Hay días en que con meter una es suficiente. Quien logra eso, un gol, borra de un plumazo sus problemas, olvida penurias, aparca tensiones y angustias, da por bien empleado el esfuerzo invertido. Dicha conquista sirve además para legitimar el trabajo realizado. De todo esto se benefició un Athletic que quizá fuese superior al Valencia, aunque no tanto como para que el resultado no estuviese en el aire hasta la acción que cerró el encuentro. El triunfo no es injusto en absoluto, lo cual no quita para que su rival volviese a casa pensando que perfectamente pudo haber puntuado en Bilbao. Se asistió a un tuteo en toda regla, dos contendientes ambiciosos que jamás renunciaron a fijar la mirada en la portería contraria y que con tesón cumplieron ampliamente con su obligación.
Se preveía una batalla de pierna fuerte y lo fue. Gennaro Gattuso ha diseñado un bloque de hormigón armado que no le hace ascos al toque y el despliegue ofensivo. Con gente muy física en cada línea, el Valencia le complicó la vida al Athletic de principio a fin. No se dejó intimidar por la frenética puesta en escena de los locales y desde muy pronto quedó clara la carestía de los tres puntos en juego. Bromas, ni media. Intensidad, laboriosidad y valentía para ganar metros, una presión mutua altísima y el balón en constante movimiento. Fútbol de gustar porque por encima de las imprecisiones, muchas motivadas por el espíritu combativo de ambos, por el modo en que se dispararon las revoluciones sin que se apreciase un descenso llamativo de las mismas, resultó un combate noble con multitud de detalles interesantes.
Desde luego, el desarrollo del partido nada tuvo que ver con lo presenciado en la primera jornada. Y como ya se ha apuntado, la causa no fue la actitud del Athletic, que de nuevo salió decidido a brindar la victoria a su gente, sino el plan del Valencia, en las antípodas del expuesto por el Mallorca. Gattuso quiso que los suyos fuesen de cara desde el inicio, no que viviesen agazapados, a la expectativa. El técnico italiano no podrá quejarse de la respuesta que obtuvo, tampoco el espectador, que asistió a un duelo sin tiempos muertos, con idas y venidas constantes, así como un buen puñado de aproximaciones a las áreas. Ahora bien, es posible que a Valverde no le hiciera tanta gracia cuanto sucedía ante sus ojos y puede que la impresión entre los animosos aficionados rojiblancos tampoco fuese del todo placentera.
A punto de alcanzar el intermedio, un zurdazo de Berenguer desde la frontal, ante el que pareció que algo más debió hacer Mamardashvili, despejó la incertidumbre que tiñó el ambiente del primer tiempo. Por fin la eficacia quiso hacerle un guiño al Athletic, como si pretendiese compensar el infortunio concentrado en los 23 remates sin premio de la jornada previa. Esa renta, decisiva al cabo de los casi cien minutos, no supuso una garantía. El Valencia no se vino abajo y obligó a que el Athletic siguiese pisando a fondo el acelerador. De ahí que acariciase la puntilla, a igual que su oponente acarició el empate, sobre todo en la acción que precedió al último silbido del árbitro: André se coló hasta la cocina y su toquecito besó la madera con Simón batido.
Un susto mayúsculo que a punto estuvo de arruinar la tarde. Previamente se contabilizaron ocasiones de sobra para aspirar a un marcador más abultado, más en el área de Mamardashvili, al que le rondaron un montón de centros, la mayoría de los cuales no hallaron receptor o si lo hicieron fue en situaciones forzadas. En este sentido, el Athletic volvió a demostrar que su margen de mejora en la resolución es considerable. No obstante, se empeña en combatir dicho déficit con una perseverancia a prueba de bomba. Valverde quiere que el grupo no ceje en el empeño, que se vuelque, que explote cualquier vía y no caiga en el desánimo. El tanto de Berenguer sería la demostración de que los jugadores se han creído lo que el jefe les inculca y empezaron a saborear el rédito que concede ser tan obedientes. Costó inaugurar el casillero, pero no existe otra fórmula que insistir, como dejó caer el míster. Robo, pase rápido al delantero y atrevimiento para finalizar.
Valverde afrontó el envite con una única variación, que en realidad fueron dos: Nico Williams entró en el once y salió Villalibre, lo cual significó que Iñaki Williams recuperaba la posición de ariete. Con Muniain activo en la media hora inicial, Vesga abarcando un gran espacio y el resto muy enchufado, De Marcos listo para aparecer y Yuri en su línea de agresividad, el grupo aceptó con entereza el reto de un Valencia que pudo acusar la temprana lesión de su ariete.
En el segundo acto, apenas se percibieron novedades. Cada cual a lo suyo, mientras iban asomando los síntomas del tremendo desgaste. El capítulo de las sustituciones adquirió una importancia fundamental, se trataba de no flaquear y no estaba la tarde para especular. No se lo podía permitir el Athletic tal como se manejaba el Valencia. Zarraga, Raúl García y Vencedor aportaron la dosis de entereza y dinamismo que la cita reclamaba. Es probable que los relevos de Gattuso no tuviesen el efecto que buscaba, aunque no por ello bajó los brazos un Valencia que estuvo casi media hora sin visitar a Simón, prueba de la solidez de la renovada estructura del anfitrión. Sin embargo, todo pudo irse al traste con la grada rogando al árbitro que mandase parar de una maldita vez. No ocurrió y el Athletic, con un único gol en su haber, ya suma cuatro puntos.