos dorados, el cielo se llena de cuerpos celestes, y entonces comprendes porqué en las tumbas de los reyes y reinas de Egipto, los techos lucen pinturas que semejan cielos cubiertos de miles de estrellas.