pocos días antes del sorteo de la presente eliminatoria europea escribía y compartía deseos y sensaciones. No quería ver ni de cerca, ni de lejos, a los alemanes de Leipzig. No me han hecho nada, pero todos los recuerdos que guardo de experiencias en campos de fútbol y pabellones de aquellas tierras no son para echar cohetes. Aquella famosa eliminatoria contra el Hamburgo permanece viva en la memoria de quienes la vivieron. La sensación de tropelía no se la quitan de encima. Estuve en Essen en el partido del Bidasoa después de haber ganado la liga. Los del Tussem pasaron por encima como el caballo de Atila. Un pabellón lleno de gente, una fiesta social y un meneo en toda regla. Aquel partido enseñó muchas cosas al club. Luego, con la Real, partidos en Stuttgart y en Colonia. En el primero, derrota por la mínima. En el Müngersdorferstadion, tablas con dos goles por equipo. Miguel Fuentes y Andoni Goikoetxea materializaron los del conjunto txuri-urdin.
Aquí me sucedió algo inédito que en toda la trayectoria de idas y vueltas solo se repitió una vez más. En el descanso, llamó a la puerta una amable señorita, rubia y uniformada. Venía con una bandeja que contenía un té o café (no recuerdo bien) y un canapé como detalle. Le miré atónito porque eso es algo absolutamente inusual. Pasados muchos años, en Segunda, se jugaba en Cartagena, a las doce del mediodía por aquello del Canal Plus. En el entreacto, el mismo proceder. Una azafata llegaba con un refresco y un canapé de jamón. Todo hacía falta en aquel momento. Se mascaba la tensión. Mikel Aranburu adelantó al equipo, luego al poco de iniciarse el segundo tiempo, el cántabro Teixeira Vitienes le echó a la calle. Desde ese momento hasta el final, un martirio. La grada empujaba al Efesé con todo. Finalmente, empate a un gol en el marcador. Al final del ejercicio, se logró el ascenso. Aquel bocadillito de jamón fue muy reparador. Tanto que, después de casi doce años, lo sigo saboreando.
Ignoro si ayer en Leipzig sucedió algo parecido. Las cosas han cambiado tanto que cuando llegas a una cabina encuentras botellines de agua y en las salas de prensa una máquina expendedora de cafés, sólo, cortado, con leche, descafeinado, chocolatito, té y alguna tisana. A veces es gratis, a veces cobran. Depende del cariño que le tengan a la profesión. ¡Es un decir! También puedes encontrar neveras con refrescos. Si no hay que pagar, desaparecen las botellas en un santiamén. Si hay que echar monedas por la ranura, la sed es mucho menor.
No conozco Leipzig, aunque sepa que existe una universidad de enorme prestigio, en donde grandísimos filósofos forman parte de su historia. La historia de grandes músicos como Wagner, Mendelssohn o Bach se relaciona con esta muy culta urbe. En los tiempos del derribo del muro de Berlín, el papel de los ciudadanos fue decisivo en el cambio político de sus vidas. Del este, al oeste. Algo así como el box to box en un partido de fútbol en el que los centrocampistas arrancan en la defensa propia y llegan al área contraria en una exhibición de poderío. Los alemanes disfrutan mucho con ese perfil de jugador. El Leipzig los tiene. Les he visto los dos últimos partidos sin contar el de ayer. El primero lo perdieron con el Bayern de Munich y el viernes pasado superaron al Colonia. A la vista de ambas actuaciones, ayer estaba preparado para todo. Y por lo que dijo Imanol en la rueda de prensa del miércoles, creo que también el entrenador. Dejó claro que aspiraba a un resultado que diera valor al partido de vuelta en Anoeta. Algo así como queremos salir vivos. Vivitos y coleando que se dice en el argot de las pruebas superadas con dificultad. El empate con goles debe valorarse en su justa medida y animar a la parroquia a intentar la conquista. El Leipzig es durísimo. Me queda una duda y se relaciona con la decisión de quitar el valor doble de los goles en campo contrario. A esta hora, el equipo dispondría de una pequeña ventaja. Muchas veces los equipos se llevan guantazos por intentar marcar lejos del calor del hogar a costa de descubrirse. El partido del PSG contra el Madrid permitió al equipo de Ancelotti aguantar todas las mareas sin necesidad de llegar a los dominios parisinos, para llegar al Bernabéu con un empate reparador. Salió mal el experimento y ahora a quien le vale con empatar es al conjunto francés. El City dijo en Lisboa que lo suyo es otro asunto, como el del Liverpool en Milán. ¿Para qué esperar al segundo asalto? Evidentemente, son equipazos. Lo mismo que el Bayern. El pulso contra el Salzburgo anuncia una vuelta imponente. ¿Y los nuestros? El entrenador decidió un once inicial que, en un concurso, hubieran acertado pocos. Entendió que Remiro, Silva e Isak le hicieran, de salida, compañía en el banquillo, aunque en el caso del último por molestias en el muslo izquierdo. Ahora tocará esperar al parte de guerra de anoche y al alcance de la lesión de Diego Rico.
En ese mundo de incógnitas, Robin Le Normand se encargó de despejar una de ellas. Fijaos la de veces que sube a rematar saques de esquina. Pese a intentarlo una y mil veces, no logra estrenarse como goleador. Y mira dónde va a sentir el abrazo de sus compañeros. Al poco de empezar el calvario esperado, la Real se pone por delante gracias al chicharrito del bretón. Quedaba un mundo. Y en ese mundo pasaron cosas. Mogollón. Primero, por trascendente el empate de los teutones. Nkunku ponía las tablas en el marcador de imponente cabezazo, al mismo tiempo que se servía cerveza en los mostradores. ¡Vaya pedazo de katxis! Los alemanes corrían como gamos y los nuestros aguantando el tirón sin desmembrarse. Ya en el segundo tiempo, el meta húngaro impidió que Portu adelantara al equipo con su remate. Es entonces cuando me sentí como aquellas gentes que iban a la radio o a la televisión y preguntaban si podían saludar ¿Puedo saludar?
Quería hacerlo con el árbitro del VAR. Ayer un italiano, Massimiliano Irrati, hizo lo que debía y reclamamos y clamamos todas las semanas. Llamó al árbitro para que se fijara en un guante negro, no el del portero, que despejaba el balón. Sinceramente, no lo vi ni por asomo, pero el penalti era de clamor. Mikel Oyarzabal lo tiró y lo envió al fondo de la portería local. Casi me trago la valeriana. ¡Qué tensión por favor! Pocos minutos después no quería verles ni en pintura, ni saludarles. Çakir decretó la falta máxima como podía bailar el zapateado de Sarasate. No veo la falta de Zaldua por ninguna parte. El regalito del turco le sirvió al Leipzig para empatar. Por tanto, espadas en todo lo alto. La sentencia será en el propio feudo y con el público de la parte de un equipo que supo jugar su partido en un campo terrible y ante un rival plagado de recursos. Si antes del encuentro alguien propone este resultado, lo firma la mayoría. ¿O no?
Apunte con brillantina. Lo de las entradas para el partido del domingo es para mear y no echar gotíbiris.