El aficionado del Athletic se ha acostumbrado a vivir en una montaña rusa de emociones. Hoy me ilusiono, doy por segura la clasificación para Europa y mañana, de golpe y porrazo, me encuentro con la (dura) realidad. Algo así. La capacidad del hincha para asimilar ese tipo de situaciones daría para un largo y sesudo análisis que no toca en estas líneas. Claro que igual de complicado resulta explicar cómo temporada tras temporada en el último lustro el conjunto rojiblanco tropieza siempre con la misma piedra, la de la irregularidad. Su incapacidad para ser sostenible en el tiempo, lograr resultados positivos con asiduidad, le ha impedido obtener clasificación europea alguna en las cinco últimas campañas y cuando restan únicamente cuatro jornadas por disputarse del presente campeonato, todo apunta en la misma línea. El motivo no es distinto, su manifiesta irregularidad, que esta temporada se ha concentrado en lo que va de 2023, o, lo que es lo mismo, tras el parón por el Mundial de Catar.
Ante el Villarreal, el equipo tocó suelo. Peor aún, se estampó contra él directamente, sin accionar ningún freno. La sacudida fue tal, que el submarino amarillo le endosó una manita y la sangría pudo haber sido mayor de no haber mediado Unai Simón, a quien recientemente se había puesto de moda criticar. Los defensores de lo indefendible, de lo sucedido en el Estadio de la Cerámica, se escudarán en las ocasiones falladas, dos de ellas clarísimas antes del primer tanto de los locales, en las numerosas e importantes bajas, que afectaron especialmente a la defensa, o en la más que discutible labor arbitral, pues Del Cerro Grande no tuvo su mejor tarde, pero la realidad es la que es. Cuando la cosa se pone seria, en el momento de dar un golpe sobre la mesa y demostrar cierta capacidad para conseguir el objetivo marcado –recordar al respecto que este fue cantado a viva voz por el presidente, el entrenador y el capitán en una rueda de prensa conjunta–, el Athletic falla.
El Athletic cae de manera contundente ante el Villarreal
No es normal que ante un panorama como el que presentaba el final de abril y el arranque de mayo, con hasta tres oportunidades para colarse entre los seis primeros clasificados de la liga y una cuarta, la del sábado en Vila-real, de poder recuperar la séptima posición, el conjunto rojiblanco únicamente haya sido capaz de sumar un punto. Un paupérrimo bagaje para un equipo que aspira a entrar en Europa, para lo que, además, se ha abierto una nueva ventana con la séptima plaza, un regalo que parece envenenado.
Por desgracia para los intereses del club, los resultados obtenidos en esta tacada de cuatro encuentros que se han jugado en solo 16 días no son un hecho aislado y resultan ser la explicación de la irregularidad de la tropa que dirige Ernesto Valverde. Un empate, y de milagro, con un penalti en el último suspiro ante el Mallorca, y tres derrotas –Sevilla, Betis y Villarreal–, es decir, un punto sobre doce posibles, es el último balance del Athletic, a todas luces insuficiente. Pero sucede que esto mismo ya lo vivió el conjunto rojiblanco hace no demasiado tiempo. En concreto, en las jornadas 22, 23, 24 y 25, celebradas entre el 19 de febrero y el 12 de marzo, cuando solo fue capaz de lograr un empate, frente al Rayo Vallecano. Contra el Atlético de Madrid, el Girona y el Barcelona, se quedó de vacío.
Peor le fue a la vuelta del parón por el Mundial. Tras llegar al mismo en cuarto lugar, el equipo se deshizo cual azucarillo en liga mientras pasaba rondas de Copa con cierta solvencia, sin grandes alardes, pero con paso firme. Entre las jornadas 15 y 19, el Athletic solo fue capaz de sumar dos puntos, fruto de sendos empates ante Osasuna y Betis, y fue derrotado por la Real, el Madrid y Celta de manera consecutiva.