El primer once de la nueva temporada bien podría haberse confundido con los que Calleja dibujó en sus partidos al frente del equipo en el tramo final de la pasada. De entre los elegidos, la única novedad la representaba un Manu García que para los despistados incluso podría haber pasado por el ya excapitán. Un jugador, el asturiano, que además ya se trataba de un viejo conocido por su anterior experiencia, aunque exigua en minutos, en Vitoria.
Precisamente, sobre un dibujo 4-3-3 –eso para atacar, ya que en defensa se reconvertía a 4-4-2– con Edgar y Rioja como extremos jugando a pierna cambiada y Pina ejerciendo de capitán general como pivote, el joven centrocampista se convirtió en el eje del juego alavesista, con un desconocido gusto por el balón. Lejos de pertrecharse atrás, los albiazules tocaron, combinaron y buscaron hacer daño con el balón. Con mucha movilidad y profundidad, desde muy pronto vieron de cerca el rostro de Courtois en un duelo que comenzó a calentarse desde sus albores. Y es que, las patadas sin castigo a Manu García y los constantes golpes a Joselu que el colegiado pasaba sistemáticamente por alto propiciaron los primeros chispazos, ya que los albiazules no rehuyeron el contacto con una presión que mordía balón y piernas.
Tras un arranque con el contador de revoluciones incendiado, el Alavés pulsó el botón de pausa. Bien situado para achicar las vías de agua, con la única amenaza de los disparos lejanos de Bale y llevando siempre peligro con el balón, con un Martín muy protagonista con sus internadas por la diestra. En una de ellas, Nacho con la cabeza evitó que Courtois sufriese ante un afilado remate de un Joselu batallador como siempre. La seriedad de una idea desarrollada primorosamente, sin fisuras atrás y manejando el esférico con mimo y precisión.
Pasada la media hora pudo el Real Madrid respirar por fin. Las piernas en agosto tienen un alcance limitado y los de Calleja comenzaron a pagar el sobreesfuerzo inicial. Y, pese a esa lógica rebaja de intensidad, al borde del descanso rozó el Alavés el gol en un tremendo contragolpe en el que la vaselina de Pons se fue por poco por encima de larguero mientras sus compañeros protestaban una posible mano de Lucas Vázquez, de esas en el límite entre la posición natural y la forzada del brazo, que quedó en el limbo y dejó el encuentro en tablas al descanso.
Si la perfección se había rozado en la primera parte sin premio, en el arranque de la segunda el infortunio vino a visitar al Alavés. Un mal despeje, un balón cruzado sobre el área y la conexión del talento de Hazard con la genialidad de Benzema –vuelta a las andadas con un arbitraje que ni con lejía hubiese salido más blanco, ya que el galo partía en fuera de juego–, que fusiló a un Pacheco que nada pudo hacer para evitar el 0-1 en el minuto 48.
El tanto en contra hizo un daño enorme en la confianza de los pupilos de Calleja. La seriedad se derrumbó y a los pocos minutos, en el 56, Nacho dejaba el duelo resuelto al aprovecharse de la pasividad de Martín en su marcaje en un saque de esquina. La sensación era de equipo hundido, lo que se encargó de confirmar Benzema en el 63 al completar un contragolpe.
Buscó el cuadro vitoriano la desesperada, ayudado por un regalo de Militao con penalti de Courtois que Joselu convirtió en el 1-3. Pero no había gasolina para más e incluso Vinícius ahondaba en la herida con el 1-4 en el descuento. Con la evidencia de que errores tan graves en defensa suponen hundimientos de este tipo, también hay que rescatar la ilusión que la idea del Alavés transmitió en la primera parte.