El Banco Central Europeo está de aniversario. Celebra el miércoles 25 años de existencia, un periodo que, de ser dividido en dos mitades, arroja una primera placentera, de consolidación, y una segunda marcada por múltiples incidencias: crisis de deuda, pandemia del covid e inflación descontrolada. El organismo que dirige la política monetaria de la Eurozona albergará un acto en su sede central de Fráncfort al que asistirán representantes de los gobiernos de los países de la zona del euro.
Concebido en sus orígenes como mecanismo para pilotar la transición al euro de once países (Alemania, Austria, Bélgica, España, Francia, Finlandia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos y Portugal), en años posteriores se sumarían el resto, hasta conformar la veintena de Estados que tienen como divisa la moneda única. Las grandes economías europeas, a excepción de la británica, acordaron ceder su soberanía en materia monetaria –la que cuida de la estabilidad económica vigilando el valor del dinero y los precios– a cambio de garantizarse la circulación, sin obstáculos, de una divisa que iba a ensanchar su poderío financiero y comercial, tanto dentro como fuera de la UE. El BCE consagró su independencia política y económica en sus códigos de funcionamiento, pero pronto su orientación fue objeto de dura pugna.
INFLUENCIA ALEMANA
El pacto entre París y Berlín propició la elección en 1998 del neerlandés Wim Duisenberg como su primer presidente, cargo que dejó a mitad de mandato –en 2003–, puesto que la interpretación francesa del acuerdo indicaba que debía dar paso al economista galo Jean-Claude Trichet. Alemania nunca terminó de ser muy partidaria de Trichet, al que responsabilizó de inacción ante la crisis de deuda que se estaba gestando tras la Gran Recesión en Estados Unidos. En 2011, con su mandato –y su credibilidad– agotado, un nuevo y muy negociado acuerdo puso al frente de la presidencia del BCE al italiano Mario Draghi, gran conocedor de los mercados financieros por su pasado profesional en el banco Goldman Sachs.
Desde el principio adoptó una contundente política en defensa del euro en medio de la incertidumbre que reinaba entonces en el continente. Sus políticas de expansión monetaria se resumen en su famosa frase de 2012: “El BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente”. La compra masiva de deuda de los países con más problemas ayudó a países como España, Italia y Francia a dejar atrás, no sin gran sufrimiento, sus problemas. Mientras tanto, la posición francesa en Europa se debilitó y Alemania acrecentó su influencia económica.
A Draghi le sucedió en 2019 la francesa Christine Lagarde, que de sopetón se tuvo que enfrentar a la crisis generada por la pandemia, el mayor desplome europeo en tiempos de paz. Y después, la inflación. Los precios se han disparado en el último año, con el impacto de la subida de la energía como gran preocupación. Los tipos de interés han pasado del 0% al 3,75% en menos de un año. ¿El objetivo? Reducir la inflación –ahora del 6,9%– al 2%. Aún le resta, pues, mucho trabajo por delante.