En una vitrina, allá en el estudio que dejó huérfano en 1995 el artista Gabriel Ramos Uranga, se arraciman los pigmentos que Gabi, como era conocido en su círculo más íntimo, adquirió durante sus viajes a Londres, Florencia, Roma... para convertirlos luego en las pinturas. Y en las paredes, destacan unas impactantes maneras negras, dibujos de color sobre fondo negro, que se extienden sobre cartones preparados como lienzos, unas cortinas de pigmentos (rojo carmín, amarillo limón, amarillo naranja...), y sobre ellas, un telón de tinta china.
Todo comenzó con una infidelidad. El joven Gabriel estaba destinado a cursar estudios de arquitectura, cosa que comenzó a hacer en Barcelona hasta que se le cruzó una pasión por el medio y plantó a las líneas geométricas para abrazar las curvas del arte, a quien le guardó amor eterno. Decidió el joven Gabriel dejar la carrera por el dibujo y la pintura y en 1965 ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Tres años más tarde dio el salto a estudiar grabado calcográfico en Cuenca gracias a Fernando Zóbel. Sería en ese disciplina artística en la que cosecharía un gran reconocimiento.
El niño Gabriel ya dibujaba como los ángeles con apenas 12 años. A sus facultades naturales, añadió una erudición asombrosa que tenía su origen en los maestros del Renacimiento y su admiración por los pintores del barroco italiano, desde Durero hasta Tiépolo. “Nunca corregía, pensaba que arriesgaba más así”, explica la pintora vasca, Carmen Erdozia, quien conoció a su marido Gabriel cuando ambos estudiaban Bellas Artes.
En 1971 compró una máquina en Azañón que llevó a su casa en Armintza donde permanecerá hasta 1975, momento en el que se trasladó a Algorta, y fundó el taller litográfico Marrazarri.
Fue un artista abstracto. Su primera exposición se hizo en Bilbao, en la Sala Illescas en 1966. Las críticas no pudieron ser mejores: “Ramos Uranga tiene una pintura de genio despierto. Todas sus óleos parecen salir del alma”. Eran días de gran efervescencia cultural en los que el arte vasco alzó la voz. No podía, no debía, seguir callado. En los años 60, se fueron creando las vanguardias, grupos como Gaur, Hemen y Orain, embrión de lo que fue dado en llamarse la Escuela Vasca de Arte, de la que formaron parte artistas como Amable Arias, Zumeta, Ruiz Balerdi, Bonifacio Alfonso, García Ergüin, Agustín Ibarrola, Ortiz de Elguea, Teresa Peña, Vicente Larrea, Rafa Mendiburu, y, por supuesto, Ramos Uranga, aunque él siempre mantendría su espíritu independiente.
Recibió numerosos premios tanto por su pintura como por sus grabados. Se le concedió una mención honorífica en la Muestra Internacional de Obra Gráfica de Artede, el primer premio de Grabado en Gure Artea concedido por el Gobierno vasco (al año siguiente, el 86, conseguiría el de pintura...) y el Premio Nacional de Grabado de la Real Calcografía Nacional. La carrera de Ramos Uranga se caracterizó por la búsqueda e investigación constante hasta su muerte en 1995.
El Museo de Bellas Artes dedicó en 1984 una exposición a su obra sobre papel. Once años más tarde, meses antes de su muerte, presentó otra muestra de su trabajo. En 2004, su mujer y sus tres hijos donaron a la pinacoteca dos pinturas de grandes dimensiones realizadas en los años 80. El Bellas Artes ya contaba con un lienzo de Ramos Uranga de 1981 y un amplio conjunto de piezas sobre papel del artista. Además, la familia decidió depositar en el museo de la capital vizcaina 150 óleos y tintas, 15 piedras litográficas y 77 grabados por un periodo de 50 años. El conjunto artístico se encuentra bajo la custodia del museo para su estudio e investigación. Para no olvidarle.