El riesgo de aislamiento social aumenta con la edad debido a factores vitales, como la viudedad y la jubilación. Casi una cuarta parte de los adultos estadounidenses de 65 años o más están socialmente aislados, y la prevalencia de la soledad es aún mayor, con estimaciones del 22 al 47 por ciento. Sin embargo, los adultos más jóvenes también experimentan aislamiento social y soledad.
Los datos también sugieren que el aislamiento social y la soledad pueden haber aumentado durante la pandemia de COVID-19, especialmente entre los adultos jóvenes de 18 a 25 años, los adultos mayores, las mujeres y las personas con bajos ingresos.
El aislamiento social y la soledad se asocian a un aumento del 30% en el riesgo de sufrir un infarto de miocardio o un ictus, o de morir por cualquiera de ellos, según una nueva declaración científica de la Asociación Americana del Corazón publicada en la revista científica 'Journal of the American Heart Association'.
"Más de cuatro décadas de investigación han demostrado claramente que tanto el aislamiento social como la soledad están asociados a resultados adversos para la salud. Dada la prevalencia de la desconexión social, el impacto en la salud pública es bastante significativo", ha comentado Crystal Wiley Cené, presidenta del grupo de redacción de la declaración científica, y profesora de Medicina Clínica y directora administrativa de Equidad Sanitaria, Diversidad e Inclusión en la Universidad de California San Diego Health (Estados Unidos).
El grupo de redacción revisó las investigaciones sobre aislamiento social publicadas hasta julio de 2021 para examinar la relación entre el aislamiento social y la salud cardiovascular y cerebral. Encontraron que el aislamiento social y la soledad son determinantes comunes, aunque poco reconocidos, de la salud cardiovascular y cerebral.
Mayor riesgo de muerte prematura
Según sus hallazgos, la falta de conexión social se asocia con un mayor riesgo de muerte prematura por todas las causas, especialmente entre los hombres. Igualmente, el aislamiento y la soledad se asocian con marcadores inflamatorios elevados, y los individuos que tenían menos conexiones sociales eran más propensos a experimentar síntomas fisiológicos de estrés crónico.
Al evaluar los factores de riesgo del aislamiento social, la relación entre el aislamiento social y sus factores de riesgo va en ambas direcciones: la depresión puede llevar al aislamiento social, y el aislamiento social puede aumentar la probabilidad de experimentar depresión.
También han evidenciado que el aislamiento social durante la infancia se asocia a un aumento de los factores de riesgo cardiovascular en la edad adulta, como la obesidad, la hipertensión arterial y el aumento de los niveles de glucosa en sangre.
Los factores socioambientales, como el transporte, las condiciones de vida, la insatisfacción con las relaciones familiares, la pandemia y las catástrofes naturales, también son factores que afectan a las conexiones sociales.
"Hay pruebas sólidas que relacionan el aislamiento social y la soledad con un mayor riesgo de empeorar la salud cardíaca y cerebral en general; sin embargo, los datos sobre la asociación con determinados resultados, como la insuficiencia cardíaca, la demencia y el deterioro cognitivo, son escasos", detalla Cené.
Las pruebas son más consistentes en cuanto a la relación entre el aislamiento social, la soledad y la muerte por enfermedad cardíaca y accidente cerebrovascular, con un aumento del 29 por ciento en el riesgo de ataque cardíaco y/o muerte por enfermedad cardíaca, y un aumento del 32 por ciento en el riesgo de accidente cerebrovascular y muerte por accidente cerebrovascular.
"El aislamiento social y la soledad también se asocian a un peor pronóstico en individuos que ya padecen una enfermedad coronaria o un ictus", añade al respecto al investigadora.
Las personas con enfermedades cardíacas que estaban socialmente aisladas presentaban un aumento de dos a tres veces en el número de muertes durante un estudio de seguimiento de seis años. Los adultos socialmente aislados, con tres o menos contactos sociales al mes, pueden tener un riesgo un 40 por ciento mayor de sufrir un ictus o un infarto recurrente.
Además, las tasas de supervivencia de la insuficiencia cardíaca a los 5 años fueron menores (60%) para las personas que estaban socialmente aisladas, y para las que están tanto aisladas socialmente como con depresión clínica (62%), en comparación con las que tienen más contactos sociales y no están deprimidas (79%).