Cada año, en el último domingo de octubre, muchos países ajustan sus relojes para el llamado "horario de invierno". Este cambio de hora, que este año ha sucedido el 27 de octubre, implica que a las 3:00 am se atrasan los relojes una hora para marcar las 2:00 am.
Esta medida, tomada con el objetivo de aprovechar la luz natural y reducir el consumo de energía, provoca que los días parezcan más cortos. Aunque el número de horas de luz natural no cambia, el ajuste horario hace que la jornada se sienta más limitada, especialmente en las tardes.
Por qué el cambio de hora acorta los días
El cambio de hora afecta nuestra percepción del tiempo, ya que en invierno los días ya son más cortos de forma natural debido a la inclinación del eje terrestre.
En el hemisferio norte, a medida que nos acercamos al solsticio de invierno, la Tierra se inclina de forma que la luz solar llega de manera menos directa y durante menos tiempo. Esto provoca que el sol salga más tarde y se ponga antes, reduciendo la duración del día.
Al atrasar el reloj una hora en otoño, se adelanta también el momento en que oscurece por la tarde, haciendo que anochezca una hora antes.
Por ello, aunque las mañanas son ligeramente más luminosas, el efecto más notorio es la reducción de luz en la tarde, lo que da la sensación de días más cortos.
Efectos de los días más cortos
La reducción de horas de luz tiene varios efectos en las personas. Desde el punto de vista psicológico, los días más cortos y la falta de luz solar pueden afectar el estado de ánimo, causando lo que se conoce como "depresión estacional" o trastorno afectivo estacional. Muchas personas experimentan mayor somnolencia, fatiga y una reducción en sus niveles de energía durante el invierno, lo que se asocia a la disminución de exposición a la luz natural.
Además, el cambio de hora puede alterar el ritmo circadiano, el reloj interno que regula nuestro ciclo de sueño y vigilia, provocando una sensación de desorientación y cansancio en algunas personas hasta que el cuerpo se ajusta al nuevo horario.
¿Cuándo empiezan a alargarse los días?
Los días comienzan a alargarse progresivamente a partir del solsticio de invierno, que en el hemisferio norte ocurre alrededor del 21 de diciembre. Este es el día más corto del año, cuando la duración de la luz solar alcanza su punto mínimo. A partir de este momento, la inclinación de la Tierra comienza a cambiar y los días se alargan gradualmente.
Aunque el incremento de luz solar es lento al principio, en enero se empieza a notar que el sol se pone un poco más tarde cada día. Este proceso de alargamiento se acelera conforme nos acercamos al equinoccio de primavera, alrededor del 20 de marzo, cuando el día y la noche tienen prácticamente la misma duración. A partir de ese punto, la duración del día sigue aumentando hasta el solsticio de verano, en junio, cuando se alcanzan los días más largos del año.
En resumen, el cambio de hora en invierno provoca que los días se sientan más cortos al adelantar el momento del anochecer. Aunque esto tiene el objetivo de aprovechar mejor la luz matinal, muchas personas experimentan una sensación de reducción de tiempo en las tardes.
Afortunadamente, los días comienzan a alargarse nuevamente después del solsticio de invierno en diciembre, y en pocos meses el incremento en la duración de la luz solar se vuelve evidente, brindando la sensación de jornadas más largas y luminosas conforme nos acercamos a la primavera.