Las apreturas y la emoción se colgaron de la Tirreno-Adriático, donde todo está igualado, pero resplandece Primoz Roglic, capaz incluso de ganar sentado en un esprint. No perdona el esloveno, que calcula como nadie, al igual que esos contables sobrios de lápiz sobre la oreja, tirantes y entusiasmo por los números. Los del esloveno son estupendos.
En su libreta lucen 68 victorias desde que dejó los saltos de esquí y se impulsó a la azotea del ciclismo. Desde ella observa los Dos Mares. Su tercera victoria le fortaleció en la cima de la carrera italiana. Quiere el tridente de Neptuno, que le espera este domingo salvo sorpresa. Para ello, trinchó otro triunfo Roglic, a pesar de no ser el mejor Roglic posible.
Aún así le alcanzó para domar al irreverente Mikel Landa, y superar a Mas, Geoghegan y Almeida para su acumular su tercer festejo. Roglic, que tuvo que pasar por el quirófano hace apenas tres meses para curar su hombro derecho y que reaparecía en el calendario tras estamparse violentamente contra el suelo en la Vuelta, todo lo puede. No se rinde el esloveno.
En Osimo demostró nuevamente su capacidad competitiva, sus ganas de ganar, que se mantienen intactas. El esloveno es un campeón extraordinario y, sobre todo, un tipo muy duro, capaz de rehabilitarse desde los escombros hasta erigir una catedral. Sobre el suelo empedrado, resolvió la roca.
Alex Aranburu, protagonista
Roglic cosió su tercera victoria consecutiva en una jornada que se asemejó a las clásicas, con un circuito exigente, de cuestas duras y dientes apretados entre adoquines. En ese ecosistema, Roglic quiso gestionar el final con Kelderman, Van Aert y Benoot. La fórmula funcionó hasta que Kelderman se fue al suelo tras hacer el afilador. Se le acumuló el tajo al poderoso Van Aert y Benoot perdió fuelle.
En ese impasse, Alex Aranburu se insertó en la fuga que enfatizaba las opciones de Vlasov, el peligro para Roglic. El movimiento del ruso, que compite con la bandera blanca desde la invasión de Putin de Ucrania, quería voltear al esloveno. Eso alteró al resto. Cada uno defendía sus intereses y cuando son tantos y entrelazados, se sofocó el intento de Vlasov. Arrió su bandera. También cayó la de Aranburu.
Mikel Landa, a por todas
Landa izó la bandera pirata. Al asalto. El de Murgia tenía que buscar una rendija con un ataque de prismáticos, a 5 kilómetros de meta, porque en un esprint está sentenciado. A toque de corneta, el alavés se encorajinó cuando el final era más próximo y las rampas se mostraban altivas.
La mejor pose de Landa sobre las piedras, en repechos de mirada torva y cuellos almidonados. El de Murgia rompió la paz. Su envite arrastró a Roglic, Mas, Tao, Almeida, Ciccone, Carthy y Woods, todos pendientes de Landa, que coronó el repecho trazando por el costado y esquivando bolardos a modo de eslalon.
El descenso lo hicieron rápido los mejores. Vlasov, Kämna y otros de los favoritos se quedaron colgando del retrovisor. En el juego por la victoria, Woods fue el primero en desenfundar antes de cuadrarse ante la cuesta que repartía la gloria en la calles de Osimo. Al canadiense le secaron. Astillado.
Roglic, otra vez certero
Roglic, frío y calculador, aunque es todo corazón, tomó posiciones. Landa mascullaba. Sabía que no estaba invitado a ese baile. El líder dejó que Mas se inmolara poniendo más picante en esa subida.
El esloveno dio otro giro de tuerca. Tomó la delantera. Agachó la cabeza para fijar al resto. Observó los rostros de agonía de Tao, Almeida, Mas y Landa. El esloveno venció sin levantarse del sillín. El ataque de Landa impulsa la tercera victoria de Roglic, de festejo en festejo en la Tirreno-Adriático.