Ante la falta de facultativos en el medio rural, José Mari Bastida pertenece a esa vieja estirpe de médicos de raza que siguen al pie del cañón contra viento y marea.
Médico de familia en Peñacerrada, en Montaña Alavesa, una vez cumplidos los 68 años, se acogió al plan Jubilación Activa de Osakidetza.
La estrecha relación que tiene con sus pacientes es su mejor argumento porque no solo son clientes, también son amigos.
“Tenemos cierta relación de amistad porque conoces a todos, también a sus hijos. Hacemos esta comida el sábado, tienes que venir, te dicen. De hecho, el 80% de mis pacientes tienen mi número de teléfono privado para que me llame si lo necesita”, dice con absoluta naturalidad.
Porque si la falta de profesionales sanitarios afecta a todo el panorama asistencial, las zonas rurales, con menos población y más envejecidas sufren especialmente el déficit porque no resultan atractivas. En este contexto, trabaja Bastida que se conoce al dedillo todos los resortes del sistema sanitario.
Ha trabajado en Atención Primaria, en ambulatorios de Gasteiz, en la sanidad privada, en la UVI móvil, donde permaneció durante casi dos décadas.
Y ahora, hace ya ocho años, con 60 años, se decidió por ejercer la medicina rural, un campo, a su juicio, “apasionante”. Por eso lanza un mensaje para que la gente joven se anime a hacer asistencia en este medio y se atreva a coger plaza en un pueblo pequeño.
“Les animaría a que probaran este trabajo porque les va a enganchar y van a poder permitirse hacer esa medicina idealizada de cuando estudiábamos”. “El conocimiento, el trato y la relación con los pacientes es especial, muy diferente al medio urbano”, asevera.
“No estamos tan saturados y la asistencia es muy distinta. Yo siempre digo a la gente que la medicina rural te devuelve mucho más de lo que tú le das. Cuando tú les das uno, ella te da tres”, sentencia rotundo. “Yo estuve muchos años en la UVI móvil y me gustaba ese trabajo, la adrenalina que genera, atender al paciente crítico es muy interesante, pero esto es mucho más bonito”, resume.
Bastida ha comprobado en 38 años de ejercicio una evolución brutal en la medicina. “Hay muchísimo cambio a nivel tecnológico, a nivel farmacológico... Pero yo creo que a nivel rural se mantiene más la esencia de lo que era el trato médico-paciente”, indica.
Sus parroquianos no van más a visitarle porque vivan más alejados de un hospital de referencia, a unos 35 minutos de Txagorritxu por ejemplo. “Creo que son más duros, más recios que en la ciudad”, afirma sin titubeos y con conocimiento de causa.
“Hacemos una medicina de lujo”
No le duelen prendas al asegurar que se puede permitir hacer “una medicina de lujo”. “Nos podemos permitir eso de llamarles y decirles; fulanito hace mucho que no te pasas, ¿cómo lo llevas?, ¿porque no te hacemos un análisis?, pues vente por aquí para echarte un vistazo”.
Una medicina de alto standing en la que, a veces, Bastida le dice al paciente, “tengo mis dudas contigo, no sé qué voy a hacer, ¡eh! Vuelve mañana. Y cojo el caso, me lo miro y me pongo a estudiarlo, le pido esta prueba, o no, le derivo o no, y cuando estoy todavía indeciso, lo puedo consultar con un especialista”, revela.
Y eso que este veterano galeno de Osakidetza también comprueba en su consultorio cómo se medicaliza cada vez más la vida diaria, y cómo se pretenden obtener soluciones farmacológicas para los problemas cotidianos.
“Eso ocurre en todos los medios, tanto a nivel urbano como a nivel rural. Quizá es que hemos ido perdiendo la capacidad de frustración, y la capacidad de sufrimiento. Quizá hemos disminuido nuestros umbrales para el dolor o la angustia. La gente cree que todo tiene que ser como un anuncio de Coca-Cola y la vida tiene sus vaivenes. Es como una montaña rusa y un día puedes estar arriba, y otro puedes estar abajo. Se trata de que sea un paseo con sus pequeños desniveles, que es lo normal”, relata cargado de razón.
“Lo que sucede es que muchas veces la gente no quiere sentir frustración, no quiere sufrir. Vienen a consulta, por ejemplo, porque están muy tristes porque se les ha muerto un familiar y sentir tristeza en esos casos es lo normal”, observa.
Tampoco cree que las consultas estén llenas de problemas banales. “Lo que ocurre es que en los últimos 20 ó 30 años se bombardea a la gente con que no tome nada sin consultar a su médico. Llevamos mucho tiempo con esos mensajes, por eso la gente consulta aunque tenga sólo un resfriado. Antes, sin embargo, mi madre me daba una aspirina y un vaso de leche caliente si tenía fiebre y santas pascuas”.
José Mari Bastida decidió reengancharse al Plan activo cuando le tocó jubilarse. “A mi mujer todavía le falta un año y medio para dejar de trabajar y yo estaba ya jubilado. Sonaba el despertador a las seis de la mañana, ella se levantaba, y yo me quedaba en la cama hasta hasta las ocho, pero luego el resto del día se me hacía muy largo. Así que cuando salió esta oportunidad me acogí al programa encantado”, expresa, convencido de estar donde quiere estar y donde se le necesita.