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Vida y estilo

El ‘Arrebato’ de Zulueta, entre el vampiro y el caballo

“Con Arrebato, Iván Zulueta rompió el molde. Ningún otro siguió su línea o intentó hacer algo parecido”.
Cecilia Roth y Eusebio Poncela, en una escena de ‘Arrebato’, de Iván Zulueta. | FOTO: DNA
Cecilia Roth y Eusebio Poncela, en una escena de ‘Arrebato’, de Iván Zulueta. | FOTO: DNA

“Con Arrebato, Iván Zulueta rompió el molde. Ningún otro siguió su línea o intentó hacer algo parecido”. El periodista, crítico y miembro del comité de selección del Zinemaldia, Quim Casas, no vio el segundo largometraje de este donostiarra en su estreno, en 1980. Fue un par de años después, en una reposición en Barcelona, cuando por fin visionó aquella obra tan adelantada a su tiempo que se convirtió en un auténtico “ovni” de la cinematografía española. “Después se han hecho cosas muy interesantes, pero nada comparable a Arrebato”.

Con el paso de las décadas, la postrera pieza cinematográfica del autor –a quien Artium está dedicando estos meses una exposición– se ha convertido en una indiscutible cinta de culto, aunque no siempre fue así. Se rodó en 1979 pero su estreno se retrasó hasta el 9 de julio del año siguiente, antes de que público y crítica la abocasen al olvido. “Poca gente la entendió”, opina Casas, que añade que la película y su producción reunieron todos los elementos indispensables para tildar a Zulueta como un “cineasta maldito”, etiqueta que le acompañó hasta su fallecimiento en 2009.

Arrebato pasó desapercibida hasta principios de este siglo, cuando se editó en DVD por primera vez. El pasado enero, además, la plataforma FlixOlé añadió a su catálogo una versión restaurada en 4K, gracias a la colaboración de la distribuidora estadounidense Altered Innocence. Esta copia, que también puede adquirirse en BluRay, se sumará a partir del domingo a otra plataforma especializada en cine, Filmin.

Arrebato se ha vuelto una película de referencia en determinados círculos, una cinta de terror psicológico que juega con el espectador, con los personajes y hasta con el propio Zulueta. No en vano, la idea del doppelgänger, el concepto alemán que describe la existencia de dobles siniestros –que otros como Krzysztof Kieslowski o José Saramago trataron en obras como La doble vida de Verónica (1991) o El hombre duplicado (2002), respectivamente– sobrevuela sobre una propuesta radicalmente metacinematográfica. José Sirgado –Eusebio Poncela– y Pedro P. –Will More– no son otra cosa que dos de las tres caras de trifronte que se completa con el rostro del donostiarra, un cineasta que duda entre lo comercial y lo underground. Fuera del espejo de dos cuerpos, la particular Alicia de Zulueta, Ana –Cecilia Roth–, actriz y exnovia de Sirgado, unida a él por un genuino amor, el que ambos sienten por la heroína, lo único funcional de una relación en descomposición.

De alguna manera y al igual que Zulueta, José Sirgado y Pedro P. son cineastas en los márgenes, realizadores incomprendidos adictos al caballo que les permite huir del ahora. Pero, ¿qué ocurre cuando esta droga ya no es suficiente? Que se buscan nuevas adicciones y no las hay mejores, dicen, que aquellas que te arrebatan la vida, como una cámara de Super-8, en el caso que nos atañe, que es capaz de ponerte en pausa y provocar una regresión a tiempos mejores –el sonido de un temporizador marca el ritmo en varios momentos del metraje–, un vampiro que transforma los recuerdos idealizados en fotogramas teñidos de rojo-sangre.

Como el arma de Chéjov que es descrita en el primer acto para ser utilizada en el tercero, Zulueta da pinceladas sobre el sentido más metafórico de este viaje al mundo de las adicciones desde los primeros compases cuando, en una sala de montaje, el personaje de Poncela y el interpretado por el fallecido Antonio Gasset editan el metraje de una película sobre una chupasangres. Poncela se enfunda una prótesis con colmillos protuberantes y dice: “No soy yo al que le gusta el cine. Es el cine al que le gusto yo”.

