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Polideportivo

El amarillo brilla en la gran noche de José Mari Errandonea

José Mari Errandonea
José Mari Errandonea

Bien entrada la noche en Angers, José Mari Errandonea se vistió de amarillo. Nunca se sabe dónde se encuentra la gloria y tampoco a qué hora. El guipuzcoano conquistó el prólogo y derrotó a Raymond Poulidor, el ídolo de Francia. Nadie esperaba que sucediera, pero ocurrió.

Los periodistas tuvieron que rehacer las crónicas que enviaron a París. Eran papel mojado. Errandonea, que tenía confianza en sí mismo, -“se me daban bien las distancias cortas”, recuerda a este diario- fue el culpable del cabreo de los periodistas. También de los lloros de Christian Prudhomme, director del Tour de Francia, apenas un niño que fue testigo de la victoria de Errandonea en un día de calor sofocante.

ERRANDONEA BATIÓ A RAYMOND POULIDOR, EL ÍDOLO LOCAL, EN EL PRIMER PRÓLOGO DE LA HISTORIA DEL TOUR

Era 29 de junio. Comenzaba el Tour con un prólogo, el primero de su historia. “El calor que hacía era insoportable. Así que el Tour dio permiso para elegir la hora de salida. El prólogo empezaba a las seis o así. Yo decidí salir a las 10 de la noche”, cuenta. A esa hora las altas temperaturas habían remitido algo. “Estaba oscuro y algunos tramos estaban iluminados con lámparas de camping gas, pero se podía rodar rápido. Eso sí, en el tramo de las lámparas de gas te jugabas el tipo”, apunta Errandonea.

El irundarra, un buen especialista en contrarreloj, salió disparado. De hecho, estuvo a punto de caerse a falta de un kilómetro. “Un tramo era de adoquinado y entré pasado en una curva. La rueda de atrás se deslizó, pero tuve suerte porque uno de los adoquines que sobresalía hizo de tope y pude ganar”, expone. Errandonea fue el primer líder del Tour de 1967. Logró media docena de segundos sobre Poulidor. “Para mí fue una gran alegría, pero en realidad me duró poco”.

Apenas pudo el guipuzcoano disfrutar del liderato. Un furúnculo le imposibilitaba rendir. “Ya el día del prólogo noté el problema, que fue a más. Me lo trataron, pero fue a peor. La segunda etapa la disputé sentado sobre un filete de carne. Al principio lo llevé como buenamente pude, pero después era insoportable el dolor. Tuve que abandonar después de llevar dos días el maillot de líder”, desgrana Errandonea. De regreso a su hogar en tren, cerca de Baiona, el furúnculo estalló. Acabó el problema. Errandonea ya no estaba en el Tour. Pero en la maleta llevaba el maillot amarillo del Tour de 1967. El mejor souvenir posible, inolvidable. Lo consiguió en la noche de Angers, un recuerdo imborrable aunque fuera a oscuras y en una noche sofocante. El amarillo le iluminó.

2023-06-30T15:18:02+02:00
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