Lo suyo fue llegar y besar el santo en la primera temporada en la Ciudad Condal. El fichaje de Sarunas Jasikevicius por el Barcelona en el verano de 2020 supuso un cambio radical en cuanto a la filosofía de juego y una reconstrucción de un equipo a merced del Real Madrid de Pablo Laso en los últimos tiempos.
Bajo su férreo mando, la sección de baloncesto blaugrana conquistó en su primer año la ACB y la Copa del Rey, amén de ser finalista de la Euroliga tras caer ante el Anadolu Efes en una final repleta de emoción. En la 2021-22, todo seguía marchando sobre ruedas cuando conquistó un nuevo entorchado copero –derrotó por 59-64 en la final de Granada a los blancos– y aspiraba a dos trofeos de caza mayor como la Liga Endesa y, sobre todo, la Euroliga, la asignatura pendiente de la entidad catalana desde 2010.
Pues bien, algo se rompió en ese instante entre 'Saras' y una plantilla hastiada de su mano dura y permanentes reproches en la sala de prensa. De repente, se abrió un socavón en el sólido engranaje del Barça, que llegó al final del curso con las baterías agotadas y exhausto en la vertiente mental. La doble derrota ante el Real Madrid en la semifinal de la Final Four –equipo al que había ganado en once de sus últimos catorce enfrentamientos– y la final liguera fue un palo demasiado duro de digerir para la afición culé.
Las monumentales reprimendas del lituano a sus jugadores fueron durante meses la comidilla de cada partido. Su relación con algún pesado como Nick Calathes se torció de mala manera y, como cabía esperar, este verano hubo varias cabezas de turco que purgaron la caída en picado de un equipo huérfano de frescura y con los plomos absolutamente fundidos.
Esa mala inercia con que el Barcelona acabó la pasada campaña se está manteniendo en la actual, de ahí que esta noche emerja una buena oportunidad para que el Baskonia trate de pescar en río revuelto. Las débiles costuras culés han vuelto a salir a la luz en la final de la Supercopa y también el viernes en el arranque liguero en el Gran Canaria Arena, donde el conjunto catalán se quemó en la hoguera tras ir siempre a remolque de los hombres liderados por Jaka Lakovic.
Bajas y problemas físicos culés
Convertido en un ídolo para el Palau desde su etapa como jugador, Jasikevicius empieza a estar en el ojo del huracán. Básicamente su forma de gestionar el grupo. Al lituano se le nota ahora aparentemente más tranquilo en el banquillo y sin ánimo de cargar las tintas sobre los jugadores tras una derrota. Como si su indomable carácter se hubiese calmado en un intento de aprender la lección tras sus errores del pasado.
Está por ver cómo evoluciona la temporada pero lo cierto es que el actual Barcelona parece algún peldaño por debajo de su eterno rival merengue en la sempiterna lucha de los dos transatlánticos del baloncesto español. Mirotic estará todavía varias semanas fuera de combate debido a su misteriosa lesión en el tendón de Aquiles y Higgins, aquel escolta elegante y resolutivo que condujo al CSKA a la cúspide continental, se mantiene como un expediente X víctima de sus problemas físicos.
A ello hay que sumar el mal estado de forma de la pareja checa tras el Europeo (Satoransky y Vesely) o la presencia de cupos de sospechosa valía como Sergi Martínez y Oriol Paulí, cuya presencia obligada en la ACB obliga a sacrificar a otros dos jugadores importantes del roster culé. Además de Higgins, Tobey no se vistió de corto frente a los insulares para hacer hueco a Da Silva.
“No tenemos aún esa identidad defensiva”, criticó el lituano tras la derrota en Las Palmas, donde el Barcelona confirmó su delicado momento tanto de juego como emocional. Un león herido que querrá reaccionar este domingo ante el Baskonia.