“Es una película que podría aparecer, perfectamente, en una lista de películas sobre vampiros”, comenta Casas, al tiempo que añade que, a su juicio, The addiction, de Abel Ferrara (1995), y la de Zulueta “son las dos películas indies” que mejor han tratado “la adicción a la heroína, al cine y al vampirismo que ello comporta”.

Iván Zulueta, el maldito

El segundo largometraje de Zulueta tiene mucho de lynchiano, no es de extrañar, dado que, como recuerda Casas, el donostiarra tenía la sensación de que David Lynch y él “eran almas gemelas”. He aquí otro doppelgänger. Se desconoce si Lynch ha visto el trabajo de Zulueta, pero este sí que conocía los cortos experimentales del estadounidense y también Cabeza Borradora, de los que, en vida, llegó a reconocer que le habían influido.

Eusebio Poncela, Cecilia Roth, Pedro Almodóvar, Antonio Gasset... Todos ellos, como Zulueta, vinculados a la Movida madrileña y todos ellos tienen, con mayor o menor presencia, su espacio en Arrebato. Por este motivo se suele ubicar la cinta en dicha órbita, aunque la película “resultó marciana” hasta para ese movimiento. Estos factores, sumados a la incapacidad de la distribuidora de “moverla” convenientemente, hizo que se tildase de “maldita”.

Pero, realmente, Arrebato no fue la única película de un director maldito. Diez años antes, el donostiarra ya había estrenado su ópera prima, Un, dos, tres... al escondite inglés, otra cinta de corte experimental, amateur y pop, cercana a las anfetamínicas propuestas que los Beatles habían llevado a la gran pantalla. En 1976 dirigió el premiado mediometraje Leo es pardo y en 1989, Párpados, para Televisión Española. Entre tanto, por supuesto, hay que reparar en su trabajo pictórico y de cartelista. “Nunca pretendió ser ni tan independiente, ni tan maldito. Posiblemente, le hubiera gustado seguir haciendo cine de una manera más normalizada” No obstante, “la propia extrañeza” de esta producción marcó a su autor de por vida.

El “malditismo” hincó el diente a Arrebato antes, incluso, de su estreno. El rodaje se vivió con absoluta precariedad. Al finalizar cada jornada el equipo desconocía si al día siguiente iban a contar con dinero para continuar. Tanto fue así que, a mitad del rodaje, el equipo completo de sonidistas abandonó la producción –tuvo que ser redoblada con posterioridad–. Esto, sumado a la complicada forma de trabajar de un Zulueta adicto a las drogas, enrareció la grabación.

‘Arrebato’ radical

Para Quim Casas, el Arrebato de Zulueta, en su radicalidad, aportó una manera “única” de hacer cine y de hablar sobre el propio cine, en un momento muy concreto, la Transición. Algunos de sus coetáneos, como Adolfo Arrieta, optaron por desarrollar sus carreras allende fronteras; otros, como Pedro Almodóvar, apostaron por un cine más popular. “La importancia histórica de Arrebato es que demostró que puede hacerse un cine completamente underground y vanguardista en un contexto como aquel”, comenta el crítico, que no duda en situar a Zulueta en la línea de los experimentalistas neoyorquinos y del cine independiente radical europeo.

Arrebato resonaría, además, en la misma frecuencia que obras anteriores como El hombre de la cámara (1929), un experimento de Dziga Vertov sobre las posibilidades fílmicas del sistema de grabación. Casualmente, el mismo año en el que Zulueta rodaba su segundo largometraje, Kieslowski estrenó El aficionado sobre un hombre que, al igual que en el ejercicio de Vertov, descubría el poder que albergaba una Super-8 hasta el extremo de condicionar su vida. En coordenadas similares vibró Steve Erickson al escribir Zeroville, en la que fabulaba sobre cómo la vida no es más que un rollo de película que se puede llegar a cortar y pegar, en definitiva, remontar para congelar los momentos más preciados de la memoria.

2022-12-30T08:09:03+01:00
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