El clásico de San Mamés, que registró una afluencia acorde, discurrió competido y el desenlace se mantuvo en el aire casi hasta el final, cuando el Real Madrid dio la puntilla. Fue a lo máximo que aspiró un Athletic entregado y, como de costumbre, romo en los metros determinantes, que vio como prevalecía el oficio de todo un aspirante al título. Plantó cara el equipo de Ernesto Valverde sin que ello menguase las posibilidades de un enemigo que se comportó con enorme seriedad, que no precisó de adornos, fue a lo práctico. Que el duelo pudo acabar en tablas puede ser una visión defendible, pero no lo es menos que la sentencia visitante merodeó en diversas ocasiones en el segunda mitad y que en líneas generales, el Madrid supo gestionar las sucesivas fases con un grado de entereza que se reveló excesivo para los animosos futbolistas locales. A ratos, se vio apurado, pero asimismo hizo gala de empaque para minimizar los recursos del anfitrión, insuficientes para impedir la derrota.
Sin duda, resultó fundamental en el signo del partido el gol de Benzema, cuando el Athletic estaba fresco aún y albergaba motivos para creer en el triunfo. El 0-1 sentó muy mal a los rojiblancos, que tuvieron que esperar a la recta final para meter una marcha más y empujar a los merengues hacia su área. El guión saltó por los aires con la formidable ejecución del francés y actuar a remolque no le sentó bien al Athletic, cuya aplicación no impidió que aflorasen las virtudes con balón que atesoran los dirigidos por Carlo Ancelotti, que celebró con singular efusividad ambos goles.
No era para menos. Inquieto por el estirón del líder Barcelona, Ancelotti aceptó de buen grado el reto que presumiblemente le iba a plantear el Athletic, un pulso frenético, sin pausas, de arremangarse. Camavinga y Valverde más Ceballos en sala de máquinas, con la ciencia y el orden, Modric y Kroos, en la recámara. En realidad, un once muy distinto al bloque habitual del curso pasado, que se afanó en discutir la iniciativa, cosa que fue logrando de manera paulatina. De entrada, mordieron los rojiblancos, nada que extrañase, percutiendo con ardor especialmente por el costado derecho, con De Marcos muy arriba y Nico Williams incisivo, ambos apoyándose en Sancet y Zarraga.
En ese tramo, el más destacado antes del descanso, el cuadro local brindó una serie de situaciones propicias para marcar, un par al menos nítidas, y una serie de envíos al área que se estrellaron con la contundencia por alto de los centrales madridistas. Paredes protagonizó un primer susto para Courtois, en una peinada a centro de Zarraga, que palmeó a córner estirándose todo lo largo que es. Luego hubo un intento de Nico Williams desde la frontal y más tarde un contragolpe llevado por Sancet, quien sirvió al espacio para que Iñaki Williams porfiase, pero tras superar la salida del portero ya no tuvo ángulo para embocar a la red. El problema fue que el Madrid no se conformó con estar abocado a tareas defensivas, también creó sus oportunidades. Sus aproximaciones le trasmitieron al Athletic que anoche no iba a poder plantear un acoso constante, del tipo que desplegó ante Osasuna o Espanyol.
Benzema emitió un avisó tras internada de Mendy hasta línea de fondo y a la segunda que tuvo se sacó una volea de zurda imparable. La acción tuvo su componente de fortuna, por cuanto Asensio muy forzado entre ambos centrales cabeceó un servicio de Valverde en forma de globo, la pelota salió hacia atrás y el más listo fue el francés, que de inmediato acomodó el cuerpo para darse tiempo y clavarla. Aquello no cabe decir que fuese producto de la casualidad, para entonces el Madrid había elevado de modo evidente el porcentaje de posesión evitando así la sensación de agobio que pretendía el Athletic con su disposición característica, a base de intensidad y vértigo. La presión, tan eficaz de inicio, fue perdiendo gas, el encuentro entró en una fase incierta.
Desde luego, poco conveniente porque ya no era bastante con tirar de agresividad en terreno ajeno. Ahora tocaba recular y recomponerse en defensa; o sea, realizar un esfuerzo superior que se dejaría sentir según corriesen los minutos. En fin, que Courtois tuvo prolongados espacios para contemplar el partido tranquilamente. Malísima noticia que permaneció vigente hasta el intermedio.
Volvió a la carga el Athletic tras el paso por el vestuario. Encajonó al rival durante casi diez minutos, en los que no hubo ni un solo remate, y no tardó el Madrid en recuperar la versión previa. A la hora de encuentro, Nacho estuvo en un tris de batir a Simón en un doble chut que repelieron Paredes y el meta de modo inverosímil. Poco después fue Asensio quien rozó el gol, como consecuencia de una combinación perfecta culminada con regalo al espacio de Benzema. La pelota se marchó rozando la madera. Valverde no pudo esperar más y se decantó por un triple cambio que trajo la reacción que reclamaba el panorama.
El Athletic se habría librado por los pelos y no le quedaba sino volcarse en la esperanza de que un incremento de la producción ofensiva le diese el empate. La grada se implicó en un plan que por momentos sugirió que el Madrid acabaría cediendo. Se asistió a una copiosa ración de córners e incluso se remató alguno. Fue la fase más comprometida para un Madrid que se olvidó de sumar pases, resignado a achicar agua. Ocasión clara solo hubo una a cargo de Nico Williams. Su hermano finalizó otra, pero el linier anduvo listo para detectar que el disparo previo de Yuri desde fuera del área, que atravesó una maraña de piernas, fue desviado sin querer por Guruzeta, despistando a Courtois, que no pudo sujetar la pelota y permitió que el mayor de los Williams la alojase en la red. Guruzeta estaba en fuera de juego.
Y en plena vorágine, arrancó Rodrygo, hizo una pared y observó la incorporación de Kroos, que empalmó ajustado al palo izquierdo de Simón. Fin de la historia. Para entonces se había sumado a la causa Raúl García, pero no hubo forma humana de agujerear la estructura de un Madrid firme y resolutivo, adjetivo este último no aplicable al Athletic.