ELCHE: Gazzaniga; Barragán, Gonzalo Verdú (Min. 65, Josema), Dani Calvo; Josan (Min. 75, Mojica), Mfulu (Min. 75, Palacios), Guti, Fidel; Piatti (Min. 65, Marcone); Pere Milla y Lucas Boyé (Min. 90, Nino).
ATHLETIC: Ezkieta; Lekue (Min. 83, De Marcos), Nuñez, Yeray, Balenziaga; Berenguer, Unai López, Vesga (Min. 57, Vencedor), Ibai (Min. 72, Iñigo Vicente); Sancet (Min. 57, Williams) y Villalibre.
Goles: 1-0: Min. 28; Boyé. 2-0: Min. 73; Guti.
Árbitro: Del Cerro Grande (Comité Madrileño). Amonestó a Mfulu, Piatti y Guti, del Elche.
Incidencias: Partido correspondiente a la trigésimo octava jornada de LaLiga Santander, disputado en el estadio Martínez Valero ante 3.518 espectadores.
En la última visita al Martínez Valero arrancó el Athletic un triunfo en la tanda de penaltis. Hasta siete hubo de lanzar para eliminar al Elche y acceder así a los octavos de final de la edición copera 2019-20. Fue la primera de varias actuaciones plenas de emoción e incertidumbre, resueltas al límite, que a la postre alumbraron el pase a la final, esa que se perdió con la Real Sociedad hace mes y medio. Ayer, el protagonismo del Athletic en el mismo escenario fue simple y llanamente nulo. Compareció, estuvo sobre el campo porque estaba obligado a ello, pues si de su voluntad hubiera dependido en el acta arbitral se leería "No presentado", como en las convocatorias a exámenes que se dejan pasar a sabiendas de que son imposibles de superar. El Athletic brindó un paripé, no compitió, sencillamente se dejó ir, permitió que el rival cumpliese su parte sumando los puntos que precisaba para mantener la categoría. El equipo que dirige Marcelino recibió sin inmutarse su tercera derrota seguida, fue la fórmula que escogió para dar carpetazo a la temporada y largarse de vacaciones.
No podrá decirse que el desarrollo del encuentro pillara a contrapié al personal. El propio técnico anticipó de víspera lo que seguramente daría de sí, muy poco. Tampoco era necesario que preparase a la opinión pública puesto que aquí nadie se chupa el dedo. Después de malgastar durante la segunda vuelta del campeonato las opciones de aproximarse a las plazas europeas y de certificar matemáticamente la imposibilidad de hacerse un hueco en la parte alta de la tabla algunas jornadas atrás, apostar en favor del Athletic en la jornada de clausura equivalía a tirar el dinero. Por si aún quedase algún despistado, la alineación de salida despejó cualquier atisbo de duda. Marcelino dispensó a Simón e Iñigo, ambos con la Eurocopa en su horizonte, apuró la titularidad de Lekue, quien llevaba un tiempo sin trabajar en condiciones, y concedió graciosamente una nueva oportunidad a Ibai en la posición donde se esperaba a Morcillo.
Detalles a los que no merece la pena dar mayor relevancia porque en realidad daba igual quiénes actuasen. El grupo al completo era consciente de que el Elche saltaría dispuesto a lo que fuese por amarrar el triunfo y esa actitud iba a exigir un esfuerzo extra para el que el vestuario rojiblanco no estaba mentalizado. A estas alturas de la película, su único deseo era que el árbitro pitase la conclusión sin sufrir excesivos desperfectos. Y fue lo que ocurrió. Se impuso el Elche con dos goles, uno en cada mitad, mientras el Athletic ejercía de visitante amable, educado y correcto a más no poder. La afición ilicitana se lo pasó en grande, enardecida con el espectáculo y solo sufrió en los tres minutos que tuvo que esperar a que se confirmasen las tablas del Huesca en El Alcoraz.
Bueno, al principio la tensión sí que se palpó. Cargaba el Elche, loco por poner centros al área, pero la defensa que protegía a Ezkieta repelía con solvencia cada balón cruzado. Los chicos de Escribá eran inofensivos ante una estructura bien plantada y se llevaron un susto cuando Vesga remató una contra de Berenguer y Sancet. No costaba demasiado avanzar metros, había espacios para circular, Villalibre exhibía su afán por incordiar y la sensación de equilibrio duró hasta que se produjo el error. El Athletic podría haber salido sin portero si no hubiese mediado un despiste colectivo. Nuñez cortó pegado a la banda derecha, pero en la disputa –acaso hubiese falta– cayó fuera del terreno. Fidel se apresuró a sacar y Lekue reaccionó tarde, de forma que Pere Milla penetró en el área sin oposición, sirvió entre las piernas de Yeray, que salió a cerrar, y Boyé culminó libre de marca, a Vesga le faltaron varios metros para realizar la cobertura.
Una acción de pillería rompía un pulso que discurría plano. En el lance quedó patente cuál era la diferencia de talante: unos debían imperiosamente marcar y los otros estaban encantados con el 0-0, un resultado siempre aparente lejos de casa. En adelante, el Athletic avanzó en bloque, favorecido por el instinto de supervivencia del Elche que le aconsejaba proteger el premio. Acarició el empate Berenguer, que chutó con dureza tras un robo de Sancet en el círculo central. Gazzaniga replicó con un palmeo a córner. No hubo más ocasiones, se echó de menos ritmo y mordiente para que el dominio no fuese tan insulso.
se acabó
A la vuelta del descanso ya no hubo más noticias del Athletic. Si previamente amagó con reaccionar, hasta el final sesteó como si de un amistoso se tratase. Escribá apuntaló el centro del campo por si las moscas, pero la inercia del choque hizo que las aproximaciones a Ezkieta se fueran sucediendo. Boyé no amplió su cuenta por centímetros tras revolverse rodeado de defensas, Nuñez evitó que el ariete quedase en un mano a mano con el meta, Mfulu cabeceó al lateral de la red,... El Athletic se había borrado y enfrente entendieron que alargar las posesiones, dada la deficiente presión rojiblanca, era el plan idóneo para matar el partido. Las combinaciones, por momentos auténticos rondos, eran con Boyé, que se escoró a la izquierda para evitar a los centrales. Y en una de estas, el argentino vio a Guti más solo que la una en la frontal, conectó y este la clavó en la escuadra opuesta.
Asunto liquidado. El Elche dirigía su mirada, sus oídos, a Huesca. El Athletic, deslavazado, percutía exento de convencimiento, o sea, en vano. A Marcelino le dio por sacar a escena a Iñigo Vicente en el lugar de un Ibai transparente; Williams llevaba un rato y no cazaba una. Villalibre insistía y fruto de ese espíritu inconformista tuvo el gol en el añadido, pero el cansancio malogró su intento. La anécdota de la tarde fue que cuando Del Cerro Grande ordenó el final, conducía Vicente. Suyo fue el balón con que el Athletic despidió el curso. Escuchó el silbato, lo agarró con las manos y chutó al cielo con rabia. La que le faltó al equipo.