No se puede entender. Así, como planteó el partido Imanol, era absolutamente imposible pasar de ronda. Tarde o temprano iba a llegar el gol de un gran equipo como el Leipzig y no iba a tener más remedio que apostar por su versión habitual para intentar remontar. El técnico se disparó en el pie. Se hizo el harakiri y los realistas se volvieron a quedar sin pasar a los octavos de final. Todos estábamos de acuerdo en que el 2-2 de la ida permitía a los blanquiazules jugársela a una carta apoyados por su gente. Pero, claro, lo que no puede ser es que no le transmitas en ningún momento a tu parroquia que sales a por todas, que crees que todos juntos se puede firmar la hazaña de eliminar a un conjunto probablemente superior y que de tu estadio no sale nadie con vida por la comunión que existe entre equipo y afición. ¿Qué mensaje transmitió Imanol a la grada? No dejó lugar a equívocos, estaba convencido de que algo muy inesperado tenía que suceder para que la Real ganara y pasara de ronda. Visto el encuentro de ida, ¿cómo es posible que transmitiera esa comunicación de sálvese quien pueda y a ver si suena la flauta en un contragolpe y se produce el supuesto milagro? ¿Cómo vas a enchufar o a encender a la grada pensando así? ¿Ustedes se imaginan a otro equipo de la Liga, ni hablar de uno aquí bien cerca, afrontando la contienda con la cobardía y la falta de ambición que lo hizo ayer la Real? Impropia de toda su trayectoria de los últimos años, en los que ha llegado a tutear a los gigantes de Europa. Si después de todo lo que se rema, se compite, se juega con alegría y brillantez, nos presentamos en la hora D con este planteamiento, apaga y vámonos. Así la Real no va bien. Algo no funciona.
No puede ser que esta campaña sea un auténtico calco a la pasada y nadie asuma responsabilidades. Era un día para salir con todo, confiar en lo nuestro, enchufar a la grada, conectar con Anoeta y asustar al rival y únicamente parecimos unos cobardes sin perdón que teníamos asumido que no íbamos a superar la eliminatoria. Así de claro. A quién corresponda. Si queremos avanzar, habrá que cambiar algo. El Leipzig hizo valer su gol de la primera parte, en un rechace de un penalti en el que, cómo no, no estuvieron despiertos los realistas, y, sobre todo, su segunda diana tras un error de Oyarzabal. Zubimendi, que completó un partido lamentable, puso algo de esperanza, pero otra pérdida de Sorloth y una mano evitable de Aritz acabaron sentenciando a una Real irreconocible.
Imanol se decidió al final por apostar por el mismo esquema de la ida con tres centrales y el equipo más retrasado que nunca en un partido en Anoeta. A domicilio se puede entender ese planteamiento, pero en casa, en una noche grande y con la grada expectante como ningún otro día, la cosa chirría más. La sensación es que, después de lo acontecido en la ida, el ejercicio de resiliencia, si repites el mismo plan, era reconocer explícitamente que eres netamente inferior y que solo te iba a permitir superar la eliminatoria algo extraordinario o inesperado como una contra o una genialidad de tus mejores hombres. Por supuesto, ninguna de las dos cosas llegó en un primer tiempo en el que incluso la afición se fue apagando desconcertada con un planteamiento conservador con el que no está acostumbrada y que incluso provoca cánticos ya olvidados como el de "equipo échale huevos".
Resumen de la primera parte
Un cabezazo de Robin Le Normand en un saque de esquina a los tres minutos que se marchó fuera y nada más como bagaje ofensivo. Si esa era la estrategia, fue radicalmente equivocada porque así ni conectabas con la grada y era una espera a que te liquidaran en el matadero. En cambio, el Leipzig, mucho más preparado para la táctica defensiva de los locales, hilvanó varias combinaciones de quilates que acabaron en dos buenas paradas de Ryan a remates de Klostermann y de Kampl, tras un error grosero de Zubimendi en la salida de la pelota. A balón parado, Orban también puso a prueba al australiano, que acabó metiendo la pata en el minuto 37 en una salida en la que se llevó por delante a Nkunku. La pena máxima la paró, pero el rechace lo aprovechó Orban a puerta vacía ante la apatía de los realistas.
Imanol: "A mí me ha encantado mi equipo. No es fácil jugar contra este rival"
En la reanudación, Imanol siguió con el mismo guion y la primera ocasión fue un remate lejano de Dani Olmo que detuvo Ryan. Rafinha se convirtió en el primer realista que disparó entre los tres palos, en un centrado-chut que detuvo el meta visitante. Casi a reglón seguido, Oyarzabal perdió una pelota, que era justo lo que no había que hacer para evitar las arrancadas visitantes, y André Silva clavó el segundo en la escuadra.
Zubimendi recortó distancias en un balón que ganó Aritz por arriba y Januzaj, que completó un partido penoso, buscó el empate a balón parado. A Isak se le escapó fuera un centro de Aihen, cuando la Real ya era la que todos conocíamos, y Sorloth tuvo en su cabeza el 2-2, pero no logró dirigir el rechace que provocó Isak. Lástima, porque poco después perdió un balón que acabó en una contra que cortó Aritz con la mano. Forsberg no perdonó y nos recordó que en la ida anotó otro que se lo regalaron.
Una pena. La Real no está hecha para llegar lejos en Europa. Ni, por lo que se ve, para competir cada tres días. Entonces, ¿de qué es capaz este equipo? ¿Qué hay que cambiar para dar un paso adelante? ¿Se está haciendo algo mal? ¿Se tiene que fichar más? Algo hay que hacer, porque lo que no puede ser es repetir los mismos errores y tropiezos sin que nadie asuma que hay que hacer algo. No sé cómo se pensarán que la afición, que es una santa y acepta como ninguna las derrotas, pueda encajar una semana una goleada en Bilbao y una eliminación europea con una rendición antes de tiempo. En otros campos no habría perdón. Aquí sí, pero ya pueden estar a la altura en la única competición que les queda. La Liga. Porque ya se les han escapado dos en las que han caído casi sin dignidad ni honor. Sin estar a la altura del escudo. Una decepción absoluta. No somos nadie.