El acto de fe de Diego Uriarte

Una tormenta eléctrica de sensaciones y emociones descargaba sobre el cuerpo de Diego Uriarte, tan incrédulo como feliz en Alhaurín de la Torre, donde se bañó en la gloria de los elegidos. Por eso, cuando consumó su hazaña, agarrado a la bandera de la fe, la esperanza y la rebeldía, se tenía que agarrar la cabeza para soportar ese trallazo inequívoco de las primeras veces, el escalofrío que recorre el tuétano tras completar una misión de aspecto suicida. Lo gritó a los cuatro vientos. El eco de su bautismo alcanzó todos los rincones.

Bramó una vida de esfuerzos. Venció con honores Uriarte, apenas 23 años, el ariete de la fuga que derribó los cálculos del pelotón, que eligió guardar gramos de fuerza para el cierre de la carrera. Sivakov, el líder, pensaba en el futuro. El de Barañain prefirió derrochar energía. Aquí y ahora.

Solo así pudo alzar los brazos y dar puñetazos al aire bailando dicha. El boxeo de la victoria. Uriarte conquistó su primer laurel en el profesionalismo sin sombra. Nada como la soledad si es elegida.

En su currículo amateur, todos sus logros los obtuvo en solitario, como un Quijote que cabalga hacia la puesta de sol. En su segundo curso en el profesionalismo, Uriarte descerrajó un triunfo mayúsculo después de que la víspera también lo intentara con otra fuga que pereció por pura inercia tras 136 kilómetros.

Corajudo, lejos de la quejas, las excusas y las coartadas, de hamacarse en la comodidad, Uriarte eligió pelear. No desistió el navarro, empeñado en dejar huella tras 138 kilómetros compartiendo escapada. Esa reafirmación y confianza en sí mimo le catapultó al palmarés de la Vuelta a Andalucía.

La bala de Uriarte

A falta de dos kilómetros para las flores de meta, Uriarte lanzó su propuesta con aroma de locura. Atacó con todo. Puerta grande o enfermería. Entre quienes viajaban con él, todos estaban pendientes de Connor Swift, el que parecía más fuerte.

Lo sabía Diego Uriarte y maniobró con esa idea porque, tras dos jornadas de estajanovismo, no le sobraba energía en la despensa. Iba con lo justo, que en ocasiones es más que suficiente. En las piernas se acumulaba la fatiga de la aventura.

Las reservó para un solo intento. Todo o nada. Descartó esperar al esprint del grupo, porque ahí tampoco tenía dónde hacer palanca. Calibró todo y se disparó antes de encarar el kilómetro final, con el mentón elevado. “Sabía que el último kilómetro picaba hacia arriba”, analizó el navarro.

Quemó las naves Uriarte para desembarcar en puerto victoria. No había marcha atrás. “Sabía que tenía una bala”, dijo. Apuntó. Apretó el gatillo. Olor a pólvora. Francotirador. Un tiro, un muerto. Hizo diana Uriarte, directo al corazón de la Vuelta a Andalucía.

Las dudas lanzan al navarro

El navarro eligió el momento exacto y sembró de dudas al resto. Comenzaron las miradas desconfiadas, el tira tú que a mí me da la risa. Mientras tanto, Uriarte apretó los dientes, pero sonreía por dentro. Swift y Scotson, que se movieron tras él, lo tuvieron a un palmo, pero racanearon el esfuerzo. Uriarte no fluctuó ni vaciló. No se giró ni miró para atrás. No iba a dimitir ni a ceder.

El palmo se convirtió en un puñado de metros más y después en unos segundos. Uriarte viajaba con determinación hacia la victoria sin nadie que le pusiera los grilletes. El grupo era una mesa de póquer que se quedó sin capacidad de reacción porque Uriarte era inalcanzable.

"No iba sobrado de fuerzas. Al final he mirado atrás y me tenían casi cogido, pero por suerte han parado y he llegado hasta meta”, describió Uriarte sobre su mejor conquista.

“Es un día muy especial, no todos los días se gana en profesionales. Estoy muy contento”, indicó el navarro, que sumó el segundo triunfo para el Kern Pharma tras el obtenido por Urko Berrade semanas atrás. La tropa de Juanjo Oroz continúa el idilio que inició en el Vuelta, donde se sublimó con tres victorias de etapa, dos de Pablo Castrillo y otra de Berrade.

“En el equipo estamos muy unidos y cualquier victoria de los compañeros la sentimos como nuestra propia”, expuso el de Barañain tras su conquista. El acto de fe de Diego Uriarte.