Las emociones, el amor y las lágrimas inundaron el viernes por la mañana el Palacio Euskalduna de Bilbao cuando, en el transcurso de la jornada de celebración de los 25 años del programa de acogimiento familiar impulsado por la Diputación de Bizkaia, los testimonios tomaron la palabra. En una primera mesa de experiencias cinco aitas y amas narraron lo que supone dar amparo a pequeños en muy diferentes circunstancias. En la segunda, cuatro jóvenes criados sin su familia biológica detallaron cómo les ha influido hasta la madurez su especial condición, aunque alguno de ellos reivindicó que nada les diferenciaba de los demás niños para evitar su estigmatización.
El primer testimonio fue de Mikel San José. El ex jugador del Athletic Club narró lo que supuso para su pareja y él acoger a su sobrina de pocos meses y tener dos bebés en casa, ya que poco antes había nacido su primer hijo. “Mía, que ahora tiene siete años, nos ha enseñado a ser una familia con mayor inteligencia emocional, más empáticos y a pedir ayuda cuando la necesitamos”. Reconoció que “los días son buenos en general pero también hay momentos duros” aunque consideró que “no me puedo imaginar nuestra casa sin Mía”.
Rosi Fuentes fue uno de los casos más sentidos al exponer cómo acogió a David, un niño con muchos problemas médicos hace más de diez años, y todo lo que le ha dado en múltiples facetas. A pesar de ser un caso tan especial, “David me ha supuesto ver la vida desde otra perspectiva”. Lo definió como “un guerrero, un luchador, a pesar de sus dificultades” y quiso dar las gracias “a toda la gente de la que estoy rodeada que me ha ayudado muchísimo”. Ahí se acordó del personal sanitario que les atienden las numerosas veces que van al hospital y a los asistentes sociales que les ayudan constantemente desde la Diputación.
Confesó que a la hora de tomar la decisión de hacerse con la custodia de su hijo de forma permanente valoró que “todo el tiempo que iba a estar en nuestra casa no iba a estar en una institución”. También habló emocionada de su hijo biológico, que hoy tiene 33 años y convive con su madre y su hermano, y puso en valor cómo “es brutal el cariño que le tienen sus primos y demás familia”.
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Con el bebé en brazos
Con su último bebé de acogida de diez meses en los brazos, expuso su caso Izaskun Vázquez, una veterana en el amparo de niños de urgencia. Suma ya seis acogimientos de esta especial circunstancia. Ya jubilada hace muchos años, indicó cómo “cuando dejé de trabajar pensé que podía hacer algo y hay mucho cariño para dar y recibir”. Trasladó lo duro que es cuando, por ser acogimientos exprés, tiene que abandonar al infante poco tiempo después de entrar en su vida pero dijo que “lo más doloroso no es para nosotros, es para ellos que van a tener otro cambio muy pronto y otra adopción con otra familia”. Fue muy emotiva al asegurar, con la experiencia acumulada, que “nos dan todo su cariño y amor, y nos hacen más fuertes como personas. Es una experiencia dura pero muy bella”.
Miguel Iglesias fue ejemplo de las familias que atienden a txikis de forma temporal y detalló cómo él y su pareja se lanzaron a la piscina sin experiencia alguna ya que carecían de cualquier práctica como progenitores. Recordó lo duro que fue iniciar este particular camino “justo cuando mi empresa entró en ERE” y destacó que lo emprendieron sin ninguna expectativa. “No esperábamos nada y no sabíamos a lo que nos enfrentábamos. Fue un sopapo de realidad, pero ahora ves cómo tu vida pasa a través de sus ojos: si está feliz nosotros estamos felices”, indicó casi entre lagrimas.
Finalmente, Guillermo Calleja narró lo difícil que fue el momento en que llegó el peque con algo más de tres años pocos días antes de la pandemia cambiando todos los planes previstos. Narró que “teníamos un hijo biológico pero queríamos tener una familia más grande” y se consideró afortunado ya que antes el niño “pasó por una familia de acogida exprés que nos ha ayudado muchísimo”. Así mismo, valoró la rapidez con que se efectuó todo el proceso de acogimiento gracias a la labor de los técnicos forales.
Los aplausos que acompañaron a cada intervención de los adultos se multiplicaron poco después con los testimonios de Christian, Katerin, Ainara y Nagore, los hoy jóvenes que fueron criados por los que todos consideran sus familias, aunque no lo sean de sangre.
Cariño por toneladas
Expusieron cómo fue su infancia y lo que el acogimiento familiar implicó para ellos, ya ahora desde su perspectiva de personas adultas, cuánto cariño recibieron y obtienen de sus progenitores solidarios y la relación que mantienen con sus padres biológicos.
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Mientras su madre de acogida se emocionaba en el patio de butacas al ver a su hijo, Christian relató cómo fue criado desde los 2 a los 18 años diciendo que “no sé donde estaría si no hubiera estado con ellos. Mi familia de acogida es parte de mí para siempre”. También quiso agradecer “los 25 de años de trabajo espectacular que han hecho” y se dirigió a todos los presentes para reconocerles “el valor humano que hay en esta sala ahora mismo”.
Katerin, hoy con 22 años, fue aceptada con cinco por sus tíos y abuelos paternos, con los que todavía convive. Aseguró que su familia extensa “ha definido mi identidad” y cómo “no hace falta tener una familia biológica para sentirse querida”. Una educación que le ha hecho ser responsable para trabajar para ayudar a los suyos a financiar sus estudios. “Quiero ser trabajadora social. Quiero ayudar a la gente como me han ayudado a mí”, dijo con el aplauso de los asistentes.
Bienestar emocional
Ainara, con 30 años, estrenó familia con siete y la ha atendido hasta su madurez e independencia. Trasladó lo complicado que fue llegar a los 18 años y cómo, tras su mayoría de edad, “compartí con mi madre biológica ocho meses, donde la conocí, y me sirvió para dejar de idealizarla”.
Reconoció que en su proceso de independencia familiar tras cumplir llegar a la edad adulta “he tenido muchos obstáculos pero soy la persona que soy por ello, una persona con bienestar emocional”.
Finalmente, Nagore, la más joven de grupo con 20 años, fue atendida desde los seis por una familia ajena, la cual, especificó, “me dieron todo ese amor y cariño que yo no tenía antes de conocerlos”.
Describió cómo hasta los dos años estuvo en un refugio y el programa de acogimiento foral le permitió “entrar en una familia normal, con sus cosas, sí, pero que me han aportado todo su cariño”. Incluso fue más allá al asegurar con una sonrisa cómplice que “no hay que tener hijos, es un jaleo, mejor acoger a los niños que queremos cariño”. Consideró que ello “permite tener la oportunidad de crecer en una familia que te puede aportar muchísimo”, terminado así su intervención con lágrimas en las mejillas.
También intervino en un vídeo una de las madres biológicas que por avatares de la vida y su toxicomanía tuvo que dejar la tutela de sus dos hijas. Desveló que “te quieres morir y te enfadas con todo el mundo y más contigo misma” cuando se separó de ellas. Relató cómo ahora “las veo una vez al mes y la relación está bien. Sobre todo tengo confianza con las dos”. La jornada terminó con abrazos y besos, cientos de abrazos y besos, junto a unas corrientes de solidaridad y amor difíciles de conseguir.