La suma de un punto a domicilio en la peor actuación de lo que va de temporada se antoja motivo suficiente para calificar de estupendo el desenlace registrado en el Sánchez Pizjuán. El Athletic que jornada tras jornada había hecho gala de un fútbol atractivo y práctico para colocarse en una posición de privilegio continuará cómodamente instalado en la zona noble de la tabla, pero en esta ocasión el punto obtenido no es el fruto de su aplicación y acierto. Empató porque según pasaron los minutos asomaron las debilidades de un rival acuciado por las urgencias y que acusó mucho el impacto del soberbio remate de Vesga, una acción aislada que evitó males mayores. Partido para reflexionar porque mostró una versión muy alejada de lo presenciado desde agosto. Acaso sirva para rebajar el clima generado en el entorno y para extraer conclusiones ahora que toca abordar un tramo de calendario menos amable.
Cabía pensar que la crisis del Sevilla potenciaría las opciones del equipo de Ernesto Valverde, pero en absoluto supo beneficiarse de las dudas y la intranquilidad que debe sentir un grupo habituado a vivir en la Champions que únicamente ha ganado un encuentro. Sin embargo, por aquello de que el cambio de entrenador suele provocar una reacción o porque sencillamente el Athletic salió dormido al campo, lo cierto es que la cosa se torció enseguida, Oliver Torres marcó en la primera acción reseñable, y en adelante se asistió a un espectáculo descorazonador. Una gran intervención de Simón, en un mano a mano con Papu Gómez, evitó un descalabro irremediable cuando la grada todavía celebraba el 1-0. En adelante, tampoco es que el Athletic pasase apuros, pero su manifiesta impotencia para tomar el mando le pudo costar caro en otro lance aislado y muy similar al comentado cerca del descanso con los mismos protagonistas.
Decir que en el primer acto el Sevilla fue superior no faltaría a la verdad, pero más que por el interés y la intensidad que imprimió a sus evoluciones por la completa desorientación de los rojiblancos, víctimas de su inoperancia. Con ventaja, el anfitrión enfocó su labor a impedir que el Athletic propusiese algo de fuste y lo logró. Con Sancet y Muniain desaparecidos, sometidos a la vigilancia directa de Jordan y Gudelj, el equipo anduvo como pollo sin cabeza. Corrió y se fajó sin sacar nada en limpio, salvo los chispazos de un Nico Williams al que el gas le duró poco.
Dispuso no obstante Berenguer de un par de llegadas francas al área, que no supo resolver, escaso bagaje para amenazar a un Sevilla aún entero y que empezó a creérselo. Lógico porque apenas hubo noticias del pujante bloque que le rendía visita, una mala copia del grupo incisivo que no da respiro, impone el ritmo y percute sin pausa. Por momentos pareció que la gran oportunidad que concedía la victoria, pues calculadora en mano equivalía a descartar a un rival directo por las plazas europeas, pesó en el ánimo de los jugadores de Valverde. Ganar suponía meterle catorce puntos de distancia al Sevilla, una barrera insalvable en condiciones normales aún estando en octubre.
El panorama varió tras el intermedio. De repente Sancet se enchufó y en solo diez minutos se dieron hasta cuatro opciones de remate, dos a cargo del capitán, ambas mal culminadas, pero que no dejaban de ser un síntoma del despertar del colectivo. Daba la impresión de que el choque entraba en una dinámica diferente, pero no lo vio así Valverde que metió dos cambios en la medular: Herrera y Vesga por Sancet y Dani García. Buscaría más control del juego. También Sampaoli agitó el banquillo, realizó el doble de sustituciones, alteró el dibujo con un tercer central y salió vencedor del pulso táctico. El Sevilla recuperó la manija, dejó al menos de sentirse vulnerable.
La posibilidad de la igualada se desvaneció hasta que a Vesga se le ocurrió enganchar en la frontal un remate que se coló pegadito al poste derecho de Dmitrovic. De inmediato, Valverde tiró de Raúl García, aspiraba a darle la puntilla a un Sevilla que acusó el golpe y comenzó a dar síntomas de cansancio. El Athletic se puso a coleccionar llegadas, dos muy claras a cargo de los Williams, en especial la segunda de Iñaki, quien cabeceó alto con todo a favor. Moría el partido y después de haber sufrido como no se había previsto, se intuía la remontada, pese a que el capítulo de la estrategia fuese un desastre.
Por piernas y espíritu, el mayor inconveniente del Athletic a esas alturas era la falta de tiempo. Raúl García gastó el último cartucho y el añadido reservó un gran susto. Un saque erróneo de Simón dio pie al último coletazo del Sevilla, que acumulaba un rato largo sin asomar en ataque. Lamela se disponía a chutar con el portero fuera de sitio y Herrera le derribó. Seguramente la rectificación a la desesperada de Simón hubiese sido en vano, pero Lamela ni siquiera pudo probarlo. Gil Manzano decretó falta y amonestación para el interior del Athletic, pero el VAR le enmendó la plana y transformó la amarilla en roja. El golpe franco consiguiente derivó en córner y en un nuevo susto en el área chica. Una especie de dosis extra de penitencia para un Athletic que flirteó peligrosamente con el disgusto en el Pizjuán.